La música vallenata envolvió la vida de Calixto Ochoa
La vida de Calixto Antonio Ochoa Campo, el hijo de Cesar Salomón Ochoa López, y María Jesús Campo Pertuz, estuvo llena de música o en otras palabras se la pasó regalando alegrías cantadas. Todo lo que giraba en su entorno lo pasaba a canción y en su registro aparecen más de mil 500, algunas de ellas quedaron inéditas en casetes que guarda su última compañera Dulzaide Bermúdez.
En fin, ‘El negro Cali’, el hombre de la lengua activa que ablandaba cualquier corazón, el del ingenio popular, el compositor versátil que se paseó orondamente por los oídos del mundo vallenato, supo darle el toque preciso a su sincero amor al folclor.
No contento con eso en vez de entregar su hoja de vida, contó su biografía partiendo desde su tierra Valencia de Jesús hasta transitar por esos caminos de Macondo donde todo se convertía en realidad, como aquel hecho del calabacito alumbrador o cuando llegaban las horas de la tarde que le provocaba volver a los inolvidables sabanales. También aquella vez que soñó con tristeza su propia muerte, 36 años antes de suceder el hecho real.
- Yo recuerdo que mi madre
- cuando yo estaba pequeño
- con sus trajecitos viejos
- me hacía mis pantaloncitos,
- cumpliendo con su deber
- pasando miles tormentos
- y así me fue levantando
- hasta que fui un hombrecito.
- Que así es la vida y que vamos
- a hacer, luchar y ser del buen corazón
- no se imaginan hoy los que me ven
- lo que luché para ser lo que soy.
Como cualquier sicólogo de pueblo, en una oportunidad Calixto Ochoa se puso a pensar en las vueltas de la vida, esas que nunca se quedan quietas, así el mar del olvido o las alegrías efímeras se unieran al silencio del recuerdo cuando los años van diciendo adiós.
- Yo no me siento tan joven
- pero muy viejo tampoco,
- y ahora es cuando más disfruto
- de lo que a mí me domina
- porque cuando ya no pueda
- viviré con el consuelo
- que un tiempo disfruté
- de las cosas de la vida.
- Cuando el hombre está muy viejo
- es la horrible situación
- cuando mira una muchacha
- no más se muerde los labios,
- y le cae un desespero
- como el burro garañón
- con ganas y sin poder
- solamente malayando.
- Si señores es la vuelta de la vida
- Como es una jornada tan larga
- Hay que aprender a aguantar la caída.
Él, fue la estampa del hombre trabajador y que supo en el momento justo dedicarse a componer para dejar las huellas que marcaron su gran historia musical.
Entre esas facetas un hecho que lo catapultó sucedió hace 50 años cuando se coronó como Rey del Festival de la Leyenda Vallenata presentando sus propios cantos: el paseo, ‘Muñequita linda’; el merengue, ‘Palomita volantona’; el son, ‘La interiorana’ y la puya, ‘Puya regional’. Lo acompañaron en la caja Olimpo Beltrán Peñate y en la guacharaca, Eliécer Amado Ochoa Herrera.
En esa oportunidad en la mesa de jurados estuvieron Enrique Castro Palmera, Pedro Peralta, Darío Pavajeau Molina, Víctor Julio Hinojosa y Lácides Daza.
Precisamente en cierta ocasión al indagarle a Consuelo Araujonoguera sobre Calixto Ochoa fue enfática en afirmar: “Calixto es extraordinario, es el representante de la clase vallenata que tiene sabor a tierra, a boñiga, a ganado, a campo, a trabajo, a sudor, a esfuerzo. Yo diría que Calixto Ochoa, es lo más auténtico dentro de la música vallenata”.
De igual manera Jorge Oñate conceptuó. “Él, será inigualable y a través de sus canciones nos abrió un amplio campo en la música a los que iniciamos en esta brega. Fue todo un maestro del acordeón y de la composición que vivirá eternamente a través de su grandiosa y numerosa obra musical. Calixto, era el amigo que nunca dejó su humildad y manera amable de tratar”.
