El Bonsái y el hombrecito
Por: Augusto Aponte Sierra.
En la historia que les contaré, las situaciones y los personajes que inspiraron a mi parroquial escritura viven en la sinonimia de un mundo infravalorado en lo pequeño de su natural grandeza.
Ese pequeño mundo es una de mis viejas pasiones: la crianza de Bonsáis.
Este es un arte que se originó en China hace unos 2000 años, como un símbolo de eternidad, porque el árbol representaba un puente entre lo divino y lo humano.
Una de las enseñanzas que me ha dejado esta noble y fascinante disciplina, es que las cosas «pequeñas», en un mundo que venera lo grande, lo pequeño debe tener
«grandes» cualidades. Justamente los Bonsáis en sus pequeñas frondosidades, guardan para después mostrar, los diminutos atributos que lo engrandecen en un mundo de gigantes. A trevés de los años, la naturaleza va moldeando a su pequeño cuerpo, proporcionándole una peculiar belleza. También en muchos de ellos, la crianza que les da el cuidador ejerce control de su natural crecimiento, ajustándolo a su gusto y a las bondades de un diseño ornamental.
Hoy, la trinitaria que he venido cuidando y educando, como Bonsái, mostró la primera floración de su prodigiosa cosecha. Indudablemente para mí, es un acontecimiento importante que genera sentimientos de triunfo.
Como dije, este cuento sucedió en una de esas mañanas en las que yo me encontraba disfrutando en mis labores de jardinería, en un «micro latifundio» de un balcón cañahuatero. Allí recordaba un episodio reciente, en el que me dijeron «hombrecito», intentando devaluar el tamaño de mi pensamiento.
Entonces busqué las razones del porque vieron en mí la característica de un hombre pequeño. Indudablemente tenía que releer a Wilhelm Reich, el psiquiatra ucraniano que hizo un libro dirigido a responsabilizarnos de nuestro propio destino, después de mirar en un espejo nuestra mezquindad, miseria, racanería, cobardía y ceguera. Él, en su consejería, nos incita a tomar al futuro en nuestras manos y decidir qué hacer con él, es decir, es un libro que nos insta a ser libres con todas sus consecuencias. Y nos muestra que la única forma de lograrlo es trabajando.
En mi pequeño mundo vegetal, habitado por la nostalgia de mis cuentos, yo me siento gigante y feliz en medio de una naturaleza libre de ideologías. Allí vivo acompañado por diminutas especies de limones, Flor del Desierto, mangos, guásimo, cactus y Trinitarias.
Pero sucedió una anécdota en mi barrio, con un personaje de la calle, que me recordó al epíteto de «hombrecito» y eso me llevó a realizar la comparación entre un Bonsái, por ser pequeño y grande a la vez, con lo que ha sido mi vida como trabajador incansable, y haber gozado de una buena crianza. Esto es justamente lo que ignora quien busca humillar a los seres humanos por su estatura.
Habían pasado 6 horas en una mañana fresca del mes de mayo, cuando un personaje con trastornos mentales, producto del abuso de sustancias psicoactivas, se paseaba por mi barrial vereda.
Él es un habitante de la calle, que en esta cuarentena quedó cebado en el barrio, por las dádivas que algunos vecinos le regalaban, para aliviar su lamentable estado de indigencia. Yo sentí su mirada pedigüeña, cuando pasó por el frente del edificio. Entonces se me acercó hasta el balcón y con una mirada «cannabinoide»…
me dijo: -«Oiga mi brother, me regala pa’ el pasaje, que voy a viajar pa’ Barranquilla»
Yo pensé que no entendería el entabacado mensaje, cuando le respondí: «Y, de qué tamaño será el pasaje?» Él, irónico y casi enojado me contestó: «Del tamaño tuyo, así como ese manguito que está en esa materita… chiquitiiiiico». Entonces me dije: -«Caramba voy a tener que cambiar de especies, de ahora en adelante sembraré cocos y ceibas».
Creo que mis pensamientos sonaron en voz alta, porque el indigente mirándome dijo: «uyyy patrón, no se me deprima, que el tamaño es lo de menos. Fíjese, ahora usted luce allá arriba, por lo alto.»
No sé si fue la risa o la ironía, lo que me hizo gritarle: » Tienes mucha razón, tú eres muy alto y desde acá te veo chiquitico».
Indudablemente el indigente no entendió la perspectiva del chiste y se marchó enojado, diciéndome enano fascista y malnacido.
Entonces pensé que hubiese sido mejor regalarle el libro «Escucha hombrecillo» del mencionado escritor ucraniano, o enseñarle a criar Bonsáis, para educar su disciplina, conectarlo con lo divino y que trabaje por su vida.
Esta fue la enseñanza que me dieron los Bonsáis esa mañana…»Que trabajar por mi destino, es la única salida para progresar en este mundo insensible «.
Bueno, la persona que intentó ridiculizar mi estampa física o intelectual, por no pensar como ella, hizo justamente lo que no ha hecho por su destino: luchar por una libertad ideológica, vivir sin ataduras y sin ridiculizar la vida de un semejante, solo por no pensar igual.
A veces invadir el pensamiento de las personas nos hacen más fascistas de lo que pensamos y proyectamos, porque, «El tamaño de un insulto, habla del tamaño y el autoestima de quien lo propina».
Y como dijo Tolstói: “El buen juicio no necesita de violencia” Así que un abrazo por la paz del mundo y la libre convivencia en la imperfecta diversidad humana.
Feliz semana.
PD: Dedicado a esas personas que engrandecen nuestro orgullo cuando nos dicen «hombrecitos», por no estar a la altura de su diminuta ideología.