El Plan, santuario del vallenato auténtico
La temperatura bajaba a medida que subía la montaña rumbo a El Plan, corregimiento enclavado en la Serranía del Perijá, a escasos kilómetros de la Jagua del Pilar, en límites del Cesar y La Guajira. Allá arriba, en ese pueblecito bonito y sano, como lo describiera el maestro Escalona en su célebre canción, La Vieja Sara, se celebraba la fiesta de la Virgen del Carmen. En el patio de la familia Salas, con tarima y buen sonido, se celebraba una parranda que superaba los cien invitados. Qué gran nostalgia sintieron planeros y foráneos evocando los tiempos en que Rafael Escalona o Leandro Díaz, llegaban a parrandear en esos patios, recordaron aquel grupo de músicos convertidos en juglares, protagonistas de cantos y piquerias que se volvieron leyendas.
Sin embargo, en ese patio que tal vez albergó en otras épocas esos titanes del folclor, había una nota que los transportó hacia los tiempos idos, era la esencia de la auténtica melodía vallenata que brotaba del acordeón de Darío, hijo del legendario Antonio, Toño, Salas y sobrino del viejo Emiliano Zuleta. Tocando de manera magistral, este grande del acordeón demostró una vez más su casta, interpretando vallenato raizal, robando elogios y aplausos de los presentes que le pedían más canciones. “Si uno mira hacia el cielo hay estrellas que alumbran más que otras, yo soy una de esas, no brillo tanto, pero soy una estrella” dijo Darío Salas después de bajarse de la tarima cuando le preguntaron que porqué no era famoso. Confesó que aprendió a ejecutar el acordeón a la edad de 15 años con el estilo de su papá Toño, quien estuvo tocando al lado de Leandro Díaz durante 45 años. Define a su dinastía como defensora del vallenato auténtico. “Somos conservadores del vallenato tradicional porque lo practicamos y lo defendemos, algo que muy pocos hacen”.
El compositor Rafael Manjarréz, anfitrión de semejante festejo, siempre había querido cantar en la tierra de la vieja Sara y su prole musical, en el pueblo de donde Simón Salas salió para nunca más volver. “El Plan es un referente del folclor a nivel nacional, un santuario de la música vallenata, aquí no todo el mundo venía a parrandear y la vieja Sara no iba a nacer en cualquier parte”. Dijo antes de empezar a cantar y de que “quedara sin voz”, como el mismo lo expresara lleno de emoción por lo que estaba viviendo, un verdadero sueño lleno de la magia de ayer y de hoy.
Ver compartiendo ese momento a los hijos de Escalona, de Leandro Díaz, y a compositores como Marciano Martínez, Rosendo Romero, Juan Segundo Lagos, entre otros que, como Leandro, no dudaron en coger camino e irse para el Plan, lo tenía realmente complacido. Rafa estaba feliz, rodeado de amigos, de música, de recuerdos, la naturaleza se confabulaba con el ambiente, un leve rocío refrescaba la tarde y el olor a tierra mojada daba la bienvenida a la prima noche.
De regreso al valle, en la espesura de la montaña, árboles de toda clase adornaban el camino, pero solo uno sobresalía, ese donde Simón dejó su sombrero enganchado, ese Peralejo en el que Escalona descargó la tristeza que lo embargaba porque su compadre se había desterrado del Plan.
Por: Alba Quintero Almenárez