Del Populismo a la Dictadura de la Manada
Por: Luis Orozco Córdoba
“El populismo es una forma de democracia autoritaria que originalmente surgió como una reformulación de posguerra del fascismo”
FEDERICO FINCHELSTEIN
En Colombia la izquierda ideológica, esa de la ortodoxia marxista-leninista que languideció soporíferamente soñando con una revolución espontánea que nunca llegó, la de las guerrillas comunistas de las Farc y del Eln en trance de consunción por falta de apoyo popular y por su conversión impúdica en organizaciones narcoterroristas, las afines al pensamiento de Mao Zedong o de Trosky, esa izquierda -anquilosada y errática- nunca tuvo posiblidades reales de llegar al poder.
oroSin embargo, superando los discursos dogmáticos marxista-leninistas y castro-guevaristas de una revolución conducida por el partido como vanguardia obrero-campesina, o por un comado guerrillero como el foco que irradiaría la luz revolicionaria, la izquierda colombiana, salvo poquísimas excepciones, logró ser seducida y reclutada por el discurso populista de Gustavo Petro quien combinó las viejas tópicas revolucionarias de la lucha de clases, la reforma agraria, la expropiación de la propiedad capitalista y otras, que como dijo alguien olían a naftalina, con los postulados del posmarxismo proclamados por el Socialismo del Siglo XXI.
Para precisar cuáles son los movimientos, grupos y grupúsculos que conforman las bases del Pacto Histórico y que proveen de líderes y activistas al gobierno petrista como conductores de sus políticas públicas es necesario hacer un poco, un poquísimo, de historia sobre lo que es el Socialismo del Siglo XXI.
Bajo las premisas de que el socialismo no había muerto con el fracaso soviético, de que era necesario remozarlo y adaptarlo a los postulados revisionistas del posmarxismo y en el entendido de que la revolución debe darse en estos tiempos a nivel cultural y no economicista, de que -conforme lo predicaron Gramsci, antes, y Laclau y Mouffe, después-, el Estado puede ser permeado por la sociedad civil y transformado sin necesidad de una revolución violenta liderada por la clase obrera y que los nuevos sujetos de la revolución anticapitalista pueden socavar la democracia liberal desde adentro ideando nuevos constructos jurídicos como el derecho de los jueces, nuevos antagonismos sociales, culturales, ambientales étnicos y sexuales; bajo todas estas premisas, se reitera, surgió el Socialismo del Siglo XXI como expresión latinoamericana de la renacida izquierda.
En Colombia la vertiente del pensamiento comunitarista, introducida en la Constitución de 1991 que declaró al Estado pluricultural y pluriétnico, tomó desprevenida a una democracia liberal estérilizada, despedazó su concepción de la ciudadanía individualista y sembró el país de una pluralidad extremada de minorías que, de postergadas y explotadas, devinieron en grupos privilegiados que se lanzaron a la conquista de sus propios intereses, constituyéndose en una mayoría de militantes y activistas del ideario del Foro de Sao Paulo y del Socialismo del Siglo XXI.
En el Pacto Histórico se confederaron los izquierdistas de Colombia Humana, Unión Patriótica, Partido Comunista, Polo Democrático Alternativo, Movimiento Alternativo Indígena y Social; Partido del Trabajo de Colombia, Unión Democrática y Todos somos Colombia; también llegaron colectivos emergentes que hacen de Colombia un país de minorías privilegiadas: los educadores de Fecode, casta con fuero especial que tiene su propio y exclusivo estatuto de relaciones laborales y de prestaciones sociales diferente del resto de los colombianos y que ha sido permeada desde hace muchos lustros por el marxismo-leninismo; los indígenas que reclaman su herencia ancestral sobre la tierra y son dueños del 27% del territorio nacional con un total de 31,3 millones de hectáreas de superficie titulada; las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras que luchan por su reconocimiento cultural, por sus tierras comunales y por el pago de lo que llaman la deuda ancestral; las comunidades LGTBI defensoras de la identidad de género y del matrimonio y la adopción homosexual; los ambientalistas extremos quienes también reclaman una deuda ecológica que los hace enemigos de los combustibles fósiles y de la actividad minera; los exguerrilleros reincorporados a la vida civil, el exiguo partido Comunes conformado por los militantes del las Farc que usufructuan las desmedidas ventajas que les concediera el Acuerdo Final de Paz, La Primera Línea y otros delincuentes de reconocida peligrosidad social y política convocados bajo la novísima construcción semántica de excorruptos en lo que se ha llamado El Pacto de la Picota.
Una vez ganadas las elecciones por el Pacto Histórico se sumaron desvergonzadamente al carro de la victoria izquierdista, entre otros de menor relevancia, los partidos Liberal, Conservador y De la U. Se suma a este escabroso potpourri el anunciado reclutamiento de cien mil jóvenes delincuentes y la convocatoria que hizo el gobierno recién instalado a las llamadas Disidencias de las Farc, al ELN y a todos los grupos armados ilegales para que pacten con el gobierno La Paz Total quizá como preludio del Estado Total al que encaminan sus designios.
Esta confluencia de grupos y partidos de “equívoca procedencia”, descritos con la mayor síntesis posible, llegados al gobierno de la república se ha caracterizado por el comportamiento sin orden ni concierto de sus funcionarios en todos los niveles quienes, erráticos y soberbios, entran en contradicciones entre sí como si cada uno de ellos fuese soberano en su parcela de poder, chocan con los ministros y con el mismo presidente al momento de plantear sus políticas sectoriales, de grupos y hasta personales, semejan hienas que, solidarias con el grupo hasta cuando logra la presa que persiguen, luchan a muerte con sus compañeras de gavilla por el pedazo que del botín les corresponde y que, además, son cleptoparásitas. En fin, es la dictadura de la manada, preludio del totalitarismo en ciernes.