Especial Rosa Rosado

Rosas de risas por el aire

De esas noticias sobre quien hace noticias es imposible hacer noticia. Hace pocos días, poquísimos días chatear con aquella muchacha de risa fácil todo el tiempo y por motivos inexplicables no pueda leerlas delante de nosotros, tampoco tiene explicación, ni lógica, si es que la noticia con dolor tiene alguna lógica. Si me preguntan qué era lo mejor que hace Rosa, esa inolvidable mujer que ahora lo lee desde el infinito, es reír. Además de encontrar el más sencillo de los motivos, su risa fue su marca, por eso el eco de su enorme risa franca queda enredada por eternidades en el corazón y el alma de sus colegas de profesión.

Saber que no volverla a verla causa una desesperanza inusual en una persona que era ella misma la esperanza, su tacto, su coraje, su seriedad y honestidad a toda prueba, pero encima de todo su amistad y solidaridad en todo momento nos enseñó en los años de tratarla que ahora parecen largas semanas sin escuchar su voz, y su vallenatía desafiante y serena. Ocha no hablaba español, muy a pesar de conocer y escribir perfectamente el idioma nativo. Ocha hablaba, y aconsejaba en vallenato puro, pero con una calidez que parece haberlo inventado ella. Por eso por su nombre Rosa Elena solo en los colegios y universidad la llamaban así, Ocha con esas cuatro letras, como las estaciones, solo cambiaba para mejorar los momentos. Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos, esa frase coqueta de Neruda, le caía perfecta. O la de Guillén: De qué callada manera se me hacerla usted sonriendo, como si fuera la primavera, yo muriendo y de qué modo sutil me derramó en la camisa todas las flores de abril, quien le dijo que yo era risa siempre nunca llanto…

Hoy somos eso, un montón indefinible de llantos, y una risa triste en el viento para recordarnos que ella siga viva en el alma de cada amigo, de cada colega, de cada familiar. Me duele que ya no pueda chatear con Ocha, estará ocupada en asuntos muy celestiales, tal vez enseñándoles a reír en un mundo con tantos dolores revueltos…

Por: Edgardo Mendoza

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