Alfonso ‘Poncho’ Zuleta: un vallenato pura sangre
A sus 15 años, Emiliano Zuleta Baquero no aguantó y le cogió un acordeón a su tío Francisco y lo cargó en su burro hacia una finca en la que trabajaría como jornalero. En su viaje empezó a sacarle notas al instrumento y a cantar coplas, sin importarle el regaño que le esperaba. A su regreso le pidió disculpas a su tío, y aprovechó para hacer sus primeros versos: Le vivo rogando a Dios / Que me perdone mi tío / Por culpa de un acordeón / Que me llevé escondío. Emiliano Zuleta no tuvo otra salida: lo llevaba en su sangre. Desde niño se había alimentado de las historias cantadas de su madre, ‘La Vieja’ Sara, y de los trovadores del Magdalena Grande.
Era otro hijo de una estirpe campesina de la antigua Provincia de Padilla y Valledupar que había caído bajo el embrujo del acordeón y su canto. Con su espíritu libertino, el joven Zuleta Baquero reunió 11 pesos para comprar su acordeón y empezó a llevarlo encima en sus correrías. No había ‘fundingue’ en el que no se apareciera, y en las comarcas empezaron a regar que tenía un aire a Francisco El Hombre. En 1938 llegó a una parranda donde tocaba Lorenzo Morales. Quedó impresionado y se propuso superar las destrezas de aquel ‘mago’. Entonces compuso ‘La gota fría’, un duelo de verseador que dio inicio a una leyenda y a una dinastía de músicos que hoy son el mayor legado del folclor vallenato: Poncho Zuleta y Emilianito.
“Nací con esa vena musical heredada de mi adorable padre Emiliano, de mi abuelo Cristóbal; de mi abuela, la famosa ‘Vieja’ Sara, y de mi mamá Carmen Díaz. Los Zuleta nacimos con ese horizonte musical”, dice Poncho Zuleta, para muchos el último juglar moderno de la música vallenata. Nació en Villanueva, La Guajira, un domingo 18 de septiembre de 1949, el día del santo patrono del municipio, Santo Tomás, al que Poncho llama siempre con humor “mi tocayo”. Al igual que su padre y sus ancestros más remotos, creció en un ambiente pobre y humilde, pero alegrado en cada final de jornada por el canto y las notas de un acordeón. “Me crié en Villanueva a lomo de mulo, cargando cebollín, y me siento orgulloso de mi origen campesino”, dice Poncho.
El ‘viejo’ Emiliano dejaba su acordeón en un taburete mientras se iba a coger su café y a cuidar sus vacas. Los dos hermanos cogían el acordeón y empezaban a sacarle notas y a cantar, imitando a su padre y a su tío Toño Salas. Poncho recuerda el malestar de su mamá, Carmen Díaz: “Estos muchachos no van a servir, van a salir vagabundos al igual que el papá”. Los hermanos se fueron a estudiar a Valledupar con sus ansias musicales. Emilianito gana una beca para estudiar en Tunja y se marchan. Poncho ya tocaba la guacharaca y la caja en las parrandas de amigos, al tiempo que cantaba y verseaba, y en el colegio se dieron cuenta de su vena musical. Poncho logró con su carisma que el rector les comprara un acordeón para compartir las veladas con los estudiantes boyacenses.
Cuando en unas vacaciones regresan a Villanueva, su mamá les dice delante del ‘viejo’ Emiliano: “Estos muchachos los mandé a Tunja para que se compusieran, y volvieron peor”. Años después, Poncho recuerda: “Cuando la música viene en la sangre, no hay nada qué hacer, es una fuerza indetenible”. En 1969, Poncho y Emiliano se trasladan a Bogotá a continuar sus estudios. La ciudad fría y gris le dio de nuevo una punzada a Poncho, y al poco tiempo compuso su primera canción, ‘A mis viejos’, un canto nostálgico ante la ausencia de sus padres, que grabarían Los hermanos López, en la voz de Jorge Oñate, de quien era su guacharaquero:
Cuando no estoy en mi tierra, sufro con melancolía / pero hay veces que en la lejanía, es donde los hombres se superan / y en esa forma se pasa la vida entera agonizando, y con el alma entristecida.
Unos meses antes, Colacho Mendoza le dio la oportunidad de cantar tres temas en su larga duración ‘Cuando el tigre está en la cueva’. Poncho interpretó ‘La diosa coronada, ‘Los malos días’ y ‘La bata negra’. Alternando con su pasión musical, Poncho inició estudios de derecho, pero los esperados fines de semana para sus parrandas no lo dejaron continuar. En Bogotá, el vallenato se escuchaba de manera aislada en algunas casas de familia y en fiestas universitarias. Pedro García, Jique Cabas, Álvaro Muñoz Peñaloza, Álvaro Morón Cuello y Darío Ariza, entre otros, eran parte del grupo de amigos que se reunían con Poncho a compartir los cantos vallenatos y las historias de la región. “No puedo olvidar cuando cantaba en la calle 24 con Caracas, acompañado de varios guitarristas, y hasta con Bovea”.
Emilianito Zuleta se encuentra un día con Alfredo Gutiérrez y lo invita a grabar a Medellín, pero no llevan a Poncho. Aún en los años 60, el acordeón era más importante que la voz en el vallenato. Los más célebres tocaban y cantaban, como Abel Antonio Villa, Alejo Durán, Andrés Landero y Juancho Polo. Esa vez, Emilianito solo pudo grabar un sencillo con tres canciones en su voz ronca, pero el estilo y la calidad vocal no importaban tanto como la ejecución del acordeón, el alma misma de aquella música.
