23 de noviembre
Opinión

En Alemania no lo imaginaron.

Brandon Barceló
@brandondejesusb

La primera escena sucede en Puerto Asís, Putumayo. Una tierra que poco tiene que ver con el Caribe nuestro y que más bien responde a las lógicas del Ecuador. Al llegar al hotel, se escucha a lo lejos una voz inconfundible y un verso inigualable: “Y es el ejemplo que quiero dejarle a mis seguidores: que al amigo hay que quererlo, que cuidarlo y protegerlo”. Busco rápidamente de dónde sale el vallenato: una ferretería frente al hotel tiene un parlante afuera. Al parecer todo el día suena música de acordeón.

La segunda escena sucede de camino en alguna carretera de Putumayo. Mientras de fondo en el carro suena “Del Rey es la reina”, el conductor cuenta que en Mocoa hay una cuadra completa dedicada exclusivamente a la rumba -no parranda- vallaneta, que de los espectáculos que anhelan en Puerto Asís, son los de vallenato y que varias veces al año se presentan algunos artistas que el no logra recordar.

La tercera escena me sucede viajando de Bogotá a Barranquilla una semana después de las dos anteriores. Llego a comprar comida para esperar el viaje, y apenas me acerco a la caja del pequeño restaurante en el aeropuerto, se escuchan unos acordes inconfundibles que dan paso al acordeón para que hable: “La herida que siempre llevo en el alma, no cicatriza”. De un momento a otro, la cajera, que es la misma que prepara la comida rápida, empieza a cantar y de una me doy cuenta de que ella no es de allí. Se sabe toda la letra y al parecer ya se la ha enseñado a sus compañeros cachacos que también la cantan a susurros. Yo la empiezo a cantar y de forma espontánea, como quien se encuentra con un amigo de hace años, empezamos a hablar. Me cuenta que es de Fonseca y que por falta de oportunidades allá, le toco trabajar en Bogotá, que va una semana al año y que espera con ansías que esa semana llegue ya, y que mientras tanto, el vallenato la hace sentir como si estuviera en la terraza de su casa.

Tres escenas que podrían ser cien, o mil, si estuviera más atento a lo que sucede a mi alrededor. Escenas que se repiten una y otra vez en todos los rincones del país -y en algunos de otros países-, donde el vallenato sigue siendo música del pueblo. Escenas que me permiten creer que el vallenato estará vivo mientras exista un alma dispuesta a escuchar, sentir y cantar esa música, la de antes o la de ahora. Y al cabo de estas pequeñas historias solo me queda una pregunta que ya se hizo Pipe Peláez en su canción “Y qué sería de mí”, y que ahora me quiero hacer yo de otra manera: ¿Será que en Alemania imaginaron que una región tan distante de sus costumbres haría tanto con sus acordeones? Yo creo que no.

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