Responsabilidad o Culpa, la diferencia que conduce al Éxito y a la Felicidad
“Das positivismo, recibes de vuelta positivismo; das negatividad, recibes de vuelta negatividad. Das positivismo y recibes de vuelta una vida llena de cosas positivas. Das negatividad y recibes de vuelta una vida llena de cosas negativas.”
RhondaByrne Libro El Poder
La gente infeliz (por padecer una enfermedad, por falta de dinero, por guardar resentimientos u otras razones) siempre culpan a otras personas, al gobierno, a los empresarios o a Dios por su precaria situación; mientras que las personas felices (por sus logros o agradecidas por todo) siempre asumen la responsabilidad por lo que vive en la actualidad. Ser responsables es muy diferente de sentirnos culpables o culpar a otros.
Stephen Covey (Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva) define la palabra responsabilidad, a partir de su estructura lingüística: «responder» y «habilidad», como habilidad para elegir la respuesta. La responsabilidad es nuestra capacidad de reaccionar ante una situación aun en degradantes circunstancias imaginables, como el caso de Victor Frankl que describe Covey para explicar el hábito de la proactividad.
Louise L. Hay (El Poder está Dentro de Ti.) se refiere a la responsabilidad como el hecho de tener poder. “Si echamos la culpa de los que nos pasa a alguien o algo externo, estamos regalando nuestro poder. La responsabilidad nos da el poder de efectuar cambios en nuestra vida. Pero si escogemos el papel de víctima, lo que hacemos es usar nuestro poder personal para ser impotentes. Pero si decidimos aceptar nuestra responsabilidad, entonces no perdemos el tiempo en culpar a los demás o a algo «exterior»”, explica la escritora y oradora de libros de autoayuda.
Para Covey, las personas que se quedan en la culpa proyectan las preocupaciones y las debilidades de carácter, porque se aferran a imágenes desmembradas que carecen de proporción (actuales paradigmas sociales), dando origen a un reflejo incorrecto de lo que en esencia son. Esta gente no es consciente de su poder, y por ello asumen una actitud determinista condicionada por ciertas circunstancias externas.
Ese poder interior, como lo expone, Louise Hay, o la libertad interior de elegir, como lo presenta Covey, hace la diferencia entre quienes cosechan éxitos y quienes recogen fracasos. Las personas de éxito apropiamos lo que narra Covey: “Lo que nos hiere o daña no es lo que nos sucede, sino nuestra respuesta a lo que nos sucede. Desde luego, las cosas pueden dañarnos físicamente o perjudicarnos económicamente, y producirnos dolor por ello. Pero nuestro carácter, nuestra identidad básica, en modo alguno tiene que quedar herida. De hecho, nuestras experiencias más difíciles se convierten en los crisoles donde se moldea nuestro carácter y se desarrollan las fuerzas internas, la libertad para abordar circunstancias difíciles en el futuro y para inspirar a otros la misma conducta.”
Mi experiencia personal me induce, de manera solidaria y generosa, a inspirar a otros para que adopten una conducta proactiva. Permítame compartir algunas situaciones en las que asumí con responsabilidad mi vida: 1) Elegí superar la tartamudez antes que esconderme de la gente para evitar sus burlas; 2) Opté por explorar emprendimientos y no quedarme renegando de mi “mala suerte” o culpando al gobierno, a los empresarios o la falta de oportunidades por situaciones financieras adversas que he pasado; y 3) Me aferré a mis principios para sortear inteligente y amorosamente el hostigamiento evidente ejercido en otrora por un jefe inmediato. En cada caso propendí por convertir el “problema” en una oportunidad; para el caso 1, hoy es grato decir que me desenvuelvo muy bien como conferencista; ante la segunda situación, hoy mis ingresos son mejores (y propendo por lograr la libertad financiera), y, respecto a la tercera experiencia, puedo acotar que temporalmente ostenté el cargo de mi exjefe.
