25 de noviembre
Historias

“Queremos estudiar, pero nos toca trabajar”

La mendicidad y el trabajo infantil, las pandemias que azotan a la capital del Cesar
El fenómeno de la mendicidad y el trabajo infantil ha aumentado considerablemente en la ciudad de Valledupar, instituciones como el ICBF aseguran que esto se debe a la falta de control migratorio.

 

Los ojos de Yurleis y Jimena, de 14 y 12 años respectivamente, no reflejan el brillo que suelen tener los niños de su edad. Reflejan tristeza y cansancio, pues su día inicia muy temprano y recorren de a pies gran parte de Valledupar.

Una caja de chocolates y un canguro hacen parte de la vestimenta de estas pequeñas venezolanas, quienes con una sonrisa un tanto fingida le ofrecen a la gente si desean comprar o colaborarles con una moneda. A eso de las nueve de la mañana empieza su primera jornada de trabajo, la cual finaliza a las 2:30 de la tarde, en el transcurso de ese tiempo recorren el centro de la ciudad, sin importar las inclemencias del clima y ofreciendo sus productos por donde quiera van.

Este menor de edad se ubica en la avenida Fundación con transversal 19, más exactamente en la zona de las llamadas fruteras, ahí venden dulces o recibe dinero de los comensales.

Su punto estratégico de ventas en horario nocturno es en la avenida Fundación con transversal 19, más exactamente en la zona de los restaurantes o bien llamadas fruteras, donde también aprovechan para recibir alimentos que los comensales suelen dejarles. Todo esto mientras su mamá y tía se queda a un lado con un bebé de brazos.

Llegar a la capital del Cesar no fue nada fácil, se vieron obligadas a salir de la ciudad de Maracaibo en octubre del 2019 junto a sus padres, haciendo escala inicialmente en el municipio de Maicao, en La Guajira, donde al no ser la suerte tan buena, decidieron trasladarse hasta Riohacha. Cabe resaltar que en este lugar las oportunidades eran mucho más limitadas por la gran afluencia de sus compatriotas.

El tiempo para desarrollar sus actividades académicas normales a su edad, se ha convertido en espacios de aprendizaje de la vida en sí, en cómo se lucha por sobrevivir en un mundo en el que, como dice el adagio popular: “si no trabajas, no comes”.

Yurleis y Jimena cursaron hasta tercer año de bachillerato y cuarto de primaria respectivamente, son primas, pero por su crianza juntas y todo lo que han vivido en las calles, aseguran sentirse hermanas. “Queremos estudiar, pero no podemos porque tenemos que trabajar”, expresó Yurleis con la voz entrecortada, su mirada perdida pone en aviso que unas lágrimas están a punto de salir.

“Cambiamos los cuadernos, por estas cajas de bombones, pero no tenemos otra opción”, remató Jimena, quien con tan solo 12 años se llena de valor y enfrenta el peligro que representa andar solas por las calles de noche.

A la hora de ofrecer sus chocolates que tienen una particular envoltura de color fucsia con dorado, una cálida sonrisa es el mejor instrumento para mostrar sus dotes de vendedoras, sin embargo, ha habido ocasiones en las que ni eso ha logrado calmar el mal genio de sus posibles compradores.

“Hay personas que son muy groseras, pero uno entiende que de pronto están pasando un mal día, hay otras que sí nos ayudan, nos compran y hablan con nosotras, a veces nos dan hasta comida y llevamos a la casa”, señaló Yurleis.

 

EL DRAMA SE REPITE

El panorama del trabajo infantil y la mendicidad es un fenómeno que se observa en gran parte de las esquinas de Valledupar, donde la población migrante es su principal protagonista. Basta con recorrer las principales avenidas o tan solo caminar dos cuadras del centro de la ciudad, para detallar el desespero y la tristeza que irradian estas personas.

En el suelo de la terraza de una vivienda ubicada entre la carrera 9 con calle 16ª y carrera 8, está ubicada Maribert, una joven de 23 años junto a su segunda hija de seis años, quien vende chupetas y también pide dinero.

Salió de su natal San Francisco, en el estado Zulia, en junio de 2017, su llegada inicialmente fue al municipio de Maicao, estuvo enmarcada por muchos tropiezos y unas ganas más fuertes de poder sobrevivir. “Empeñé una bombona (pipeta de gas) en 300 bolívares, con eso pude salir de Venezuela con mi mamá, en ese momento estaba embarazada de mis dos últimos hijos. En Maicao fue muy difícil todo, dormíamos en las terrazas de los almacenes o de las discotecas, nos tocaba esperar que cerraran o algo para poder medio descansar”, expresó.

