Joe Biden cumple primer año en la presidencia de EE.UU con baja aprobación
El presidente Joe Biden está completando este 20 de enero su primer año de gobierno con casi los mismos problemas que heredó al asumir el cargo en 2021, bajo la sombra del ataque al Capitolio 14 días antes, una agobiante pandemia y unos Estados Unidos más divididos que nunca.
Al culminar su primer año en la Casa Blanca, se enfrenta a muchos de esos mismos desafíos, mientras trata de impulsar una agenda legislativa costosa y radical.
La dificultad de gobernar en medio de la triple amenaza de una pandemia que parece no tener fin, un aumento de los precios a los consumidores y la polarización política a todos los niveles del país queda reflejada en la tasa de aprobación de Biden, que ronda el 45%.
Desde que asumió la presidencia el 20 de enero, su aprobación ha descendido, con un 50% de los estadounidenses que desaprueban su gestión, según la las reciente encuesta de Ipsos.
Eso, dijo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, es parte del trabajo.
“Uno tiene todos los retos por delante, ya sean globales o domésticos”, dijo Psaki este mes cuando Biden propuso su iniciativa de derecho al voto, estancada en el Congreso.
“Podríamos presentar proyectos para ver si la gente apoya los conejos y el helado, pero eso no sería muy satisfactorio para el pueblo estadounidense. De modo que el punto de vista del presidente es que vamos a seguir presionando por cosas fuertes, y empujar las rocas hacia la montaña hasta que se logren”, añadió.
Hay dos factores principales en ese descontento, dice Mallory Newall, de Ipsos: la economía y la pandemia.
Biden hizo su campaña sobre una plataforma de abordar la pandemia y rescatar la economía, y con una inflación reciente en máximos de 39 años, la economía ha tomado la delantera, señaló Newall.
“Vemos que es el tema principal ahora para el público estadounidense, y la tasa de aprobación del presidente sobre la economía es negativa, lo que significa que son más los que desaprueban su trabajo que los que lo aprueban”.
Y entonces está la pandemia, que se ha extendido en el tiempo.
“Mientras más dura la pandemia, mayor es la incertidumbre y la frustración del público estadounidense en general, y entonces miran hacia arriba, en especial considerando que el presidente Biden prometió en su campaña enfrentar el COVID-19 y derrotarlo cuando estuviera en el cargo”, dijo Newall.
En medio de esos desafíos, Biden ha tratado, sin éxito hasta ahora, de aprovechar su mínima mayoría en el Congreso para impulsar leyes multibillonarias que afirma que son necesarias para que Estados Unidos mantenga su lugar en el mundo.
Entre ellas está un estancado plan de gastos de unos 2.000 millones de dólares que incluye ayudas para el cuidado infantil y de ancianos, medidas ambientales, de viviendas asequibles y subsidios a licencias familiares.
Los críticos de Biden dicen que debe enfocarse más en restaurar la economía.
“La administración Biden está actuando como si pudiera ignorar por siempre los problemas económicos fundamentales”, dijo Andrew Puzder, miembro de la Fundación Heritage, en la página web de esa entidad conservadora. “No puede. Mientras más esperemos para abordar seriamente la inflación, la escasez de fuerza laboral, los problemas de la cadena de suministros, peor será la amenaza de una recesión inevitable y profunda”.
Los críticos también rechazan el manejo de Biden de la pandemia. El columnista conservador Jarrett Stepman describió los mandatos de vacunación de Biden como “políticas draconianas de COVID-19 de efectividad cada día más dudosa”.
El mensaje
Kevin Kosar, un miembro del American Enterprise Institute, dijo que los mensajes de la Casa Blanca no son efectivos y señaló que la administración Biden perdió oportunidades de adjudicarse una legislación exitosa cuando se aprobó hace cinco meses, con poca publicidad, una iniciativa que da acceso a los veteranos heridos a perros de apoyo emocional.
“Mucha de la conversación que sale de la Casa Blanca en coordinación con el liderazgo demócrata en las dos cámaras del Congreso ha estado enfocado en las cosas que no han logrado concretar”, dijo Kosar.
“Y mucho ha sido como un tiroteo circular, donde apuntan a sus propios senadores y se quejan de que esa gente no coopera y de por qué lo están haciendo. Y entonces culpar a los republicanos en el proceso. En gran parte, los estadounidenses no responden bien a eso. No les gusta escuchar discrepancias tóxicas partidistas o escuchar excusas”, agregó.
Mientras Biden inicia su segundo año como presidente, la pandemia cumple su tercer año y “el ánimo en el país no es bueno”, dijo Newall.
“Hay esta pausa colectiva, y con esa pausa viene la frustración. Y también preguntas e incertidumbre, particularmente cuando ese fue el principal tema e campaña del presidente. Para él, estar perdiendo terreno en el COVID no le va bien con otros asuntos, porque el ánimo colectivo es de cuestionamiento y frustración”.
Según Newell, eso “se propaga a temas relacionados con la economía, el regreso al trabajo, frenar la inflación y lidiar con otras políticas domésticas”.
