¡Demandaron a mi tía críspula!
Por Jesús Vides
Terminé mi bachillerato en 1980 en el colegio Gimnasio Académico de Bogotá con la ilusión de estudiar periodismo. Por razones económicas debía estudiar en universidades públicas y para mi sorpresa y desconsuelo, la carrera de Periodismo (hoy Comunicación Social) no estaba en dichas universidades, razón por la cual mi padre Mole Vides me pidió regresar a mi pueblo para trabajar durante un año con el compromiso de encontrar una salida y poder estudiar esa carrera en alguna universidad privada.
Regresé a La Jagua de Ibirico en 1981 a trabajar en la Alcaldía Municipal en el cargo de Secretario de la Inspección Departamental de Policía, el Alcalde era el querido señor Manuel Ochoa, el Secretario del Alcalde el inolvidable Pedro Díaz y mi jefe inmediato, el Inspector era un buen muchacho de La Palmita llamado William Pineda. Era una alcaldía con bajísimo presupuesto ya que solo hacía dos años se había convertido en municipio.
Todo transcurría de manera placentera y normal a pesar de que los sueldos no eran muy buenos. No había iniciado aún la explotación minera, no había plata.
La Jagua era un pueblo tranquilo, pacífico y en la Inspección de Policía
solo llegaban querellas menores, yo me sentía feliz y agradecido con la vida hasta que llegaron a demandar a mi tía Críspula… Empezó el caos.
Mi tía Críspula Mier, una honesta y trabajadora mujer, hermana mayor de mi papá, era la dueña del cotizado bar y prostíbulo “El Tinajón” situado en La Ye. Tenía terminantemente prohibida la entrada a dicho bar a sus familiares e hijos, so pena de un castigo severo, así que la familia nunca asomaba sus narices por ahí, mucho menos sus hijas. Cuando alguno de sus hijos varones con tragos encima aterrizaba en el bar, ella misma los sacaba a garrote puro. Nadie la desobedecía en la familia. Cabe aclarar que mi tía jamás consumía alcohol, ni ejerció la prostitución. Tuvo un hogar ejemplar con el señor Parejo quien siempre fue su eterno acompañante. Fue tan organizada que siempre tuvo negocios, almacenes en Maicao y le dejó de herencia a cada uno de sus hijos un hermoso lote en el mismo barrio, tal vez por razones económicas algunos los vendieron años después. Fue una mujer ejemplar.
Allí en “El Tinajón” trabajaba una joven y hermosa muchacha de pelo rubio oriunda del Tolima que se había constituido en toda una leyenda entre los clientes, no daba abasto, todos los hombres la apetecían, de verdad era linda, decían que tenía la tarifa más cara, motivo por el cual era la consentida de mi tía, toda una estrella entre las prostitutas del pueblo. Mi tranquilidad terminó el día en que esta mujer se presentó en mi oficina:
-¡Vengo a demandar a mi patrona, la señora Críspula Mier!
-Siga, siéntese, explíqueme por favor en qué consiste su querella.
La muchacha me explicó que llevaba alrededor de dos años pidiendo su liquidación a mi tía Críspula para poder regresar a Ibagué a ver a sus dos pequeños hijos y mi tía no la dejaba ir reteniéndole el dinero. Según ella las razones de Críspula era que el negocio se podía ir a pique con su marcha ya que sospechaba que la rubia no iba a regresar, reconociendo a su vez que era bien tratada y bien paga, pero que ella extrañaba a su familia, muy dolida llorando me dijo:
-En este pueblo no hay justicia. Es la tercera demanda que pongo y nadie me para bolas, parece que la señora Críspula es intocable. ¡Ayúdeme, por favor!
Recepcioné la demanda, disimulando mi preocupación y, dándole un falso ánimo, despaché a la demandante. «Veré que puedo hacer, vaya tranquila».
El entrañable viejo Pedro se me acercó con unas consoladoras palabras.
-No te preocupes, Jesús, nadie se mete con Críspula, ella le conoce los secretos a los importantes del pueblo, esa es una caja de pandora que nadie se atreve a abrir, ahí no va a pasar nada. Quédate tranquilo muchacho.
Me fui a mi casa a contarle a mi papá lo sucedido buscando su consejo, él riéndose le restó importancia al asunto:
-Yo con «Crispulacha» no me meto, ella es como mi mamá, ella me crio. Archiva eso, olvídate de ese asunto. Ella es muy correcta, debe tener sus razones para retener a esa muchachita. ¿Sabes por qué la llamo Críspula Rectituta? Porque jamás ha comentado quién entra y quién sale del “Tinajón”, nadie por boca de ella se ha enterado de las travesuras de los hombres de este pueblo. Es la mujer más confiable que hay. No te preocupes, en pocos días todo se va a olvidar.
