La poesía de Jacinto Leonardi Vega
Por: Augusto Aponte Sierra.
Una de mis grandes pasiones en la privacidad del espíritu, es sumergir los pensamientos en la mágica expresión de aquellas canciones vallenatas, que me arrullan en la autenticidad de su propia esencia.
La música del país vallenato, es sin lugar a dudas, el nido de todas mis alegrías y el baile de todas mis nostalgias.
Una vez mas, buscando emociones añejas, me fui a esos lugares mágicos en donde la música en su razón de ser, le regala tranquilidad al placer de poder disfrutar lo auténtico y contemporáneo. Así llegué a esos grupos de amigos con gustos musicales que viven en los muros digitales, donde suenan éxitos del vallenato tradicional.
Allí, en esa página musical, como en una caseta de pueblo, aparecieron dos canciones que en su contexto y mensaje venían del mismo autor, en honor a una sola musa y a un mismo dolor.
En esas creaciones puse mi paladar hambriento de poesía, y escuché cual romántico sin fama, la expresión de muchos sentimientos para la confesión de un amor perdido. Entonces me senté en aquellos versos para viajar en el mundo fantástico del romance eterno que gobierna a este país musical.
La primera canción que escuché, decía llamarse «Cuando me voy» y la segunda «Cambia el nido».
Para mí, es la confesión de una sola tristeza como ingrediente temático en las dos canciones.
El primer argumento de «Cuando me voy», es la narración de muchas vainas para un amor jodido por el desencuentro y por algún secreto imposible de contar; porque al final no supe que pasó y, justamente, eso es lo mejor de la canción, cuando en sus vivencias, como en la vida de todos, existen amores que se acaban sin saber por qué.
En la otra canción, “cambia el nido”, el poeta narra que conoció a una flor de un jardín prohibido, lleno de espinas, y le cantó un verso al oído, pidiéndole que cambie su nido. Ella escuchó la invitación, hasta la cantó con él. Luego, el poeta dice que si quiere volar que vuele, que él seguirá cantándole en la eternidad de su vuelo, y en esa espera, ojalá sin presencia del otro jardinero, sean felices en su viejo jardín.
Estas canciones son hechas en la eternidad del amor difícil. Es la esencia salvaje de amar con todas las consecuencias.
Es que por donde se miren sus notas musicales, sus tonalidades, las caídas armónicas en sus melodías, que, en su romance truncado, se escuchan esperanzadoras y con una prosa exquisita que obliga a suplicar cariño. Esta es la evidencia de que el amor verdadero, es dadivoso y antagónico en su gallarda entrega. Porque el amor verdadero tiene heroísmo y sacrificio, es el doloroso antagonismo del ser feliz con la felicidad del ser amado en otros cuerpos.
En la sencillez de su calidad temática, en la autenticidad de su canto, está la voz y figura de quien las parió.
En este mundo poético, está ‘pintao’ y enterito, Jacinto Leonardi vega Gutiérrez.
Él vive metido con su talento, en todos sus versos. Ahí sigue haciendo historia con su voz ronca y afinada, habitando y cantando en un ritmo herido que hace bailar, que ruega y pregona su propio dolor.
Repito, para mi propio deleite, que en el relato de esas dos canciones, los protagonistas se van para volver al nido, hasta que en ese ir y venir los dos se quedan sufriendo, porque ¿a quién no se le revuelve el ‘asentao y la borra’ de cualquier amor que se murió en tantos «ires y venires».?
En la evidencia de esta realidad poética, todavía existen esos amores que viven en el decantamiento eterno, allá en lo más profundo de un adiós, y en el «sin saber» del por qué no son felices.
Jacinto siempre busca en toda su melodiosa inspiración, llevarnos hasta el placer de escuchar versos pulidos en la prolijidad de su estilo. Sus letras y melodías, van diciendo que Hernando Marín y Gustavo Gutiérrez, le dieron la posta versátil para cantarle al amor y a todos sus pesares.
