23 de noviembre
Variedades

El drama de los niños y jóvenes indígenas Nukak y Jim que sufren la drogadicción y el abandono

En el 2014, el centro de salud que los atendió determinó que de 88 Nukak entre los 14 y 30 años, un 77 % de ellos consumía algún tipo de droga y de ellos, un 57% reportó depresión y ansiedad

La comunidad indígena Nukak Maku y Jiw está desapareciendo de Colombia, pese a que ha llamado la atención de muchos investigadores, académicos e intelectuales por ser una de las pocas etnias nómadas que aún sobreviven con el pasar del tiempo. Sin embargo, es una comunidad abandonada que viven en precariedad.

En el 2016, el Senado denunció que los niños entre los 10 y 12 años estarían ingresando en el mundo de la prostitución y el narcotráfico por la necesidad que sufren. Y cinco años después, en una investigación publicada por el portal la Silla Vacía de Natalia Arbeláez, Marcela Becerra y Adelaida Ávila, se llama la atención de nuevo sobre el estado de estos niños, que padecen enfermedades relacionadas con la drogadicción, y cómo la comunidad está padeciendo la mendicidad en las calles de San José del Guaviare.

“Siquiera lo vio con sus propios ojos, muchos niños indígenas viven aquí como habitantes de la calle… debería reportarlos ahora mismo al Icbf pero justamente me van a pedir que responda esas preguntas, son las talanqueras del sistema”, comentó Manuel Ramírez, psicólogo preocupado por la situación en que se encuentran los menores a las investigadoras.

San José del Guaviare es un municipio colombiano, capital del departamento de Guaviare. Su terreno es principalmente plano, correspondiente a la transición entre la Orinoquía y la Amazonía, y está regado por varios cursos de agua, entre los que destacan los ríos Guaviare y Guayabero, que además le sirven para comunicarse con las poblaciones cercanas, dentro y fuera del departamento. El río Inírida sirve para delimitar el sudeste del municipio.

Es una tierra tradicionalmente indígena, desde su colonización sobre las orillas de los ríos de la región, habitaban pueblos indígenas de las familias lingüísticas guahibo (como los guayaberos y sikuani). La región también albergó pueblos de las familias arawak (como los piapoco y kurripakos) y tucano (como los cubeos), así como a los tinigua y los puinave, los que vivían de la caza, pesca y horticultura. El interior de la selva está poblado desde hace siglos por los nukak y los Jim, antes conocidos como macú, pero por la violencia han tenido que desplazarse a zonas urbanas que los han afectado de forma radical.

El conflicto armado, que ha ido atacando a las comunidades indígenas y las ha desplazado a las cabeceras municipales, ha producido la devastación de las comunidades históricamente adaptadas a vidas rurales que se han tenido que adaptar a la realidad de una civilización para la que no estaban preparados, pues sus costumbres ancestrales y sus sostenibilidad dependen de trabajar la tierra.

En San José, vive alrededor de un 30% de la comunidad Nukak, que fue desplazada de su territorio ancestral y que ahora es disputado por grandes ganaderos, disidencias y bandas criminales. No hay posibilidades de retorno a la vista, señalan las investigadoras.

De acuerdo al último censo, realizado en el 2018, 9% de la población está distribuida en cerca de 10 etnias; en las cuales el 40% son niños hasta los 14 años y solo un cinco por ciento son mayores de 64 años.

Junto con los Tucano Oriental, los Nukak y los Jiw son dos de las comunidades indígenas más grandes que habitan allí. En el censo de 2018, 744 personas se reconocieron como Nukak y, en el de 2005 -últimas cifras disponibles- 617 lo hicieron como Jiw.

La drogadicción de los jóvenes y niños responde en muchos casos a querer evadir la realidad de violencia, pobreza y falta de oportunidades que padecen, es una de las conclusiones ha las que llega la investigación publicado en el Portal de La Silla Vacía.

Según Manuel Ramírez, es probable que la drogadicción haya comenzado con las niñas Jiw que habrían empezado a consumir boxer y gasolina porque colonos las enviciaron para violentarlas sexualmente. Luego ellas, quizá, les ofrecieron a otros niños que accedieron por curiosidad y se volvió una cadena sostenida por la limosna que piden a locales y turistas en San José. Y se sumó a la falta de atención estatal y el descuido de los padres que mayoritariamente son alcohólicos.

Ramírez, al ver la problemática, se ha acercado desde sus saberes y de una forma respetuosa a la comunidad y ha logrado ayuda algunos niños, en total 23 que pudo hacer que fueran a rehabilitación entre los 5 y 18 años, pues la drogadicción de los menores comienza en una edad temprana en la mayoría de casos por consumo de boxer.

El boxer se adhiere a la corteza del cerebro, retarda el aprendizaje, altera el habla. Afecta el sistema nervioso central y, por ende, el comportamiento psicomotriz. Lo que los convierte en seres más propensos a la depresión, así lo determinan estudio psiquiátricos.

Pero la preocupación no termina porque el psicólogo cree que pese a que se están llevando a cabo los tratamientos, también existe un limitante para que la rehabilitación sea exitosa. Como lo es la limitación del lenguaje y el enfoque diferencial del que carece.

Además, el mayor interrogante es qué va a pasar con los ochos niños Jiw y los siete Nukak que están en rehabilitación cuando regresen a sus casas si nada ha cambiado al interior de sus familias y si las entidades públicas no tienen ningún plan para que tengan oportunidades diferentes cuando vuelvan.

“Nada sacamos recuperándolos y que vuelvan a la misma realidad, después de tanto esfuerzo”, Señaló Ramírez en la entrevista con Natalia Arbeláez, Marcela Becerra y Adelaida Ávila.

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