Y me olvidé del asunto, ya que si los mayores no se atrevían alborotar ese avispero ¿quién era yo para hacerlo? Estaba claro que yo no iba a hacer nada.
Pasaron varios días. Volvió la calma y la tranquilidad al despacho y se celebró por esa época con mucha alegría en el pueblo la creación del primer Juzgado Municipal de La Jagua de Ibirico cuyo Juez era el joven abogado Elio Murillo. Ahí empezó mi calvario.
La joven y bella prostituta aconsejada quien sabe por quién, acudió al Juez y le comentó su caso con tres demandas ante tres diferentes inspectores de policía y que todos se habían pasado por la faja la misma demanda. El recién estrenado juez estaba “cuchilla” y decidió hacer cumplir la ley. Acto seguido emitió una carta dirigida a mí en tono amenazante, con términos como «Sírvase cumplir de manera obligatoria la demanda en curso», «su desacato
acarreará consecuencias con todo el peso de la ley», «no cumplir la ley puede ocasionarle destitución y arresto».
Quedé helado al recibir el oficio del Juez, me dio dolor de estómago y hablé con el alcalde. Don Manuel Ochoa me atinó a decir:
-Caramba, esto es nuevo para nosotros. Dile a tu papá que hable con el juez porque ese tipo tiene fama de jodido.
Las situaciones en La Jagua siempre se habían resuelto con diálogos, familiaridad y amistad, pocas veces pasaban a mayores, pero la llegada de un foráneo por supuesto que iba a cambiar todo. El juez fue inflexible y me envió una segunda carta más amenazante y fuerte. Después de varias reuniones, consejos iban y venían y se llegó a la conclusión que había que obedecer al juez y cumplir la ley. Traté de acudir al inspector que además era a quien en verdad le correspondía solucionar el caso, pero este que era una especie de funcionario fantasma porque se presentaba de vez en cuando, al comentarle me dijo sonriente.
-Yo soy tu jefe, así que te delego ese asunto.
No podía dormir, estaba metido en un berenjenal, todo el mundo se escabullía, se salían por la tangente, me daban respuestas enredadas, laberínticas, cantinflescas, sin comprometerse, era un sálvese quien pueda, alguien sin nombre me dijo: «Mierda, qué lío». Me quedé solo.
No me quedó más remedio que enviar la boleta de citación con el formato preestablecido por la ley: «Señora Críspula Mier, sírvase presentarse en el término de la distancia a contestar la demanda tal…», «Presentada por fulana de tal…», «Su desacato acarreará todo el peso de la ley, como arresto, sanciones, etc., etc.». Primer aviso.
Cuando le entregué la boleta de citación a nuestro mensajero el venerable anciano Bolívar Mendoza sentí que iba directo hacía el paredón. Dándome una palmadita en la espalda, Bolívar me dijo:
-Oiga hijo, en mis largos años jamás le había llevado una boleta a Críspula, qué vaina… Og carajo.
Partió hacía La Ye, rumbo a El Tinajón, la suerte estaba echada. Fue la hora más larga de mi vida, se me resecó la garganta, me temblaban las piernas. ¿Cómo reaccionaría mi tía?
El tiempo se me hizo interminable, después de un larguísimo rato regresó Bolívar y me comentó la respuesta de mi tía Críspula:
-Oye Bolívar ese que firma aquí, el tal Jesús Vides, ¿acaso no es mi sobrino el hijo de Mole?
-Si Críspula, el mismo.
-Vergajo pelao ese, no respeta a los mayores, me va tocar ir a joderlo y darle una cueriza en la propia alcaldía. Dígale que me meta presa y que rompí la boleta.
Me dieron ganas de orinar y vomitar y salí corriendo para el baño, mi susto era terrible, estaba solo y desamparado, por un lado un Juez amenazante y por el otro una respetada tía también amenazante. Me encontraba en un callejón sin salida a mis escasos 18 años.
La pequeña alcaldía estaba situada en la esquina noroccidental del parque principal con unos ventanales grandes que daban unos hacía la carrera 4ta directo a La Ye y los otros hacia la calle San Miguel. Pegado a la alcaldía por la misma calle quedaba el Puesto de Policía.
