28 de noviembre
Internacional

Una amplia coalición encabezada por la OTAN intentará detener al ISIS en África

Las filiales del grupo terrorista islámico se expanden en los países subsaharianos. Ya controlan territorio en Nigeria, República Democrática del Congo y Mozambique.

Pasaron dos años desde la última cumbre de la Coalición Internacional contra el Estado Islámico -el ISIS-, un grupo formado por más de 80 países y creado para derrotar a la organización terrorista en las regiones que dominaban en Siria e Irak. La pandemia y cierta desidia hicieron transcurrir el tiempo mucho más allá de lo prudente. Cuando los cancilleres volvieron a reunirse ayer en Roma, se encontraron con que el peligro del extremismo islámico continuaba como antes de ser derrotado y desbaratado su autoproclamado califato en territorio sirio-iraquí, pero ahora se había expandido a una superficie mucho más extensa de África, desde los países subsaharianos hasta Mozambique.

Se cree que el Estados Islámico tiene todavía unos 10.000 combatientes repartidos por el desierto y enclaves rebeldes tanto en Siria como en Irak. Pero con la caída de su califato en 2017, muchos otros milicianos se unieron a grupos afiliados en Libia y la Península del Sinaí. A partir de allí comenzó la expansión hasta Chad, Níger y Mali y continuó hacia el sur. En los últimos meses obtuvieron triunfos importantes en Nigeria, República Democrática del Congo y Mozambique.

Los terroristas del grupo islamista nigeriano Boko Haram se hicieron famosos a nivel global por el secuestro de 276 chicas de una escuela de la ciudad de Chibok en 2014. Era, entonces, la filial africana del ISIS. Su líder, Abubakar Shekau, también era conocido por su particular brutalidad y su inclinación a no obedecer a los líderes de la organización de Medio Oriente. Terminaron rompiendo la alianza y hacía tiempo que sus ex compañeros de armas lo buscaban para asesinarlo. Y eso es lo que, precisamente, ocurrió hace unas semanas. La orden vino de los jefes del ISIS en Siria. Shekau era “demasiado violento”, incluso para ellos que decapitaron a decenas de personas sin mayores motivos. Sus hombres se aliaron de inmediato con el Iswap (Provincia de África Occidental del Estado Islámico) y juraron obediencia al ISIS. A partir de ese momento se hicieron fuertes y controlan la región selvática de Sambisa al noreste del país.

Desde entonces, el Iswap integró a sus filas a los antiguos comandantes de Boko Haram y los convenció de que no vean a ningún musulmán que viva fuera de las zonas que controlan como un enemigo y un apóstata, como creía Shekau. El nuevo líder, Abu Musab al-Barnawi, es mucho más moderado y cree que hay que seguir el ejemplo de lo ocurrido en Siria: controlar territorio e intentar crear provincias del califato. En los últimos días envió “fatwas” (órdenes religiosas) para que se admita el pasaporte y otros documentos del gobierno nigeriano como prueba de identidad, abrió zonas para el pastoreo a los campesinos locales, liberó detenidos y empezó a cobrar impuestos religiosos a los habitantes de las zonas que controla. También, desde allí reforzó la retaguardia a lo largo de miles de kilómetros hasta la frontera con Libia junto a partes de Benín y Ghana.

Aunque las estrategias difieren según las condiciones locales, la nueva apuesta del grupo por crear zonas “de `gobernanza yihadista´ se convierte en un enorme desafío para las autoridades nacionales débiles, corruptas e ineficientes”, de acuerdo a Vincent Foucher, experto en extremismo islámico del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia. “Para una organización como Daesh (el acrónimo del Estado Islámico en árabe), es en África subsahariana donde puede tener mucho impacto con una mínima inversión de recursos. Es uno de los pocos lugares del mundo donde controla realmente un territorio de muchos miles de kilómetros cuadrados. Es una frontera para ellos”, explicó Foucher en una entrevista con The Guardian.