Hoy, él es dueño de ese vallenato que habla del enamoramiento complicado y sin salida, que nos deja a merced de todo lo que nos pida el placer de amar.
De esa cosecha seguí escuchando la originalidad que lleva su voz, para hacer la poesía que fue acomodando en sus frases, la fantasía que genera la música vallenata, en mis visiones viajeras. Así pude caminar por montes y carreteras, para llegar encaramado en sus romances hasta los tiempos en los que yo visitaba un jardín en la región Guajira. Así volví como en muchas vacaciones de estudiante y bachiller, a estacionarme en mis sueños, enfrentado al vértigo del primer amor. En ese mundo rural, mi naciente poesía acarició el cielo de un amor primíparo, y al dolor que sin delito, me trajo el primer desengaño.
Eran mis viajes de conquista y el desafío a los gustos de mi mamá.
Era el mágico turismo de los amores escondidos.
En esos instantes de música digital, mis oídos hicieron fiesta al escuchar la melodía en mis recuerdos. Mis añoranzas bailaron nuevamente con el hilo musical de Jacinto Leonardi Vega.
Y así, con esa cantarina ensoñación, reconocí que jamás había sentido una sensación provinciana en los rincones de mi habitación cañahuatera. Es que esa tarde sentí de una manera extraña y deliciosa, que pude agarrar los instantes, así como se tocan las flores mojadas de una vieja Trinitaria, en los patios de La Junta y de La Vega arriba… O, cuando en noches patillaleras de luna sin espantos, mis sueños despechados se perdían buscando versos y resignación.
De esa fantasía viajera por montes y sabanas, me bajé cuando la voz del poeta Jacinto, avisó que mi viaje nostálgico había terminado en el silencio que deja un fuelle sin brisa.
Con estas canciones, gocé el aprendizaje que nos trae el recuerdo para el ejercicio de la memoria. Es lo que el oído provinciano no puede olvidar, porque se pierde la historia y eso es perder identidad. Esa es la riqueza sin valor comercial que nos recuerda quienes somos y de que estamos hechos.
Los invito a escuchar a Jacinto Leonardi Vega. Es una voz de provincia que canta muy cerquita a las fibras del alma con melodías paisanas, que en su vallenatía va generando nostalgia en una niñez compartida.
Jacinto, tiene esa gracia de alimentar todas mis añoranzas y el orgullo de ser su amigo. Es que con él compartí niñez, escuela y barrio, cuando se respiraba magia en los callejones del viejo Valledupar. Y, sí, él es buena gente, es uno de esos románticos ‘pura sangre’, que nacieron solos, sin el atropello de la banalidad mediática, tan sólo por el deseo de compartir lo vivido.
Finalmente puedo decir y escribir, que es constructivo y reparador soñar despierto para fortalecer la nostalgia sin rencores, para sanar con humildad las viejas heridas en un normal crecimiento emocional. Esa es la misión más noble de la música y su poesía.
Quiero también destacar que las letras de Jacinto se cantan sin arrogancia literaria. El muestra un estilo que expresa con elegancia el temple de la emoción Guajira, sin proponer machismo.
Jacinto Leonardi Vega hace de la poesía pueblerina un mensaje inteligente.
Bueno, mi querido Leonardi, como te decíamos en el barrio, ojalá que ella «cambie el nido», para que la inspiración se escuche cuando la tristeza se va para nunca más volver.
Un aplauso para el que tal vez, sea el último de los poetas de aquella generación espontanea, que nació en las postrimerías del siglo veinte, y que canta en el ayer, para el ciberespacio del nuevo canto vallenato.
Un abrazo para mi viejo y querido amigo, Jacinto Leonardi Vega Gutiérrez.
Nota: La poesía de Jacinto hace parte de mi obra inédita La ruta de mi nostalgia.
Aclaración que hago por la política sobre los derechos se autor de Facebook.