23 de noviembre
Opinión

Rafa Manjarrez, el cantor de mis ausencias

Por: Augusto Luis Aponte Sierra

Después de vivir con muchas nostalgias en un encierro voluntario, he vuelto a sentir esta ‘Ausencia sentimental’ por aquellos amigos que atravesaron barreras intangibles en las voces de mis añoranzas.

Muchos de ellos aterrizaron en mis letras para conversar y cantar viejas historias.

También viví la ausencia sentimental por el festival vallenato y su rutina placentera, cuando trae en su fuelle inmortal aquella valentía que ventila todos mis placeres y que me hace ciudadano en un pueblo folclórico.

La ausencia sentimental de un estudiante provinciano, como Rafa, que en esos tiempos no pudo asistir al festival vallenato, nació por motivos de distancia y de dinero.

Mi ausencia sentimental nació más poética, porque viví como un náufrago en un mar de aguas cristalinas, muriendo de sed por el amargo sabor de la melancolía. Yo también viví muchas ausencias sentimentales, sufridas en la distancia de un puerto allá en las queridas Pampas de argentinas.

En esos retiros de ayer y hoy, yo sentía la música del festival en todos los espacios sociales, cantando en la voz artificial de una tecnología digital. Así viví abrazado al guayabo por la partida de muchos seres queridos y por la distancia que elegí para ser un hombre sumido en la ciencia del altruismo.

Por eso, cuando vuelve la presencia física al Festival vallenato, por lógica natural quiero volver a abrazar al amigo y al juglar más querido por mis años universitarios. Porque la oportunidad de poder mirar el nacimiento de una canción, desde las entrañas de un sentimiento, adornado con el entorno del provincianismo en la jungla de una gran ciudad, me la brindó Rafael Enrique Manjarrez Mendoza.

Él me dio el honroso espacio para aguaitar la intimidad y el nacimiento de muchas obras musicales, desde la voz de su guitarra.

El amor de otros y una vieja amistad llena de coincidencias familiares, hizo que mi pasión por la música provinciana en su nueva oferta comercial, se conociera con el mundo musical de «Rafa» Manjarrez. Ese fue el pretexto que usó el destino para que surgiera una sólida amistad entre él y yo. Es una amistad probada en todos los triunfos y adversidades, que se esconden en la lucha del tiempo y la felicidad del espíritu.

El aprecio por el valor de sus cualidades me llevó sin tráfico de influencias hasta la admiración de su inmenso talento.

La vida profesional también nos unió por el cariño compartido desde mi relación médico- paciente, con la historia de su mamá Sabina Mendoza. Ella trajo la ficha escondida que el destino tenía para hacernos amigos.

Sus padres, Sabina y Manuel Manjares, cada uno en su mundo, cultivaron amistad con mi papá Emilio, allá en los pueblos de San Juan del Cesar, La Jagua del Pilar, Villanueva, Urumita y el Plan. Mi padre hizo posible el matrimonio entre aquellos entrañables amigos, para que dieran vida al cantor Rafael Enrique y al arquitecto José augusto. Antes, Toña Manjarrez, su hermana, fue la mamá de mi juvenil pernicia, allá en el siempre acogedor barrio Obrero del viejo Valledupar. Fue inagotable el amor y cuidados que recibí de Antonia. Mi voz agradecida siempre estará en la paz de su tumba.

La admiración por el poeta sencillo y pueblerino, terminó de sellar la amistad y familiaridad con el joven cantor de la antigua Jagua del Pedregal.

Aquel niño Jagüero, tranquilo en su andar pero inquieto en su intelecto, creció educado por su mamá, una maestra de escuela, que sembró la semilla dialéctica para el florido léxico del compositor, abogado y presentador de Televisión.

Éste es el ser humano que se hizo juglar y que yo conocí en las primeras raíces de una historia de canto y amistad.

La música vallenata y sus alrededores, siempre han sido para mí, un amor escondido. Es un romance que disfruto en el silencio de mi sensibilidad y en la filosofía que guarda el mensaje del canto vallenato.

Rafael Enrique, fue uno de mis maestros. Con él aprendí que la evidencia vivida en ciertas canciones, son la chispa que encienden la luz y el color de muchas alegrías, cuando la tristeza canta en música de acordeón.

También aprendí que en el alma de un poeta sin título y en todos los cantores sin fama, existe un verso gemelo que escucha y canta en el mismo idioma. Eso me sucedió con muchas obras del cantor de Marquesote, cuando en mi presencia nacieron muchos de sus cantos.