Y como ya lo hicieron en forma brutal en el califato de Medio Oriente, las filiales del ISIS imponen la sharía, la ley coránica del siglo XIV, apenas ponen un pie en un nuevo territorio. En Malí, en un pueblo cercano a la frontera con Níger, los combatientes amputaron una mano y un pie a tres hombres condenados por un tribunal islámico por robar a los pasajeros de un autobús. El castigo se llevó a cabo en el medio de un mercado comunal ante una gran multitud. Hay registros de incidentes similares en el norte de Burkina Faso, donde el ISIS inició una expansión. “Es su característica. El ISIS donde levanta sus banderas negras impone la ley y el orden, su ley y orden bajo la concepción más extrema del islamismo, y eso es bienvenido en muchas comunidades asoladas por bandas de delincuentes y asesinos y sin ningún tipo de protección del Estado”, escribió Rida Lyammouri, analista del Centro de Políticas para el Nuevo Sur en Marruecos.

Las fuerzas islamistas insurgentes aumentaron su presencia en Mali gracias a dos situaciones paralelas. Por un lado, está el desgobierno generado por el último golpe militar en Bamako, la capital, que depuso al presidente Ba N’Daou. Por el otro está la retirada parcial de los 4.000 soldados franceses que están estacionados en el país desde hace una década como parte de una misión internacional para detener la expansión de los grupos islamistas insurgentes. Ante la incertidumbre, muchos líderes regionales están cerrando acuerdos con organizaciones afiliadas a la red terrorista Al Qaeda. El último ejemplo se dio en la localidad de Niono, a 340 kilómetros de Bamako, donde los extremistas prometieron minimizar la violencia contra las comunidades regionales si se les permitía predicar y si las mujeres eran obligadas a llevar velo.

La filial denominada Provincia Centroafricana del Isis (Iscap), que opera en la República Democrática del Congo y en Mozambique, parece favorecer la coerción brutal por encima de todo. Hay informes de masacres de comunidades enteras por la sola razón de haber sido conquistadas previamente por grupos rivales. La semana pasada, al menos 50 aldeanos murieron en dos ataques sin mayor sentido en la planicie congoleña, según el grupo de investigación Kivu Security Tracker. En Mozambique, los insurgentes islamistas que enarbolan la bandera negra del ISIS siguen controlando de facto gran parte de la conflictiva provincia de Cabo Delgado. En ese país, de acuerdo a Naciones Unidas, en 2020 se registraron más de 500 actos terroristas que dejaron unos 3.000 muertos y al menos 670.000 desplazados.

En la cumbre de Roma, presidida por el ministro de Exteriores italiano, Luigi Di Maio, y el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, se acordó utilizar las mismas tácticas que se usaron con éxito en Siria e Irak para combatir a los islamistas africanos: fuerzas locales junto a comandos de la OTAN que vayan barriendo por zonas el territorio controlado por los insurgentes. Firmaron la declaración 40 cancilleres presentes y los nuevos miembros como la República Centroafricana, Congo, Mauritania y Yemen, que se sumaron a los otros 79 estados. También lo hicieron el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. “Apoyamos firmemente la iniciativa de Italia para asegurar que la coalición centre su experiencia en África, mientras sigue manteniendo los ojos muy abiertos en Siria e Irak”, dijo Blinken en una muestra más del regreso de Estados Unidos a las operaciones internacionales después del paréntesis impuesto por la administración Trump.

El otro problema abordado por los cancilleres fue el de los campos de desplazados y confinamiento donde se encuentran decenas de miles de simpatizantes del ISIS y familiares de los combatientes. Sólo en el campo de Al Hawl, en el norte de Siria, hay 60.000 refugiados, muchos extranjeros, y se cree que desde allí se organizan las ofensivas de los terroristas en la región. “Esta situación es sencillamente insostenible. No puede persistir indefinidamente”, dijo Blinken mirando a sus colegas europeos. Francia y Gran Bretaña, dos de los más estrechos aliados de Estados Unidos, se resisten a los llamamientos para repatriar a sus ciudadanos que se unieron en su momento al ISIS. Creen que no tienen forma de desradicalizarlos y que en las cárceles van a adoctrinar a los otros presos. También temen que los tribunales exijan la libertad de los ex combatientes, imponiendo así una gran carga a los servicios de inteligencia.

“No puede haber zonas liberadas para los terroristas ni en los campos de refugiados, ni en África, ni en ningún lado”, concluyó el ministro italiano Luigi Di Maio. Una declaración de principios impecable pero que para los expertos que estaban en la cumbre de Roma para que tenga un efecto real se requiere mucho más que palabras. Combatir al extremismo islámico llevará mucho tiempo, recursos y una capacidad militar considerable en una región altamente inestable.

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