Tanto los críticos como los partidarios de Biden han sugerido un reinicio, pero Psaki afirmó que la Casa Blanca está comprometida en su camino actual.
“Seguimos trabajando con los miembros (del Congreso) para determinar el camino a seguir con (la iniciativa) Reconstruir Mejor, y que tengamos la mayoría de demócratas en el Senado a favor de los derechos de votación. Ese es nuestro camino y nuestros esfuerzos es hacer las cosas duras y seguir insistiendo”, dijo Psaki.
Por otro lado, el presidente Joe Biden llegó hace un año al poder con promesas de que cambiaría las políticas amenazadoras y de mano dura hacia Latinoamérica que había impulsado su antecesor, Donald Trump. La propuesta de Biden era colaborar y dialogar más con la región.
No obstante, apenas asumió se encontró con una pandemia que convirtió a Estados Unidos en la nación con más enfermos y muertos en el mundo por COVID-19, y una economía fuertemente golpeada. Su atención se concentró entonces en urgencias domésticas.
“Latinoamérica nunca iba a ser una prioridad para el gobierno de Biden, simplemente iba a haber una forma diferente de relacionarse con la región. Esa fue la promesa”, expresó Eric Farnsworth, vicepresidente del Consejo de las Américas. “Después de un año, tenemos expectativas incumplidas para la región, y una oportunidad verdadera para relanzar un enfoque efectivo”.
Ese enfoque, dice Biden, se concentra en lograr bienestar y fortalecer la democracia en las Américas. Como ejemplos apunta la donación de más de 60 millones de dosis de vacunas contra el COVID-19, casi 17 millones de ellas a Centroamérica.
“Esta administración ve a América Latina como un recurso estratégico de prosperidad y diversidad de resiliencia para los Estados Unidos, y el desarrollo democrático de la región es algo que es fundamentalmente de interés nacional de los Estados Unidos”, expresó a la AP Juan González, director del Consejo de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental.
La defensa de la democracia es un enfoque central de Biden respecto a Latinoamérica. El gobierno estadounidense celebró la Cumbre de la Democracia en diciembre, a la que varios países latinoamericanos —entre ellos Bolivia, Cuba, El Salvador, Guatemala y Honduras— no fueron invitados.
Biden ha denunciado el deterioro de la democracia en Nicaragua, donde ha criticado de forma insistente la detención de opositores al gobierno del presidente Daniel Ortega. Respecto a Cuba, la administración estadounidense ha dicho que la respuesta del gobierno cubano a las protestas que hubo en la isla el 11 de julio demuestra una grave falta de democracia en el país. Como resultado, Biden ha mantenido las sanciones que impuso Trump.
La tendencia al autoritarismo va ligada a la lucha contra la corrupción, otro desafío que Estados Unidos ha dicho de forma repetida que quiere combatir en Latinoamérica.
En Guatemala, Estados Unidos ha denunciado lo que describe como un declive de la independencia judicial, debido a despidos de fiscales que denuncian corrupción en el país. El gobierno de Biden también criticó a la gestión de El Salvador por cancelar la Comisión Internacional contra la Impunidad, por limitar el acceso a información pública y por destituir a jueces y fiscales. La principal diplomática allí, Jean Manes, anunció el año pasado su retiro del país.
“Existe el miedo de que El Salvador, Guatemala, podrían convertirse en otra Nicaragua, en un deterioro de condiciones políticas, de elecciones libres, de instituciones democráticas”, opinó Maureen Meyer, experta de la organización defensora de derechos humanos con sede en Washington WOLA.
Para denunciar la corrupción y las violaciones de derechos humanos, Biden ha implementado sanciones contra funcionarios de Nicaragua, Guatemala, Venezuela y Cuba, algo que le ha merecido duras críticas.
González admite que es una situación difícil. “El tema de la corrupción es clave y es complicado porque muchas de las reformas necesarias en Centroamérica, pero también en otros países de la región, amenazan ciertos intereses y en ciertos casos van en contra de los intereses políticos de ciertos gobiernos”, expresó el funcionario, sin identificar a nadie.
En lugar de disminuir, la migración de decenas de miles de migrantes hacia la frontera sur de Estados Unidos ha aumentado y se ha convertido en uno de los principales retos para Washington.
El gobierno ha dicho que en lugar de cerrar fronteras, busca atacar las raíces del problema migratorio, las causas económicas y de pobreza, la corrupción y la falta de incentivos de la población para permanecer en sus países. Prometió así 4.000 millones de dólares de ayuda a Centroamérica, aunque el Congreso aún no ha aprobado ese dinero.
A pesar de estos programas, en la frontera, Biden ha seguido con la prohibición al acceso de latinoamericanos que piden asilo y ha persistido en políticas que implementaba Trump, como una acción ejecutiva conocida como Título 42, que alegando posibles contagios por la pandemia, frena la entrada de migrantes por la frontera. [Con información de Anita Powell y Patsy Widakuswara, de la Voz de América].