Las casitas de bahareque
Por: José Galiano la Rosa
Ricardo, buenos días llamo no solo para saludarte, sino también para pedirte un favor, toma unas fotos de las casitas de bareque que hay a las salidas de nuestro pueblo y si puedes algunas de los pueblos vecinos. Hola José, lo haré con gusto, oye dime y eso ¿para qué las quieres?; Ricardo, después te digo donde puedes ver lo que se me ocurre escribir hoy y talvez durante dos o tres días más. Mi amigo, quedó satisfecho con mi promesa y aceptó tomar las fotos; yo pondré algunas aquí y también bajaré unas de otros pueblos de nuestra región, verán como son Las Casitas de Bareque y algo de lo que ellas protegen y representan. Decidí contarle más a Ricardo, porque además de ser un viejo amigo, continúa viviendo en nuestro pueblo y es una fuente fidedigna de información, así que lo volví a llamar y le dije, Ricardo siéntate cómodo, te contaré que hago y me darás tus opiniones, primero quiero contar lo que ya te dije, ¿Qué son las casitas de bareque y que representan?, después iré narrando más cosas que creo importantes.
Me preparé un buen café de los nuestros, que son los mejores cafés suaves del mundo y me trajo recuerdos, si recuerdos de los años sesenta, cuando iba camino a nuestra finca, a caballo y vi a Clímaco un señor mayor, que tenía como oficio cavar posos artesanos que hacía a pico y pala, construir casas de bahareque y tuve la suerte que estaba en ese momento construyendo una; me detuve y baje del caballo; en el pueblo todos nos conocemos y más cuando las personas tienen algún oficio como el de Clímaco, después de saludarnos, le pregunte si podía quedarme mirándolo trabajar a lo que respondió que eso no le molestaba y me pasó una butaca de madera, de esas hechas por los dueños de casa, que se sostienen en tres patas y las hacen del “palo o madero que primero encuentren”. Me senté a observar.
Clímaco era un hombre de unos 55 años, robusto, moreno, algo canoso, poco gustaba de hablar mientras trabajaba, porque decía que eso le robaba tiempo; trabajaba con todo el torso desnudo, para que el sudor no le dañara sus camisas y en su bolsillo derecho del pantalón, sobresalía una especie de toalla, de color indefinido, ya que había madrugado a trabajar y ese era su pañuelo, el que le servía para secar la mezcla de sudor, tierra, cal y boñigas de vacas que el recogía en los corrales de las fincas o en las calles, porque, en esos años, aún los ganados de las fincas vecinas al pueblo, al anochecer encontraban más cómodo dormirse y hacer sus necesidades en los parques del pueblo y Clímaco cuando tenía que hacer casitas de bahareque, recogía las plastas de boñiga de los animales.
Clímaco, nuestro arquitecto sin título universitario, pero que había construido cientos de casas y excavado otra cantidad similar de pozos para extraer agua, varios montones de los materiales que iba a utilizar: uno de ellos era barro, tierra que sacaba excavando, quitando la primera capa de tierra, para que no tuviera arena y que humedecía; otro montón eran bultos de cal que había comprado, el siguiente era de boñiga de los vacunos, que había recogido en un corral cercano; a unos 6 metros había varios bultos de latas, de una planta que crece en humedales y que nosotros llamamos “uvita de la lata”, por cierto, de la uvita de lata, de su fruto se hace un delicioso jugo y también un vino, que es apetecido y que en los últimos años se comercializa; tenía además Clímaco unos bultos de hojas de palma, esos eran sus materiales.