El poco dinero que logró traer de su país de origen le sirvió solo para llegar hasta Colombia, y para poder alimentarse le tocó pedir limosnas y hasta sobras de comida. Poco a poco logró reunir un capital y empezó a vender tintos, agua y cigarrillos, para con eso irse ayudando y junto a su familia lograr radicarse en el municipio de Fonseca a finales del 2017.

El panorama del trabajo infantil y la mendicidad es un fenómeno que se observa en gran parte de las esquinas de Valledupar, donde la población migrante es su principal protagonista.

El recibimiento fue muy bueno, pues la solidaridad del pueblo guajiro no se hizo esperar. Una señora de aproximadamente 65 años les dio alojamiento a ella y al menos 80 venezolanos en una casa amplia, en donde debían hacer largas filas para bañarse y para cocinar una sola comida al día. Estuvieron en este lugar por más de dos semanas.

Un improvisado rancho cubierto de plásticos se convirtió en su nuevo hogar, el mismo que vio nacer a sus gemelos o “morochos” como suelen ser llamados por los venezolanos. Mientras su mamá trabajaba como empleada doméstica, Maribert cuidaba a sus cuatro hijos y a sus dos hermanas de 17 y 12 años.

Al ver que las necesidades aumentaban con el pasar de los días, emprendió un nuevo rumbo hacia la capital del Cesar, esta vez solo con su pequeña hija que en ese entonces tenía cuatro años, los otros tres quedaron a cargo de su madre en el municipio mencionado anteriormente. Hoy día ya completa un año y medio en esta ciudad, en la que ha sobrevivido vendiendo chupetas y de la mendicidad.

“En el día me puedo hacer de $20.000 a $18.000, lo más duro de salir de mi país es estar en estas condiciones, no es fácil como la gente lo quiere ver, a nosotros nos ha tocado dormir debajo de árboles mientras llueve, me quiero devolver a mi país, pero apenas estoy reuniendo dinero para hacerlo”, manifestó esta joven, mientras abraza a su hija con lágrimas en sus ojos.

En las noches logra refugiarse en una casa ubicada en el barrio El Carmen, en la que hay 16 piezas y ella comparte una con una amiga de infancia, la cual por casualidades de la vida se encontró deambulando en las calles con una bebé de siete meses. Pagan $18.000 la noche, duermen cada una en una colchoneta y entre las dos reúnen el dinero para poder habitar este espacio.

“Por la pandemia todo se ha complicado, nadie quiere dar trabajo ni dejar entrar a nadie a sus casas, entonces reunir el dinero para devolverme a Fonseca y luego a Venezuela, se ha complicado más”, puntualizó.

Este flagelo de la mendicidad en adultos y niños,  y de niños ejerciendo algún tipo de trabajo como la venta de dulces, limpiando vidrios de carros o ‘cuidando’ vehículos en parqueaderos se ha agudizado por la pandemia del covid-19, así lo reconoció el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Icbf, seccional Cesar. Añadiendo que esta es una población flotante -en el caso de los migrantes quienes mayormente son los que están bajo esta situación- por tanto se les hace cuesta arriba tener cifras exactas y punto permanente de ubicación para hacerles un seguimiento.

 

Diariamente niñas y adolescentes recorren las calles de de la capital del Cesar, buscando algo para llevar a casa por la noche.

Uno de los casos que visibilizó esta situación fue la muerte de una niña de 11 años, sobre la avenida Simón Bolívar a la altura del barrio Los Cortijos, quien fue impactada por un rayo cuando caía un fuerte aguacero, el pasado 23 de octubre.  Esta menor de edad de origen venezolano estaba junto a otra pequeña en el bulevar ubicado en la carrera 19 entre calles 9A y 9C. Horas antes de la tragedia habían salido desde el barrio Nueve de Marzo en la margen derecha del río Guatapurí, donde habitaban junto a sus familiares, a pedir limosna a los conductores de vehículos.

En esta misma avenida el pasado 12 de noviembre de este 2020 una patrulla de la Policía Nacional sorprendió a un hombre junto a un menor de edad vendiendo dulces.  El sujeto fue trasladado hasta la URI de la Fiscalía para iniciar un proceso investigativo para determinar si estaba explotando económicamente al menor de edad, sin embargo, la Fiscalía determinó que no habían pruebas suficientes para tenerlo retenido y fue dejado en libertad.  Entre tanto el niño de al menos 10 años fue dejado a disposición del Icbf.