El más merecido homenaje
A finales del mes de abril del año 2012 Calixto Ochoa Campo, recibió el más grande homenaje en el 45° Festival de la Leyenda Vallenata. Fue en vida el mejor regalo para el hombre que supo meterse en el pentagrama del mundo en forma de sabanales, lirios rojos, mujeres, pueblos, hechos reales y personajes que tenían su propia identidad.
En el homenaje no tuvo a su lado su más grande cómplice, el acordeón, porque los dolores del cuerpo lo tenían alejado de la música, pero dijo: “Esto es indescriptible. Tantas muestras de cariño me hicieron llorar como un niño. Irrepetible, inigualable, Dios les pague a todos. Lo que más me gusto fue el entusiasmo del público”.
Esa vez recordó que cuando ganó la corona en el año 1970 recibió como premio 10 mil pesos y se compró un reloj marca Ferrocarril de Antioquia.
También antes de llegar a Valledupar para recibir el homenaje hizo una parada en su pueblo Valencia de Jesús. Sobre ese hecho trascendental expresó: “Regresar a mi pueblo fue un reconcilio con mi alma. Cada pedazo de esa tierra me hizo recordar la bella época donde nacieron mis primeras canciones y todo lo que significa el comienzo de mi vida”.
En esa rápida visita a su pueblo viniendo de Sincelejo, donde se residenció por muchos años, fue sorprendido por una de sus paisanas al hacerle la petición a su señora Dulzaide Bermúdez, para darle un beso.
Antes de que ella contestara el maestro no dudó en manifestar. “Para dar un beso no se pide ningún permiso porque el amor es libre. Démelo cuando quiera”. Ante la contundente respuesta los aplausos no se hicieron esperar y la paisana cumplió su cometido.
Después del hecho cariñoso el maestro Calixto no se pudo contener sobre el papel de la mujer en su vida y aseveró. “La mujer marca la vida de todo hombre porque es la diosa del amor. Ya lo dije, que una casa sin mujer no es más que un infierno y añado, una casa sin mujer es como un velorio sin gente”. Enseguida exaltó a su compañera Dulzaide del Rosario Bermúdez Díaz, de quien anotó era su ángel.
Estando conectado con la mejor nota del sentimiento hizo una rápida disertación sobre el amor al que calificó como lo más bonito de la vida. “Sin amor, no hay hombre feliz, ni mujer tampoco, porque la mujer se enamora igual que uno. En ese sentido yo creo que para todo se necesita el amor. El amor es el tren que nos lleva a ser felices, y cuando se descarrila la vaina se pone maluca”.
Secretos de Calixto
Dulzaide o “Dulsa”, como la llamada el maestro Calixto, estuvo a su lado durante 25 años. Esta mujer nacida en Villanueva, La Guajira, le conocía todos los horarios de su corazón siendo su guía a todo momento.
Claro, que esos amores comenzaron en 1971, pero los interrumpieron por diversas causas, hasta que el destino los volvió a unir y fueron como dos tortolitos en un mismo nido.
Ella, lo recuerda todos los días y visita con frecuencia su tumba en Valencia de Jesús. Teniendo la grabadora al frente sin pensarlo cuenta su historia de amor. “A Calixto lo conocí en el Festival Vallenato del año 1970 cuando se coronó Rey Vallenato. Lo observé tocando en un kiosco y me llamó la atención porque todos los aplaudían. Esa vez no pasó nada. Todo comenzó un año después y al poco tiempo como por arte de magia cada uno tomó su camino hasta que nos volvimos a encontrar”.
Entrando en detalle sobre su amor eterno, manifestó que “era humanitario, noble, sencillo, cariñoso, respetuoso y principalmente una persona de pueblo. Nunca se dejó tocar por la fama”. Entrando en el campo musical destacó que todas sus canciones fueron vivencias y esa era su gran virtud, además que dejó grabadas más de mil 500 sin repetir letra, ni melodía. “Quedó una caja llena de casete con canciones iniciadas y casi al terminar. Chiflaba y grababa porque se le podía escapar la melodía”, agrega.
En un momento el dolor aparece en medio de los recuerdos y señala que tuvo una hija con Calixto Ochoa, pero murió a los cuatro meses de nacida. Su nombre era María de Jesús. Deja un espacio para las lágrimas que no alcanzaron a huir ante el llamado del dolor.