Los productores no estaban tan interesados, así que Emilianito buscó la plata para patrocinar su propio trabajo, esta vez con la voz de Poncho. En 1970 grabaron ‘Las preferidas’, y fue un éxito para el momento y elevó a los hermanos Zuleta, que aún no habían adoptado este nombre musical, como los primeros ídolos del vallenato, junto con los Hermanos López. Sin embargo, la agrupación se llamaba Emiliano Zuleta y su conjunto. Pero las voces de Jorge Oñate y Poncho Zuleta, ahora libres del acordeón, se fueron imponiendo a la imagen popular de los intérpretes del acordeón. El canto de Poncho, en particular, empezó a tener una marcada influencia en el público, matizada en su canción ‘Desencanto’. Los tonos altos, emocionales, y a veces imposibles de sostener le daban una carga emocional que era del gusto de los amantes del vallenato.
Después de su primer trabajo, la casa disquera se propuso la primera grabación de los hermanos bajo su patrocinio. Lanzaron su segundo larga duración en 1972, ‘La cita’, con otra canción de corte sentimental y autocrítica de Poncho: ‘El estudiante pobre’, su primera semblanza biográfica a sus 23 años, que ya cuenta las primeras aventuras de una vida parrandera y mujeriega.
Hay personas que en la vida reniegan de la pobreza / Y eso es lo que yo no hago aunque soy muy pobrecito / Yo me siento afortunado porque sé cantar bonito / Y también tengo una memoria que para todo se presta / Y hay muchos que me creen un sinvergüenza / porque conmigo tienen un capricho.
Con estas canciones, y la de los Hermanos López, el vallenato se fue metiendo cada vez más en las fiestas de las familias bogotanas más rancias y los clubes y una que otra emisora con influencia Caribe, y donde ya se presentaban las orquestas de Lucho Bermúdez y Pacho Galán. El vallenato ya no era regional.
En 1973, la nostalgia en Bogotá aflige de nuevo a Poncho y a Emiliano, quienes viven la misma experiencia de dos músicos alejados de su costumbrismo bullicioso y alegre, de sus amigos y sus novias. Preparan su tercer álbum, ‘Mi canto sentimental’, una canción que revela la melancolía de Poncho Zuleta por su tierra:
A través de tanto tiempo he podido comprobar, que los hombres parranderos somos muy sentimentales / Y es un sentimiento que llevamos en la sangre, y lo exteriorizamos a manera de cantar / Y sin poder negar, lo que el alma siente / lo que un alma triste quiere hablar.
Siguieron más de 30 trabajos exitosos y más de 50 canciones de Poncho, una vida musical a veces interrumpida por las desavenencias entre artistas creadores y celosos de su arte y su manera de hacer las cosas, pero los Hermanos Zuleta se han mantenido como los herederos de una tradición folclórica que se resiste a ser borrada por los nuevos tiempos. “Los celulares han matado la parranda vallenata, pero tenemos ya grabada la mejor música para la posteridad”, dice
Poncho Zuleta, reconocido como el ‘Pulmón de oro’ del Vallenato, y ‘Garganta de lata’ por el escritor García Márquez, quien no dudó en llevarlo a él y a Emilianito a Suecia para recibir su Premio Nobel con los cantos y personajes de sus novelas.
En 2006, Poncho y Emiliano fueron los primeros intérpretes en recibir el Grammy vallenato, por su trabajo ‘Cien días de bohemia’, y por su destacada trayectoria musical. En 2016, el Festival de la Leyenda Vallenata les rindió homenaje a los Hermanos Zuleta, porque hacen parte de los cantos que expresan la vida y el amor de una región, cuya historia y anhelos giran en torno a la música vallenata.
Poncho Zuleta y su hermano Emilianito son los más grandes exponentes del folclor vallenato, y el cofre que guarda los últimos tesoros de esta música: “Hoy por hoy tenemos una gran posición literario-musical gracias, no a la hazaña de Los Zuleta, sino de los connotados compositores, cantantes y acordeoneros que tenemos en este género”. “Los Zuleta, no son más que “una esquinita de lo grande del vallenato”, dice Poncho.
Poncho Zuleta es una voz imperecedera, compositor apasionado, jocoso y poseedor de una picaresca al mejor estilo de los antiguos juglares. Una en especial, siempre está en su memoria: Un día Gabo quería escucharnos un rato en Cartagena, y Emilianito estrenó Mañanitas de invierno: Vamos pa’ adentro, que nos vamos a mojar, para que estemos bien solitos, y yo así entregarte mi cariño, pa’ que tú te sientas más mujer. Gabo dijo: Esa es la forma más elegante de decirle a una mujer, vamos a echar un polvo”. Poncho se ríe con picardía, como diciendo que tal vez fue él quien lo dijo.
Entonces pasa del chiste al llanto, porque reconoce que tiene las lágrimas a flor de piel, aunque no parezca:
Se me ocurre pensar que si algún día, ya no puedo cantar como ahora canto, Seguiré componiendo mis canciones, para no retirarme de este arte…Y es que mi vida quizás daría, por el folclor que quiero tanto”, ya anunciaba Poncho Zuleta en su canción ‘Muero con mi arte’, hace más de 40 años.
Por Uriel Ariza-Urbina