25 de noviembre
Deportes

Anthony Zambrano: corriendo desde atrás, para llegar a lo más alto del mundo


El guajiro protagoniza una historia de superación y sacrificio, a toda velocidad.
Cadenas de oro y un par de zarcillos dorados con piedras brillantes donde se lee el número ‘400’, acompañaron a Anthony Zambrano durante su éxito que lo catapultó a la historia del deporte nacional al ganar la presea de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021.

Un final con pompa y glamour lejos de esos primeros años en que el hoy medallista apenas y contaba con la voluntad de correr, pero sin zapatos para practicar.

Su madre Miladis, trabajaba en oficios varios para sostenerlo. Ella se vino con Anthony de brazos a Barranquilla, proveniente de Maicao, en La Guajira, para tratar de hacerse una vida, por allá a mediados de 1998.

En medio de esa humildad, ese muchacho de una personalidad eléctrica e irreverente, se fue levantando en medio de la muchachada de los sectores populares de la ciudad.

El pelo más abajo de los hombros y una imagen desgarbada, zancada larga y un aspecto informal. Era un muchacho de barrio, y nunca se avergonzó de decirlo, tenía pinta de ‘coleto’, pero corazón de campeón alimentado por la sazón de una madre que lo levantó a punta de sancocho de ojo, costilla, zaragozas dulces y otras delicias caseras.

Lo de Zambrano ha sido un crecimiento sin frenos. Hace nada estaba corriendo en los Juegos Intercolegiados y ganando oro como un talento precoz, para luego caer en las manos de Valencín Gamboa y la Selección Colombia Juvenil en el Mundial de Cali donde fue sexto y pronto se reveló como el futuro de la pista colombiana.

Para el 2016, a meses de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, ya era una baza fundamental para correr en el equipo del 4X400. Sin embargo, una lesión lo hizo perderse de las justas orbitales y la falta de apoyo en el país por poco lo lleva a retirarse del atletismo.

Su vida comenzó a debatirse entre ser un mototaxista o un albañil, todo con la esperanza de aliviar la carga de Miladis. Para ese momento, el sueño de una casa para su progenitora estaba tan lejos como una medalla olímpica.

Fue allí cuando un ángel se le apareció en el camino. El entrenador Nelson Gutiérrez le prometió que si se iba con él, pronto, lo llevaría al firmamento a brillar con las estrellas de la velocidad.

El sacrificio pedido a cambio era radicarse de tiempo completo en la fría Quito, en Ecuador. Entrenamiento de altura en una ciudad ajena a él, a su alegría, a su ser Caribe, a la electricidad de su personalidad. Dudó, pero dio el paso. Se empeñó y los resultados se precipitaron en un abrir y cerrar de ojos.

En el 2018 se quedó con el oro en el Sudamericano de atletismo Sub-23, tanto en la final de los 400 metros planos, como en el 4X400.

Para 2019 Zambrano explotó con brillantes. En junio logró su clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio 2021, al ganar los 400 metros en el Meeting Resisprint International, con registro de 44.68.

El jueves 8 de agosto se colgó un histórico oro en los Juegos Panamericanos de Lima. Y meses después, el 4 de octubre, conquistó la medalla de plata en el campeonato mundial de mayores.

El pistoletazo de este jueves cerró un ciclo olímpico monumental, que desde ahora lo perfila como una de las grandes estrellas del deporte cololmbiano. Hoy en día, ya su madre tiene casa y él, una medalla colgada en el pecho.

Anthony Zambrano por siempre será ese guajiro criado en Barranquilla, que desde que estuvo en los brazos de su madre corrió contra el destino.

Desafió la suerte con la voluntad de aquel que escaló el Olimpo, para verse cara a cara con los dioses, y con la inflexibilidad de sus piernas cargadas de poder, les arrebató a los titanes de la velocidad una presea para él, su madre y su tierra.

Nació un héroe y comienza a escribir su leyenda. Andrés Noé Gómez zonacero @andresgol

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