El luto
Por: Augusto Aponte Sierra.
Hoy la voz de mis letras habla sobre el luto y la magia de una canción.
Las definiciones que enlazan al duelo en su expresión social golpearon a mis sentimientos, para decir que el dolor impuesto al corazón por la muerte de un ser querido, en la vieja usanza del sentir caribeño, le dan el color a la ropa y a las actitudes del alma, la moda que más se acomode al tamaño de su tristeza.
Pero hoy todas visiones en mis palabras van dirigidas al momento más difícil en el proceso del duelo, como es la decisión «del cómo, y cuando quitarse el luto».
Dicho así, esto equivaldría a desalojar con voluntad propia, al dolor que invade a muchos sentimientos poblados con recuerdos, llanto y melancolía.
Pero todos los que hemos vivido esta dolorosa experiencia, sabemos que el dolor nunca se va, porque el dolor no se desvanece al desprender las ropas enlutecidas de un corazón que sufre.
Porque ese abandono en el natural «déjame estar”, libre de jolgorios y expresiones de alegría universal, siempre acompañan al color de un alma en duelo.
Me detengo por razones de tiempo y espacio de lectura, en compartir cual ha sido en nuestros pueblos, la mejor forma de «quitarse el luto» socializando alegrías, sin ocultar la tristeza.
Para mí, indudablemente ha sido la música.
Pero no esa música de baile, fundingues, alegorías y cantos que, en sus ritmos y colorinches, disfonizan la ecuanimidad, para abrir las puertas del libertinaje.
Me refiero a esa parte terapéutica que surge de la magia que transforma al sentir humano, cuando se escucha cualquier expresión musical. Es ese poder de sanación que tiene la música en nuestra mente y en la voz del espíritu, cuando conectamos lo que sentimos, con el universo.
Con todo esto, hoy puedo decir que siento y manifiesto mis emociones a través de la expresión musical de mis raíces ancestrales. Porque las soledades propias de la melancolía, que me aíslan en el duelo del espíritu, hoy en sus distancias me acercan al movimiento de la vida. Esas ausentes compañías las he sentido en la presencia de muchos cantos.
Y, entonces, una mañana cualquiera, allá por los escenarios de la música virtual, encontré «el cómo y el cuándo» quitarme el luto social, sin abandonar al luto espiritual.
Porque el canto vallenato es un bálsamo que está al alcance de cualquier dolor y de todas las emociones sublimes del alma, y la mía, jamás ha sido insensible al poder de unos versos bien cantados.
Así puedo admitir sin culpas, que mi luto está y no está.
Efectivamente está, en el dolor eterno que da el adiós por los seres queridos.
E, innegablemente no está, porque mi corazón volvió a cantar, y a su voz le puse color. La vestí con los matices que da la añoranza cuando expresa su emoción con el pincel de la música vallenata, para mostrar el recuerdo que se hizo poesía en muchos versos de aquel pueblo de mis abuelos, como fue Manaure. A ese pueblito y a los balcones de sus sabanas lo conocí a muy temprana edad, en las voces y lágrimas de mi abuela Magdalena.
Por eso, el «Como y el cuándo» quitarme el luto, llegaron en esa canción del maestro Rafael Escalona, llamada “Los Tres monitos” o «La Nostalgia de Poncho», cantada por Iván Villazón Aponte y adornada con las notas armónicas y brillantes, del acordeón del rey vallenato Álvaro López. En ese canto como en muchos otros, florecieron con mil colores de nostalgias todas mis alegrías.
Y en esa voz pueblerina y afinada con la que Iván Francisco, mi primo, les dio vida a sus letras, se dibujó el escenario de los amores de mi familia, al lado de sus amigos Manaureros, en donde ese amor le dio raíces a la historia de mis ancestros.
En esa canción escuché una voz que le dio permiso a mi luto, para que se tomara unos wiskies con el jolgorio, y cantara con todo mi corazón, un ‘jamás los olvidaré’.
En esa canción también cantaban Emilio y Josefa Catalina, mi padrino-El Beato, el pariente Escalona, El profesor Alfonso “Poncho” Cotes, los tíos Buenaventura, Chema y Julio, cuando gozaban en la bohemia de sus vidas laboriosas, en aquella bonanza algodonera, por allá en el Valledupar de los años 60.
Con esa canción, mi luto se fue a descansar en los baúles musicales de los recuerdos más íntimos de su eternidad.
Y así le quité el color triste a mis versos, para vestirlos con el azul brillante que se encumbra en el cielo de los montes del Perijá, para cantar en mi memoria en todos los atardeceres con la brisa de las sabanas Manaureras.
Porque el firmamento en esos montes es el reino de muchas «almas felices», como dijo Villazón en otro de sus bonitos cantos.
Por eso, hoy que vivo en la resignación de mis duelos, puedo decir que la música vallenata, arropó a mi tristeza con el color de sus melodías y con la filosofía de una lírica inteligente.
Esta es la razón, por la que hay luto en mi alma, y en mi voz un canto de orgullo, por la tierra que cultivó familia, en donde siempre estarán las raíces de mis recuerdos sin olvidos. Hoy en la paradoja de un canto triste, llega una alegría espiritual como ese fresco que desde la Tomita se siente en todo el bosque de mis nostalgias.
Y como dice en uno de los versos de esa Nostalgia de Poncho por sus tres monitos: «Ahora comprendo el porqué de la nostalgia que me atormenta el alma cuando vengo de allá» Si de Manaure, la tierra de los Acosta, los Añez y de toda esa colonia Santandereana que hoy es tan Manaurera como esa Danta que vive en la historia del rio Manaure.
Por eso, en definitiva, ¿cuándo quitarse el luto?
Cuando las heridas cicatrizadas en la intimidad de sus afectos nos permitan avanzar en el canto de la vida.