23 de noviembre
Opinión

Diomedes el Grande

Por: Brandon Barceló
– @brandondejesusb

Cuenta una leyenda -que me acabo de inventar-, que el día que Diomedes nació, todos los acordeones se callaron por un instante. Las parrandas que eran presididas por los juglares quedaron en silencio hasta el momento en el que allá, en la Junta, se escuchó el llanto del niño. Una mentira que bien podría ser verdad, porque no todos los días nace alguien con tanto carisma -por no decir talento-, a pesar de que en el transcurso de la vida fuera a vivir entre placer y pena.

La historia de Diomedes casi todos la conocemos. Un niño pobre que supuestamente nisiquiera cantaba bien -según dicen los que saben cantar-, pero que tenía una chispa distinta que hacía que los oídos se nublaran, y con su presencia lograba mantener a todos concentrados en él. Yo creo que no solo cantaba bien, sino que, además tenía una capacidad de interpretar, que así confundiera La con Mi, se le iba a escuchar bonito, sencillamente porque era él.

Sus canciones no murieron con él, de hecho, y sin miedo a caer en el cliché, lo mantienen vivo, y todavía en los altoparlantes de discotecas, billares, estaderos, casas de familia, y hasta en los audífonos y playlists de muchos jóvenes, permanecen las letras que inconfundiblemente interpretó y con las que logró hacerse conocer hasta en los rincones más apartados del país, haciendo que una tarde de sábado en Puerto Asís, Putumayo, se amenice el día laboral de una ferretería con su música, o que una cajera del Juan Valdez del aeropuerto El Dorado se distraiga mientras atiende, por estar cantando una de sus canciones.

Y es que además tiene letra para todo. Para el amor, la amistad, el despecho, la fortuna y la infortuna, la muerte, el descanso y el trabajo, la naturaleza, la parranda, la religión, los sueños, los hijos, los papás, el humor, la amargura, la tristeza y el miedo, el cumpleaños y su propio nacimiento, por no decir más. Hoy hace falta Diomedes. Más allá de su vida personal, hacen falta sus canciones y su interpretación, su manera de entregarle lo mejor al folclor y su forma descomplicada de enfrentar la vida.

Escribo esto mientras de fondo suena una de sus canciones que más me gusta: “La sombra”. Inicia con un verso: “Cuando he mirado mi sombra, yo la comparo tal como soy. O de pronto será el sol que me dibuja en la arena, pa que comprenda que ella siempre será lo que soy, y es que de pronto me voy y ni la sombra me queda”… Diomedes, te fuiste, te fuiste hace rato, pero no solo quedó tu sombra, quedó tu arte para no desviar la mirada, y confiar que todavía es posible hacer vallenato grande.

“Como Diomedes no hay otro, eso nunca nacería, y si nace no se cría, y si se cría se vuelve loco”… Ojalá alguno, en nombre del folclor, decidiera volverse loco intentando alcanzar tu vara.

 

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