Cualquier lugar es propicio para poder vender sus dulces

“Hemos encontrado a groso modo en que en los últimos años se percibe en la ciudad que el fenómeno va creciendo, va en incremento tanto en adultos como en adultos que vienen acompañados con niños.  El tema de trabajo infantil en población migrante está sumado a la misma migración con adultos. El Icbf es la cabeza del sistema nacional de Bienestar Familiar en articular instancias y agentes que deben garantizar los derechos y protección de niños y niñas y adolescentes, el trabajo infantil viene ligado con adultos y no es el Icbf la entidad responsable del fenómeno migratorio. Las entidades territoriales son las que tienen la competencia del fenómeno migratorio”, dijo el director del Icbf, seccional Cesar, Gabriel Castilla Castillo.

Añadió que desde esta entidad se han realizado restablecimiento de  derechos o atenciones a niños, niñas y adolescentes que han sido verificados como vulnerados por situación de trabajo infantil en esta capital.

“Realizando un análisis de la situación actual respecto al tipo de trabajo infantil ha sido posible identificar situaciones de alto riesgo para niños, niñas y adolescentes como ventas ambulantes, limpiadoras de vidrios en los semáforos, trabajos en centrales de abastos, lavadores de vehículos, servicios de parqueadero, servicios de mecánica, recicladores de basura y explotación de minas, canteras en el sector urbano”, refirió Castilla Castillo.

Igualmente el Icbf destacó que como acciones para mitigar esta problemática han aplicado medidas de protección como modalidad externado de media jornada en Valledupar, donde en la actualidad son atendidos alrededor de 100 niños, niñas y adolescentes en riesgo o situación de trabajo infantil.

“No solo buscamos intervenir cuando ya está la situación, sino que buscamos de manera incesante prevenirla, en el caso de atenciones como primera infancia y generaciones con bienestar por ejemplo, en los externado los niños, niñas y adolescentes son atendidos y allí pasan a estar en una ocupación de tiempo de tal manera que no serán expuestos a temas como el de ejercer mendicidad en los semáforos y otras situaciones tipificadas como trabajo infantil”, subrayó Gabriel Castilla Castillo.

De acuerdo con Migración Colombia hasta el segundo semestre del 2019, en el Cesar había 38.310 migrantes venezolanos, de los cuales 27.857 estaban radicados en Valledupar.

En las noches esta joven venezolana logra refugiarse en una casa ubicada en el barrio El Carmen, donde paga $18.000 la noche, en compañía de una amiga de infancia.

 

‘EL TRABAJO INFANTIL PONE EN RIESGO EL ESTADO FISÍCO Y PSICOLÓGICO EN LOS MENORES DE EDAD’

De acuerdo con las Naciones Unidas no todas las tareas realizadas por los niños deben clasificarse como trabajo infantil que se ha de eliminar. Por lo general, la participación de los niños o los adolescentes en trabajos que no atentan contra su salud y su desarrollo personal ni interfieren con su escolarización se considera positiva.

Entre otras actividades, cabe citar la ayuda que prestan a sus padres en el hogar, la colaboración en un negocio familiar o las tareas que realizan fuera del horario escolar o durante las vacaciones para ganar un dinero extra. Este tipo de actividades son provechosas para el desarrollo de los pequeños y el bienestar de la familia; les proporcionan calificaciones y experiencia, y les ayuda a prepararse para ser miembros productivos de la sociedad en la edad adulta.

El término ‘trabajo infantil’ suele definirse como todo trabajo que priva a los niños de su niñez, su potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico.

Pone en riesgo a los menores y viola tanto el derecho internacional como las legislaciones nacionales. Priva a los niños de su educación o les exige asumir una doble carga: el trabajo y la escuela. El trabajo infantil, que debe ser eliminado, es un subconjunto de actividades laborales llevadas a cabo por menores de edad e incluye:  Las ‘incuestionablemente’ peores formas de trabajo infantil, tales como la esclavitud, o prácticas similares, y el uso de niños en la prostitución u otras actividades ilegales. El trabajo hecho por los niños menores de edad legal para ese tipo de tareas, tal y como se establece en las legislaciones nacionales de acuerdo con los estándares internacionales.

Por Dannia  Delgado Cardona – Milagro Sánchez Flórez

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