Era la bohemia que se apodero de su musa en aquella Barranquilla llena de guajiros y vallenatos, en los años 80.

En esos tiempos Rafael estudiaba derecho y yo medicina. Logramos ser profesionales universitarios aún con la criolla tentación del ambiente parrandero, que se ofrecía en aquella gran ciudad.
Gracias a la dedicación y a la pasión parcelada entre los estudios y el sano jolgorio, hoy somos profesionales en ejercicio.

Rafa supo mantener viva la llama por sus dos amores: la música y el derecho. Yo no. Yo elegí el amor por la ciencia médica. Esto nos alejó físicamente, pero nunca del sentimiento, porque siempre retomamos la amistad en cada abrazo que surge de la cotidianidad consentida, en ese raro olvido sin olvido.

Su amor por la tierra que lo vio nacer, lo llevó a gritar con voces de independencia la decisión de hacer municipio a su pequeño pero rico mundo Jagüero.

Arnoldo Aponte Urbina, Los Manjarrez Mendoza y compañía, lograron hacer del novel municipio un centro para el encuentro del progreso con la cuna de la legendaria nota Planera.

El Molinero Arnoldo Aponte Urbina fue el primer alcalde de ese municipio, en honor y agradecimiento a sus creadores.

Hoy he intentado hacer justicia reparadora con todos los recuerdos parranderos y familiares que compartimos.

Para eso puedo decir con la evidencia del catador satisfecho, que su obra me atrapa en la realidad de una vida ausente.

Porque él enlaza cual eslabón viviente, a una prosa criolla con la sinonimia del verso citadino y académico. Él es el puente que llevó a la nueva generación cantora a escribir versos modernos.
También ha sabido vender su producto musical con la herencia de varias escuelas del vallenato tradicional.

Tiene rasgos de Escalona y Leandro Díaz en su narrativa provinciana. De Marín tiene la cadencia armónica que une la melodía provinciana con un verso en inteligente que al bajar por la pendiente de sus mensajes dibuja el paisaje trágico del canto mejicano. Él fue tal vez el primer poeta vallenato que describió una tragedia con olor a pólvora, al mejor estilo de Romeo y Julieta, en versión guajira. Así lo cantó en los versos de un «Desenlace».

Él sabe mezclar con maestría, en una cadencia sabrosa, la nota compleja de un sentimiento. Expresa con asombrosa facilidad el dolor que llora en las palabras de un lenguaje rebuscado, y que siempre encuentra una voz diáfana entre el rumor que canta en los montes y esa garúa que moja los versos encienden con su luz La vela de Marquesote.

Pero aun mezclando escuelas, sus canciones tienen una sola impronta. Todas con diferente melodía y mensaje, pero saben a heliotropo, calaguala y tropel urbano. De ahí la facilidad con la que Rafael atraviesa el ramal de lo provinciano, hasta el verso más rebuscado de la gran ciudad.

La explicación antropológica de su expresión poética, está en la memoria semántica de una infancia que se hizo en los montes de San Juan, El Plan, Urumita y La Jagua del Pilar, para después madurar académicamente en los claustros universitarios de una filosofía social.

En aquellos años, en su pueblo natal, cuando era corregimiento del Municipio de Urumita, su taller creativo era la vida cotidiana, o su pequeña moto, que como él decía: » Mientras yo canto, mi moto camina sólita por to’ el ramal «.

Es que su metáfora hacía sancochos y guisos, llenos de figuras literarias que caían cual gotas de finas hierbas, para aromatizar su voz forzada, cuando llena de falsetes, atrapaba la inspiración en cualquier vértigo parrandero .
Algunas de sus canciones las quiero mucho, porque fui alcahuete en su gestación y un vigía en el camino de sus éxitos.

Estas son las letras para un hombre de carne y hueso, que interpreta los enredos de un amor provinciano con la tristeza de muchas ausencias en los sentimientos de muchos festivales.
Del abogado y juglar, se han dicho muchas verdades para escalar la inmensidad de su talento, pero yo he querido mostrar en el paisaje de mis recuerdos, la nobleza de aquel amigo que ya es leyenda en la región de mis nostalgias.

Del hombre normal que yo conocí, aún falta mucho por contar, pero que sea la voz de Dios que siga cantando y escribiendo en «sus benditos versos» la historia del cantor de Marquesote.

Gracias Rafa, por entregarme las voces con las que pude cantarle a todas mis ausencias sentimentales.

Un abrazo para el amigo y familiar y para Toña, su hermana, allá en la tierra de la gente buena, un canto eterno de paz y cariño.

 

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