La moda con valores de la era Biden-Harris: diseñadores negros, LGTB y con producción responsable
Hay una diferencia entre juzgar los looks de la clase política –ya saben, esos rankings y anacrónicos duelos de estilo que suelen cebarse en las mujeres– y asumir la moda como herramienta política. Esto último implica un ejercicio de análisis que no deja nada fuera: las marcas, los diseñadores, la procedencia de unas y de otros, los colores… Todos los elementos que componen el estilismo de un político son susceptibles de reforzar un mensaje. O, al menos, así debería ser. Y ese parece el camino que tomarán Joe Biden y Kamala Harris en su administración. Hacía tiempo que la industria de la moda no vivía con tanta expectación un cambio de gobierno, no solo en términos ideológicos ni meramente estéticos, sino también por lo significante que es que los dos nuevos líderes tengan valores medioambientalistas, antirracistas y feministas. Unos ideales que congenian con el latir de la moda contemporánea.
En el memorial por las víctimas del coronavirus que sirvió de antesala de la esperada investidura, Kamala Harris se cubrió con un abrigo camel de Pyer Moss, la firma del diseñador afroamericano Kerby Jean-Raymond, reconocido por su activismo antirracista y que coloca su negritud en el centro de su discurso artístico. Mucho antes del resurgir del movimiento Black Lives Matter el pasado año, el creativo neoyorquino aprovechaba la plataforma que le brindaba la moda para visibilizar la brutalidad policial contra la población negra: en 2015, proyectó un cortometraje de denuncia antes de su desfile y perdió numerosos puntos de venta. Un dato que refleja cómo ha cambiado el panorama en apenas cinco años en lo que al posicionamiento político de la moda se refiere.
En la víspera de la toma de posesión, Jill Biden, profesora casada con el nuevo presidente de los Estados Unidos, apostó por un abrigo de Jonathan Cohen, un joven diseñador estadounidense que asegura que creció entre etiquetas como “mexicano», “judío” y «gay”, rasgos de su identidad que ahora celebra a través de su moda. “Según han pasado los años, he ido aceptado esos aspectos que me hacían sentir diferente y es imposible que eso no se refleje en mi trabajo. Puede que a alguien le moleste, pero no hay problema. Al final, es eso lo que configura mi individualidad”, contaba a la edición india de Vogue. En esta misma entrevista hablaba de cómo trataba que su producción fuera cada vez más responsable y respetuosa con el medio ambiente. Además, el color de la pieza también tenía una razón de ser: al ser morada, se ha interpretado como el tono resultante al mezclar azul (demócratas) y rojo (republicanos). Un mensaje sutil que refuerza la idea de unidad que busca Joe Biden.
Pero no vayamos a creer que el armario del presidente no cuenta con su propio relato. En su toma de posesión, Biden ha elegido un traje de la firma estadounidense por antonomasia: Ralph Lauren. Si bien esta marca ha estado presente en la Casa Blanca ya sea con administraciones demócratas o republicanas –ha vestido a Michelle Obama, Nancy Reagan, George Walker Bush y Melania Trump–, representa a la perfección el espíritu político del nuevo líder: progresista moderado. De hecho, esta firma ha evolucionado hacia la inclusión con los años. Pese a que en la mente de muchas personas siga representando el estilo de vida clásico estadounidense, en los últimos tiempos ha adoptado una política más diversa tanto en sus campañas –mediante los castings de modelos– como en sus colecciones, con una cápsula especial para el día del Orgullo LGTB en beneficio de la Stonewall Community Foundation. Un compromiso que dio sus primeros pasos en 1990, cuando financió la marcha por la visibilidad del VIH en Nueva York. “Ahora es el momento de unirnos con amor y entendimiento”, ha compartido la marca del caballo en sus redes sociales en una imagen con la bandera estadounidense.
Jill y Joe Biden en el acto de investidura, ella vestida de Markarian y él de Ralph Lauren.