Al paso de los años ese dulce amor creció. Ella, conocía los secretos de muchas de sus canciones, citando a una joven que lo rechazó por ser negro. Esto provocó dos canciones: ‘Mi color moreno’ y ‘Negrito gracioso’.
- El otro día me contaron
- que me odias por el color.
- Mi color moreno no destiñe,
- pero perdona mi equivocación.
- Cuando yo la conocí
- no quería pisá en el suelo,
- y me ha despreciado a mí
- tan solo por solo por el color.
Seguidamente Dulzaide profundizó dando a conocer que a Calixto Ochoa lo dominaban las películas del actor mexicano Mario Moreno, Cantinflas, que las veía en el teatro Cesar. Para lograr tener la plata de la entrada y como trabajaba en la finca de Lucas Monsalvo, cortaba leña aparte y la dejaba donde una amiga para que la vendiera.
Además, sus ídolos en la música vallenata fueron Andrés Landero y Alejo Durán. De ellos, les gustaba como interpretaban las canciones, ‘Flamenco’ y ‘El chevrolito’. Lo hacían llorar.
Despedida de la vida
En el año 1969 Calixto Ochoa compuso la canción ‘Sueño triste’ en la que cuenta la historia que vivió en su pensamiento y la muerte con todo su misterio fue la protagonista. Y añadió más renglones del sueño raro y triste cuando se imaginó muerto y todos comentando tan bueno que era el difunto.
- Yo recuerdo que le dije
- déjeme vivir otros años,
- pero esto fue un sueño triste
- porque desperté llorando.
El hombre que le pidió permiso a la muerte para demorarse 36 años más en la tierra, nunca le tuvo miedo y hasta en varias canciones se dio el lujo de exponer su concepto. En la canción ‘La plata’ revela que la vida es un sueño y antes de morir hay que disfrutarla a lo máximo.
- Si la vida fuera estable todo el tiempo
- yo no bebería ni malgastaría la plata,
- pero me doy cuenta que la vida es un sueño
- y antes de morir es mejor aprovecharla.
También hizo un paseo por la conclusión de los días del ser humano, y sentó una cátedra de cómo la vida es un perfume al viento que siempre se nos va, y que de nada vale en el mundo tanto orgullo si todo se vuelve nada.
- Se acaba la vida se acaba el misterio
- cuando uno se muere ya no vale nada,
- aquí vale igual un pobre pordiosero
- que el más ilustrado de la sociedad.
- Solamente el cementerio nos da un alojo
- mientras que todo se vuelve polvo
- hasta que al fin ya no somos nada.
La última noche de vida del maestro Calixto Ochoa fue diferente. Estando en la clínica, Dulzaide Bermúdez le dio la despedida sin pensar que lo hacía. “En un momento que lo noté tranquilo no sé cómo se me ocurrió eso. Comencé a bailar y a cantar alrededor de la cama esa bella canción ‘Los sabanales’. Él, se limitaba a sonreír, a seguirme con la vista y cuando terminé me aplaudió”.
- Cuando llegan las horas de la tarde
- que me encuentro tan solo, y muy lejos de ti…
- Me provoca volvé a los guayabales
- de aquellos sabanales donde te conocí.
Hace una pequeña parada en el relato y continúa. “Al ver esa acción le regalé un beso en la frente. A cabo rato se quedó dormido”. En este momento regresan las lágrimas al recordar que pasadas pocas horas la llamaron a decirle que el maestro había partido para la eternidad. Eso fue en Sincelejo la madrugada del miércoles 18 de noviembre de 2015.
Así pasó todo. Lo claro es que la grandeza de Calixto Ochoa no tiene comparación y el acontecimiento de su vida se inició en Valencia de Jesús hace 86 años, el cual tiempo después él mismo lo reseñó en la canción, ‘La escuela del poder’.
- Fue un placer muy fabuloso
- pa’ la buena madre mía,
- la cigüeña en ese día
- le dio un regalo precioso
- y a Dios Todopoderoso
- ella siempre le pedía,
- por la salud del retoño
- hijo que tanto quería.
Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv