Opinión

No me invitaron, pero yo tenía que estar ahí. Por eso amo los sancochos

Por: José Galiano La Rosa

 Yo no era invitado a ese “sancocho”, pero tenía que ir; los miembros del sindicato, creían que yo era su enemigo, pero la verdad es que yo no era su enemigo; no puedo negar que el “paro”, que iniciaron a pocos días de asumir yo la gerencia de esa institución era justo, más bien era incomprensible y me hizo pensar que en sus intenciones había un fuerte “componente político”. Conocía que todos los sindicatos, cuando entraban en “paro” para retener más tiempo los trabajadores, hacían grandes sancochos, para que se quedaran a almorzar y no se fueran a sus casas; yo tenía que acercarme a ellos.

Tenía muy claro que con el sindicato, las cosas estarían muy complicadas; teníamos malos recuerdos derivados  del contexto de una huelga, en la que intervine para  defender  a un paisano y amigo que en aquellos momentos fungía como secretario de salud del departamento y que a su vez venía soportando la presión indebida, de la gobernadora de turno, quien pedía mi cabeza, con la misma insistencia que un niño le pide a papá Noel regalos en navidad,  por el simple hecho de no pertenecer a la corriente política de su gobierno. De eso hacía ya unos años y yo esperaba, que hubiéramos cambiado.

 En la primera reunión con la directiva del sindicato, se hizo evidente que unos tenían deseos de revancha y otros equivocadamente creían que yo “les había dado más duro, que ellos a mí”; lo cierto es que en aquella ocasión la situación fue tensa para ambas partes; eso hacía que sintiera el deber de demostrarles, que ese episodio había quedado en el pasado; esperaba que ellos pensaran igual.

Para mí no iba a ser fácil, aunque ya sabía que yo no era santo de la devoción de los políticos tradicionales de mi departamento, ni ellos de la mía, era un sentimiento mutuo. Había ocupado la dirección del Hospital Regional de Aguachica, contra la voluntad de dos gobernadoras vallenatas, miembros de la misma familia, acostumbradas a que el poder siempre tenía que estar entre ellos. Renuncié cuando ya ellas habían dejado de serlo y hoy día todavía me pregunto: ¿qué hicieron en sus mandatos?, ¿dejaron algo positivo para el departamento?, ¿se acordaron que existe un centro y un sur?  o ¿gobernaron solo mirando hacia Valledupar?

Los primeros meses al frente de la dirección del hospital en Valledupar, fueron como esperaba, muy difíciles; en cada reunión parecía que tuvieran a alguien encargado de lanzarme piedra, me hacían preguntas, que me demostraban su desconfianza, sin embargo, todos entendían que yo había recibido un hospital en la ruina, y con una deuda de más de $2.000.000.000, que en su gran mayoría correspondía a pagos de trabajadores y en menor proporción a los proveedores. Estos acontecimientos sucedieron hace varios años, ubiquémonos en 1.995 y permítanme volver a los días de los “sancochos”.  

Volvamos al contexto del “paro” con el que prácticamente me recibieron, cuya causa principal era la deuda con los trabajadores, punto de vista desde el cual se consideraba justa la huelga, a pesar de que no me dieron tiempo de buscar solución antes de emprenderla. Durante el paro, el sindicato permitía la atención de las urgencias, como era su deber; eso, yo lo apreciaba mucho. En situaciones de “paro” era común colocar sillas y mesas al frente del hospital, y hacer una gran olla de “sancocho”, plato típico de mi tierra.  Yo opté por acercarme a ellos, a las mesas en donde estaban los dirigentes, sentármeles cerca y buscar conversación con ellos a pesar de que, ante mi saludo, las respuestas fueron simples monosílabos, sin embargo, el hecho de que me contestaran ya era un buen comienzo.

En uno de los días del paro, a eso de la media mañana, sacaron un juego de dominó y aproveché la ocasión y les contesté: “claro que juego y suelo ganar”; los provocaba, para que me hicieran parte del juego, y dio resultado; habíamos comenzado a “romper el hielo” gracias al juego; yo estaba obligado a ser prudente y llegó el momento esperado, uno de ellos dijo: “aja doctor y ¿cómo va a hacer?, nos deben dineros de nuestras vacaciones a todos, recargos nocturnos y, festivos de varios años y muchos meses de sueldo; nos pagaron solo dos meses de salario y eso se quedó en la tienda donde hacemos las compras”; yo escuchaba, sabía que tenían razón y  que lo íbamos a resolver lo más rápido posible, pero  necesitaba tiempo y el apoyo de ellos por lo que les dije que en reunión aclararíamos todo.

Yo sabía cómo podría empezar a gestionar las soluciones; jugué un par de horas, me acerqué a la olla del sancocho, con el cucharon revolví la sopa y les dije, “va a quedar muy bueno”; reconozco, que me estaba extralimitando en mi afán por acercármeles, pero había que hacerlo; tal vez por eso, fui por fin invitado a comer de su sancocho; por cierto, sabía muy bien. El “sancocho costeño”, se suele preparar con hueso blanco y costilla de res; se puede hacer bifásico con dos tipos de carne o trifásico con tres tipos: res, cerdo y pollo o gallina criolla, además lleva bastimento o sea yuca, plátano, papa, mazorca, se le agrega cebolla, cebollín, ajo y cuando ya se va a servir se hace con una generosa porción de cilantro; lo prohibido, era el tomate pues según los que saben de esos menesteres, este lo pone “agrio”.