© Getty Images
También en el acto de investidura, donde han actuado Lady Gaga y Jennifer Lopez –cuyos orígenes, italianos y puertorriqueños respectivamente, no serán casualidad–, Kamala Harris ha escogido un traje morado –de nuevo este color está presente– de Christopher John Rogers. Este diseñador ganó el premio CFDA/Vogue Fashion Fund de 2019, algo así como los Oscars de la moda, y combina dos luchas: la antirracista y la LGTB. “Soy de Louisiana, negro y gay”, ha dicho en más de una ocasión. Tras haber visto sus diseños en personalidades como Rihanna y Cardi B, ahora pasa a la historia por vestir a la primera vicepresidenta de los Estados Unidos en su juramento. Sus zapatos –esta vez no eran unas Converse– eran de Sergio Hudson, el mismo diseñador afroamericano que vestía los pies de Michelle Obama en este día. Para esta ocasión, el collar de perlas de Harris era obra del joyero de ascendencia puertorriqueña Wilfredo Rosado, gran amigo de Andy Warhol. Y, de nuevo, Jill Biden ha demostrado que sus elecciones de moda no son triviales. En su caso, apostaba por un traje de Markarian, marca de una joven emprendedora neoyorquina, Alexandra O’Neill.
Esta constelación de marcas no hacen más que demostrar que el compromiso del binomio Biden-Harris con la diversidad va más allá de las palabras. Al menos, por ahora, dan un paso adelante en cuestión de representación. No es suficiente, pero es un buen comienzo. Del mismo modo, desde el sistema de la moda estadounidense se celebra que sus nuevos representantes políticos hayan apostado por diseñadores nacionales. “Al tiempo que damos la bienvenida a una nueva era de esperanza y optimismo con Joe Biden y Kamala Harris, me hace muy feliz que estos diseñadores neoyorquinos estén disfrutando de estos momentos tan merecidos. ¡En nombre de los diseñadores americanos!”, publicaba en su Twitter el modista nepalés-estadounidense Prabal Gurung. No hay nada más patriótico que abrazar la diversidad de tu país.
Precisamente hoy, al abandonar la Casa Blanca, Melania Trump lucía algunas de sus firmas más recurrentes, ninguna de ellas de talento estadounidense: chaqueta de Chanel, vestido de Dolce & Gabbana y salones de Christian Louboutin. El nombre de la anterior Primera Dama de los Estados Unidos abrió un debate en la moda: ¿estaban los diseñadores que la vestían significándose políticamente? Históricamente, los creadores, muchas veces asesorados por sus gabinetes de relaciones públicas, han advertido los riesgos que corre una marca al vestir a un personaje polémico. No en pocos casos se trataba de nombres reivindicativos, que retaban e incomodaban al sistema visibilizando injusticias sociales. Pero ante el posible veto a vestir a una persona ligada a una administración abiertamente sexista, racista y negacionista, curiosamente, surgían las dudas. Si Tom Ford y Marc Jacobs se negaron rotundamente, Tommy Hilfiger se mostró a favor de vestir a la mujer de Donald Trump. Aquel fue un debate que tuvo a la moda entretenida durante meses en 2017.
Quizás ese episodio y el de la ya mítica chaqueta con la inscripción I really don’t care, do u? sean los más llamativos en materia de vestimenta de Melania Trump como Primera Dama. Y, sin duda, su existencia confirmó que un gesto de moda es más que eso cuando procede de la esfera política. Y lo que germinó, continúa. Aunque el cuento haya cambiado de protagonistas y de argumento. Con la nueva administración llega una nueva era, una en la que el discurso político y las elecciones de moda no irán por separado, se retroalimentarán. Y, basándonos en las últimas horas, se presagian cuatro años de moda con valores, la esperada unión de ética y estética. Todo sea dicho, una gran oportunidad para que los círculos intelectuales que siguen considerando la moda como algo prosaico descubran el inmenso poder político que tiene un abrigo, un traje y un collar de perlas. Ya tocaba. vogue.es