‘Gusta’, la amiga que adoré…
Alguna vez, no recuerdo cuándo, ‘Ocha’, entre las tantas anécdotas que compartíamos y que ella siempre celebraba a carcajada limpia, me contó la historia de alguien llamado Gustavo. Hoy, con rabia y tristeza, tampoco preciso la característica especial de aquel personaje real, que hizo que Rosa Elena, con su mordaz sentido del humor, la relacionara conmigo. Solo tengo la certeza de que, desde ese entonces, ella y yo, comenzamos a llamarnos con el hipocorístico del hasta ahora incógnito fulano: ‘Gusta’.
Y así era Rosa Elena, un ser humano hermoso que tuvo la virtud de llamar a las personas, sin que estas se enojaran, con expresiones, remoquetes o apelativos distintos a sus nombres de pila. ‘Potra’, ‘Bonito Color’, ‘Socio’, ‘Mama’, ‘Mojona’ y tantos motes más, que con cautivador cariño sabía pronunciar y enamorar amistades.
Era esa una de las tantas razones que tuvo la gente para quererla. A Rosa Elena Rosado Quintero se le quería o se le quería. ¡Por lo que fuera! Y porque Dios le regaló una canasta de virtudes y la ungió con un ángel maravilloso que la hacía brillar. ‘Ocha’ era un ser de luz.
A mí tampoco me quedaron otras opciones. Irremediablemente, yo tenía que adorarla. Y la veneré con entrañable amor de amigo, casi de hermano. Era mi confidente, sin recelos le entregué mis secretos. Eso, su discreción y lealtad, virtudes en peligro de extinción, me mostró siempre su probidad y señorío.
A esa integridad comencé a adicionarle su pasión por el trabajo, su compromiso con sus tareas y su perseverancia echa a prueba de fuego. ‘Gusta’ nunca dejó nada a medias, bajo ninguna circunstancia admitió estar agotada y jamás protestó por sus quehaceres.
Su personalidad desbordaba cordialidad, amor y generosidad. Y qué decir de su solidaridad y disposición permanente para servir.
Madre amorosa y abnegada, esposa fiel y virtuosa e incomparable y leal amiga. Alba Rosa, ‘Migue’ y yo, podemos afirmarlo. ‘Ocha’, era bonita por dentro y por fuera.
Hoy me siento orgulloso de ella y prometo guardar celosamente no solo su recuerdo, sino sus principios éticos, sus valores espirituales, su entrega al trabajo y su responsabilidad profesional, que deben convertirse en legado para las actuales y futuras generaciones de periodistas y en paradigma de eficiencia, honestidad y ternura para quienes tuvimos el inigualable privilegio de conocerla.
¡Ay, ‘Ocha’! Te lloro cada noche y cada mañana, escucho tu bella y contagiosa carcajada en el silencio de mi memoria, te dibujo en el carro, la mesa y la oficina y estoy perdiendo la cabeza intentando recordar el relato por el que comenzamos a llamarnos ‘Gusta’, porque ni a ‘Avo’, ni a ‘Mary’, ni a ninguno de tus hermanos, incluido el bonachón ‘Vicrose’, tampoco les ha dado la gana de acordarse.
‘Gusta’, te adoro y prometo honrarte toda la vida.
Por: Sergio López