Nunca olvidaré ese sancocho, pues se convirtió en la antesala de los arreglos o por lo menos, ahí me enteraba de lo que más tarde en reunión íbamos a tratar. El “paro” continuaba, por lo que el día siguiente, aporté mi cuota para la olla y así poder almorzar con ellos. El rumor de que yo estaba sentado almorzando con los del paro, llego volando a varios sitios de la ciudad incluyendo a nuestros vecinos de la secretaria de salud del departamento; para entonces no era un secreto que el secretario de salud y yo, “no nos llevábamos bien”; cada uno de nosotros tenía su teoría al respecto, aunque ese será tema para otro @cuentonocontado.

Eran las seis de la tarde, cuando llegué a la gobernación, para  reunirme con el gobernador y con  el secretario de salud; y la pregunta fue la misma que mucha gente se hacía en la calle: ¿cómo es que tú te sientas a jugar domino con los trabajadores que “te” están haciendo huelga y hasta almuerzas con ellos?; el secretario de salud, se extralimitó con la pregunta: ¿acaso tú también formas parte del paro?; mi respuesta la dirigí al gobernador; le  recordé, que cuando me había nombrado me había dicho que confiaba en mí  y que con su apoyo sacaríamos el hospital adelante.

En dicha reunión, hubo un ligero “tira y afloja” con el secretario de salud, recuerdo unas de sus palabras: “no estás en Aguachica, aquí la gente es más jodida”, a lo que respondí: “y tú, ya no eres alcalde”; el gobernador intervino diciendo: “ustedes no me van a volver loco, pónganse de acuerdo en algo”; sentí que con esas palabras me estaba diciendo algo así como ”tu respondes”;  me regresé al hospital, esperé hasta el día siguiente sin tocar el tema con los sindicalistas, todos estaban intrigados por saber, cómo me había ido en la gobernación; yo necesitaba que ellos me pidieran una reunión.

El sindicato tenía una larga lista de peticiones, había razón en muchas de sus inquietudes; aunque tenían que entender que con el “paro” nos hundíamos más; no producíamos jugando dominó y comiendo sancocho, no solucionábamos nada; yo debía hacerles entender que nos arriesgábamos a hacernos inviables para el ministerio y que además era conveniente en la ciudad mejorar la mala imagen que el Hospital tenía en la ciudad debíamos trabajar para que no lo vieran como una pesada carga, y para que le quitaran los apodos desagradables que le tenían. Mi objetivo era lograr que nos examináramos con institución para identificar en qué se venía fallando y cuales costumbres o hábitos había que cambiar; el “hospital debía ser querido por todos”.

El Gobierno, sabía que para implementar la Ley 100, teníamos que tener el hospital “saneado”; esa coyuntura, sumada a la presión ejercida por el ministerio de salud, ayudó para que se consiguieran los recursos. Había que priorizar y lo hice, pagando primero a los trabajadores y luego a los proveedores; estimulaba a quienes directamente brindaban el servicio; el ambiente fue cambiando, y también el estado de ánimo dentro del hospital. Venia de lograr algo similar en un verdadero “hospital de guerra”, como siempre consideré al de Aguachica; aquí como en cualquier otro lugar, el no recibir los pagos a tiempo desestimulaba al personal, eso había que cambiarlo y con ello lograr cambiar “el aire que se respiraba adentro”. 

Con el tiempo, la directiva del sindicato y yo nos “llevábamos mejor”, o por lo menos ya confiábamos algo entre nosotros; yo era sincero con ellos lo cual ayudó mucho; comenzaron a presentar sus problemas, llevándome también algunas posibles soluciones, teníamos claro que si eliminábamos los gastos innecesarios y si aprendíamos a “facturar” al gobierno los servicios que brindábamos, el hospital saldría adelante. Formamos unos pocos trabajadores en “facturación”, recuerdo que varios se volvieron expertos en facturación, no se perdía un peso.

Veníamos de un sistema “enfermo”, se basaba más en el poder político, que en la prestación de un servicio de calidad a los pacientes; los hospitales eran como “vacas lecheras” a las que todos los políticos ordeñaban; les era fácil hacerlo porque el poder superior intercambiaba recursos por favores y muchas personas, por no perder su cargo, lo aceptaban. Mi ventaja era que siempre ocupé los cargos y me supe retirar en el momento oportuno, aplicaba el verbo renunciar, y solía hacerlo en el momento en que mejor funcionaban las cosas, era lo ideal; ese era el secreto, de un cargo salía para otro, muchas veces me di el lujo de renunciar y posesionarme en el mismo día.

Renunciar cuando has logrado el objetivo es el ideal; en el caso que nos ocupa, el hospital estaba saneado, yo no tenía ni corazón, ni estómago, para pedirles que renunciaran y decirles que su “plata” estaba segura”, eso nunca lo hice.  Quizás por cosas como estas duermo bien; seguramente no lo harán quienes se prestaron para crear o permitir que extraños crearan cooperativas que luego viviesen del trabajo de los funcionarios de la salud. Me pregunto ¿por qué no lograron que primero se organizaran?, quizás por temor a perder sus cargos, o por el afán de “mojar prensa” y estar a diario en las noticias.

Hoy en día, agradezco todo este aprendizaje pues me preparó para circunstancias que viví más adelante, y aquí estoy, logré sobrevivir a muchas otras situaciones, gracias a Dios y a todos ustedes los que me veían como un amigo y los que lo hacían de otras formas. Ustedes, fueron la escuela para que yo aprendiera a negociar; así pude “tratar” el infame secuestro de un hermano y sortear las varias ocasiones “me invitaban” a hablar desde uno u otro extremo y permanecer fiel a mis principios, porque, como narro en otro de mis cuentos: No nací para matar.+

Cuídense del Covid,

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