odiología: la instrumentación política de la ira
Por Luís Orozco Córdoba
La Caída del Muro de Berlín, suceso emblemático del fracaso del modelo socialista, de la desmembración de la Unión Soviética y del final de la guerra fría entre las potencias mundiales abrió nuevas esperanzas de expansión y profundización del sistema democrático de la modernidad, así lo proclamaba F. Fukuyama en su libro El fin de la Historia… “las crisis gemelas del autoritarismo y de la planificación centralizada socialista han dejado solo a un competidor como ideología de validez potencialmente universal: la democracia liberal, la doctrina de la libertad individual y de la soberanía popular.”
Sin embargo, esta profecía de imperio absoluto y universal de la democracia liberal también se derrumbaría como el muro de Berlín, esto debido a la concurrencia de factores diversos pero entrelazados: el desbordamiento neoliberal con la sacralización del mercado, la globalización de la economía y la apertura e internacionalización de los mercados financieros, el crecimiento exponencial de la sociedad multimedia y la incapacidad de los Estados de dar respuestas satisfactorias a las demandas populares desde su inoperante estructura democrática y liberal; “la dominación del capital financiero, la globalización y la crisis actual de los estados centrales han terminado por arrojarnos a una era sin precedentes históricos, a una terra incognita para la cual carecemos de mapas.” (José Nun: El sentido común y la politica)
Este escenario, surgido a finales del siglo pasado y dominado por lo se describió como “la muerte de las ideologías y el triunfo del pragmatismo político”, se vió de pronto ocupado a plenitud por nuevos actores: por multitudes desencantadas del socialismo, por muchedumbres resentidas con la democracia inoperante y decepcionadas de los partidos políticos cooptados por la corrupción, por los desempleados, por los arruinados a manos del capital financiero y por el larguísimo etcétera de la gran masa de los excluídos del mundo; su participación en la escena política se inició en 2011 con la protestas de los “indignados” de España, del “Ocuppy Wall Street” de Nueva York y se extendió a las calles de 951 ciudades en 82 países de los 5 continentes. En Colombia ese mismo año miles de estudiantes coordinados por la Mesa Amplia Estudiantil (MANE) se movilizaron para oponerse a un proyecto de reforma de la educación superior; también en Chile para 2011 los estudiantes universitarios y de educación media se manifestaron masivamente en todo el país durante casi todo ese año protestando “contra uno de los rasgos estructurales del ordenamiento neoliberal: el lucro en las iniciativas educacionales.”
La protesta indignada acentuó la recesión democrática a nivel mundial y marcó el inicio de un nuevo giro populista marcado por la instrumentalización de la ira, la cual al decir de M. Nussbaum, “contamina la política democrática y es de dudoso valor tanto para la vida como para el derecho.” (La monarquía del miedo).
El populismo de nuevo cuño, en especial el de izquierda huérfano del sustento ideológico de la lucha de clases, descubrió que podía utilizar como instrumento de su accionar demagógico no a los indignados -cuyo protesta podría considerarse políticamente válida- sino a una turbamulta sin intencionalidad política alguna, manifestantes espontáneos encorsetados por revoltosos de alquiler, por mercenarios a sueldo del populismo enfocados de manera primordial hacia el desafío anárquico de lo institucional, condotieros de lo que en alguna ocasión S. Zizek llamó “una revuelta sin revolución”, “una acción violenta que no pide nada”, unas “explosiones sin sentido”, pagados para convertirse en heraldos del resentimiento, en portaestandartes de la ira. Sucedió en Chile cuando en 2019 fue el escenario de una de las más prolongadas jornadas de protesta airada, las manifestaciones se extendieron por 150 días con un alto número de víctimas y pérdidas materiales que se calculan en más de 3.000 millones de dólares. Sucedió en Colombia en las jornadas del Paro Nacional 2021 las cuales dejaron también un alto número de víctimas, pérdidas económicas por 10,8 billones de pesos, expusieron las multitudes que protestaban al contagio pandémico y afectaron de paso la gobernabilidad democrática, propósito estratégico de su planificación vandálica.
Este es, pues, el desafío que nos ha planteado el populismo totalitario y el que debemosemos enfrentar nuevamente los colombianos en el 2022: El voto democrático y patriótico contra el voto de la ira y el odio populista, recordemos que:
“Lejos de la resignación, el proletario emocional se ha movilizado políticamente en forma de multitud que se ha reservado el voto como un instrumento de reparación y escarmiento frente a los poderosos e intocables. A través de él ha fluido la ira sedimentada en la consciencia de una clase proletaria posmoderna, de una clase transversal que vive deseosa de que se haga justicia al precio que sea. Esa multitud de perdedores (…) se ha revuelto contra las reglas de la democracia liberal (…). Su voto se rige por la psicología de un perdedor que trata de maximizar el efecto dañino de su papeleta electoral”.(José María Lassalle. Contra el populismo. Cartografía de un totalitarismo posmoderno)