Bolívar le comentó su preocupación a alguien y todo se volvió una bola de nieve en el pueblo: ¡Demandaron a Críspula!
Empezaron todo tipos de dimes y diretes, chismes, burlas, parodias, susurros, inventos, donde los muchachos imaginaban qué iba a pasar. Me remedaban. El juez me tenía vigilado.
A los 8 días era obligatorio mandar la segunda boleta de citación con los mismos términos jurídicos, «Sírvase presentarse en el término de la distancia», etc., etc. Segundo aviso.
-Rompió la boleta y dijo que definitivamente le tocó joderte y que como le mandes la tercera y última boleta ese mismo día viene a castigarte con el rejo.
Eso me dijo Bolívar delante de una pequeña multitud que estaba al acecho de su regreso, ya todo el pueblo seguía los acontecimientos como si se tratara del desenlace de una novela o una obra de teatro y esperaban el capítulo final. Por cualquier esquina aparecía alguien sin rostro que me gritaba: «¡Secretario, te va jodé Críspula!». Cualquier niño se burlaba sonándose los dedos «Ñeeerda, ñeeerda, ñeeerda». Un tipo cualquiera pasaba silbando mostrándome la hebilla de su cinturón, muchachas anónimas se carcajeaban al verme pasar, señoras respetables y elegantes me miraban con compasión, hombres pulcros fruncían el ceño, acusándome y tosiendo con reproche. Yo era el protagonista de una comedia de la vida real. Poco a poco se acortaban los días para la tercera y última citación. Uno que otro me decía: «Faltan cinco, faltan tres».
El día anterior pasé la noche en vela, solo mi mamá me consolaba, mi papá acostumbrado siempre a hablar esta vez se volvió silencioso.
Llegó el día señalado y me fui rumbo a la alcaldía a cumplir la cita con mi destino. Caminé despacio para nunca llegar, pero no pude eludir lo que ya estaba escrito, por un momento perdí la noción del tiempo y no fui consciente que la aglomeración en el parque y en la esquina de la alcaldía tenía que ver conmigo. Vi a Álvaro Daza con su carro de raspao vendiendo en la esquina, vendedores de cocadas, de almojábanas, ofreciendo a la multitud. Era una fiesta total. Al entrar a mi oficina y ver al señor Dimas Darío Díaz que sobresalía en la aglomeración del ventanal con su gran sonrisa diciéndome: «Llegó tarde Secretario». Ahí me di cuenta que la cosa era conmigo, ahí me desperté de mi letargo, comprendí que la multitud se había reunido para presenciar el envío de la última boleta de la citación y por supuesto la venida de mi tía Críspula a cumplir su amenaza. Elaboré muy despacio la citación que por ser la última llevaba un contundente párrafo: «Si hace caso omiso de este llamado será conducida hasta nuestro despacho por los agentes de la Policía Nacional. Último aviso».
La suerte estaba echada, no había vuelta atrás. Bolívar Mendoza partió con pasos lentos como entendiendo las circunstancias en medio de los vítores y algarabía de la multitud. La gente describía detalladamente por donde iba el mensajero: «Ya va llegando, va por donde Benildo». Mi escritorio estaba empapado por el sudor de mi frente y de mis manos. Llegó un momento en que todo lo veía en cámara lenta y ya no escuchaba el ruido de la gente, era una ensoñación donde veía a mi tía dentro del calabozo, agarrando los barrotes con la mirada serena y después me veía a mismo dentro del mismo calabozo agarrado de los mismos barrotes pero bañado en llanto, parecía real, parecía irreal, no sé cuánto tiempo pasó, fue un tiempo eterno, hasta que fui interrumpido abruptamente por el regreso de Bolívar.
-La dejé alistándose, se puso una puñaleta en el cinto, una pañoleta roja en la cabeza y buscando un rejo de cuero de vaca de tres ramales. Se te llegó el momento muchacho. Críspula siempre ha cumplido su palabra. No hay vuelta atrás.
Al escuchar eso la multitud entró en un delirio desbordante, la morbosidad de un pueblo donde casi no pasaba nada era única. Nadie se iba a perder el espectáculo.
“Fueraaa, ya viene Críspula”, “Es la de la pañoleta roja”, “Viene vestida de negro”, “Allá vieneee”.
La gente así como lo hizo con Bolívar de ida lo empezó hacer con mi tía de venida, describieron el recorrido, era como una daga en mi cuerpo.