Carlos Devis y Maria Mercedes Pérez de Beltrán (Convierta los problemas en oportunidades) reafirman en su libro lo siguiente: “Sería tonto negar que esas personas que se hicieron a sí mismas extraordinarias tenían ´algo´ especial desde los primeros años de su vida. Sin embargo, no se han dado cuenta de que ese ´algo especial´ también lo tenemos nosotros y se llama PODER. Poder sobre nosotros mismos.” Pero ¿saben qué sucede cuando alguien no reconoce ni utiliza su poder? Simple y llanamente les atribuye a otras personas la responsabilidad de todo lo que acontece en su vida. Así, vemos por doquier que existen individuos que se justifican por no lograr lo que anhelan; y, lo más común, se quejan por su “mala suerte” o culpan a otros por ser injustas o incomprensivas. Estas personas se sienten víctimas, y renuncian a su poder.
Estas personas que se niegan reconocer que tienen el poder de sus vidas dicen frecuentemente: “Yo no puedo, no puedo lograrlo”; “eso no depende de mí”, “eso es imposible”, “no cambio hasta que tú cambies”, “para que intentarlo, si con esta gente no se puede”, y otras excusas pueriles, centrando su energía en lo que no pueden cambiar. Esta negatividad de la gente que se niega asumir la responsabilidad de sus vidas se convierte en un hábito que atrae a ellas mayores infortunios, generando un círculo vicioso de malestares y precariedad.
Por esto Dan Custer (La mente en las relaciones humanas) escribe haciendo referencia a estas personas que renuncian a su poder: “Podemos haber pensado que todo lo que vivimos es la obra de un gran dios supremo que está en el cielo o en otro lugar fuera de nosotros manejando una varita; podemos haber censurado a un dios exterior o creador de nuestros errores o fracasos (nuestra incapacidad para tener un trabajo, nuestro estado de pobreza, nuestra mala fortuna, nuestra enfermedad, la falta de bien en nuestras vidas). Algunas personas culpan incluso a un mal dios, al cual llaman diablo. Muchos rehúsan encararse a la verdad; y déjenme subrayar esto, la verdad que consiste en ellos mismos, por medio de sus pensamientos negativos, han buscado esas experiencias enfermizas y desdichadas.”
Como dice Custer: “Las fuerzas creadoras de la vida están disponibles para cada uno de nosotros, y la mente es el instrumento creador.” Usted y yo tenemos este instrumento a nuestra disposición. Utilizando adecuadamente nuestra mente podemos dar forma a nuestros pensamientos y, en consecuencia, generar nuevos sentimientos hacia nosotros mismos, hacia las otras personas y hacia la vida, lo cual nos permitirá sortear cualquier situación por difícil que parezca. Una actitud positiva nos eleva de la medianía y nos ayuda a enfrentar con valentía circunstancia adversas.
Covey retoma de Victor Frankl que hay tres valores fundamentales en la vida: el de la experiencia, o de lo que nos sucede; el creador, o de lo que aportamos a la existencia, y el actitudinal, o de nuestra respuesta en circunstancias difíciles, con el objeto de resaltar que el más alto de los tres valores es el actitudinal. En consecuencia, acota: “En otras palabras, lo que más importa es el modo en que respondemos a lo que experimentamos en la vida.”
¿Sientes culpa por tus errores del pasado? El pasado quedó atrás, ¿por qué usted sigue cargando con un remordimiento en la conciencia? Perdona el pasado, es decir, “… perdónate a ti mismo por eso que hiciste y si puedes enmendarlo, hazlo y no repitas la acción”, nos insta Louise Hay. Toda situación en la vida es una experiencia educativa y se puede manejar para que nos funcione.
Con frecuentemente encontramos gente que nos envían mensajes negativos porque esta es la manera más fácil de manipularnos, tratando de hacernos sentir culpables, para que hagamos los que nos dicen. Y generalmente son las personas más cercanas: nuestros padres, hermanos, amigos, profesores, jefes, cónyuge, hijos. Se comportan de estas maneras porque han renunciado a su poder interior y prefieren culparte creyendo que lo que acontece en sus vidas es responsabilidad de otros.
El éxito y la felicidad surgen de nuestro poder interior, en asumir con responsabilidad nuestras elecciones de vida. Estimado lector, tenga presente el epígrafe, y recuerde: Somos creadores de tu nuestra propia realidad.
Por: CARLOS RAFAEL MELO FREYLE