Me dio fiebre, me paralicé y pude comprobar que todos los funcionarios de la pequeña alcaldía se habían esfumado y ahora hacían parte de la multitud en la calle, el único que se quedó en su puesto solidarizándose conmigo fue Pedro Díaz, gran amigo de verdad y compadre de mi papá.
«¡Viene por donde Silvia Ramos!». Los gritos arreciaban.
Eso significaba que mi tía estaba cerca.
Al subir mi tía por los andenes de la alcaldía la gente gritó: «¡Críspula, Críspula, Críspula! ¡Viva Críspula! ¡Jódelo Críspula pa’ que respete!».
Estaba claro del lado de quien estaba el pueblo.
Mi corazón y mi respiración se paralizaron cuando escuché la fuerte voz de mi tía al entrar a la alcaldía en medio del ensordecedor ruido y gritar:
-¡¿Dónde está el secretario?!
Hubo un silencio total, los murmullos callaron, solo se escucharon los pasos de mi tía camino hacía mi escritorio. Con la voz entrecortada y con un sonido casi infantil y prácticamente inaudible solo le atiné a decir:
-Hola tiíta…
No me respondió y como era una mujer alta mis reflejos felinos alcanzaron a ver el latigazo que venía en camino y como un rayo me metí debajo del escritorio arrastrando conmigo la silla para quedar dentro de una muralla.
Sentí el estruendo del látigo contra el escritorio al mismo tiempo del estallido de la concurrencia: «¡Ja, ja, ja, dale duro!».
-¡Salga cobarde! -Gritó mi tía.
-¡Mira dónde está la autoridad! -Gritó la gente.
-¡La Policía no está. El Cuartel está cerrado. Claro ellos también son clientes del “Tinajón”! -Gritó Consorcia.
Mi tía seguía enfurecida dándole rejazos a mi escritorio y diciendo:
-¡No ha nacido quien meta presa a Críspula Mier. Dé la cara secretario, atrévase, no se esconda! ¡Tráigame a su papá pa’ joderlo también!
Fueron los instantes más largos de mi vida, parecía que se había detenido el tiempo, no veía desenlace alguno, no sabía cómo iba a terminar todo. Mi sufrimiento era total, estaba en la oscuridad de un túnel interminable. Me puse a orar. Creo que el Padre Celestial escuchó mis súplicas porque inmediatamente se escuchó la voz de Pedro Díaz que acudió en mi auxilio:
-¡Cálmate Críspula, vete en paz para tu casa que yo arreglo esto! Sabes que yo no miento.
-Bueno Pedro, siempre te he respetado y tú a mí también. Voy a confiar en tu palabra. No se metan en mis asuntos que yo no me meto con nadie. Yo le prometí a esa muchacha que la dejaba ir después de navidad y año nuevo, estamos en marzo, no le veo problema que se espere estos mesecitos, yo le voy a dar su dinero y sus bonificaciones porque bastante que produce, es justo, es la mejor trabajadora que he tenido. No hay más que hablar, yo también cumplo mi palabra, así que adiós…
Sentí un alivio gigantesco y respiré profundo cuando escuché la voz de mi tía despidiéndose de la multitud y alejándose en medio de los aplausos: «¡Críspula alcalde!».
-Ya puedes salir muchacho, ya todo pasó -me dijo el señor Pedro.
Al salir de debajo del escritorio la multitud estalló en carcajadas y me señalaban con el dedo con todo tipo de exclamaciones burlescas, muecas y risotadas, cerré la oficina por indicación del viejo Pedro y en su compañía nos fuimos para la casa a buscar a mi papá.
Después de muchas ideas se llegó a la conclusión que como mi sueldo era de $ 4.000 pesos, se le pidiera al alcalde un adelanto de dos meses, más otros $ 8.000 pesos que consiguió mi papá para un total de $ 16.000 pesos.
Se resolvió citar en un lugar secreto a la hermosísima prostituta en horas de la tarde, entregarle el dinero, hacerle firmar el recibido y el desistimiento de la demanda. Una vez hecho esto y con el acompañamiento del primer policía que apareció, se llevó a la mujer con su pequeña maleta hacía la bomba de Olga Ditta a esperar el Copetran que la llevaría a su tierra. Los planetas se alinearon a mi favor, ya que coincidencialmente mi tía Críspula había salido hacia Becerril a unas diligencias personales.
La chica se fue llorando de felicidad, el juez hizo valer su autoridad, el pueblo disfrutó su carnaval, los hombres honorables respiraron tranquilos en sus hogares, mi papá volvió a sus interminables charlas, y yo no perdí a mi amada tía Críspula “Rectituta”…