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Bolton, exasesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, cuenta en su libro: Pensábamos que con las sanciones era cuestión de tiempo (II)

 

En esta entrega se plantea toda la estrategia de la ayuda humanitaria del 23 de febrero, el papel de Colombia e Iván Duque y una posible deserción del influyente jefe militar Jesús Suárez Chourio que nunca llegó.

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En la segunda entrega del capítulo Venezuela del libro de John Bolton, titulado The Room Where It Happened: A White House Memoir (La habitación donde sucedió: una memoria de la Casa Blanca), el exasesor de Seguridad Nacional plantea que «pensábamos que las sanciones contra el petróleo eran un duro golpe al régimen de Maduro y muchos estuvieron de acuerdo que ahora era solo cuestión de tiempo para que cayera»

«Tenía un optimismo muy alto, alimentado en gran parte debido a que creía que personas leales a Maduro, como Diosdado Cabello y otros, estaban enviando sus activos financieros y familiares al exterior en busca de seguridad; apenas un voto de confianza en el régimen», agrega Bolton.

En esta entrega se plantea toda la estrategia de la ayuda humanitaria del 23 de febrero, el papel de Colombia e Iván Duque y una posible deserción del influyente jefe militar Jesús Suárez Chourio que nunca llegó.

«En la medida en que se acercaba el 23 de febrero, se intensificaron los rumores acerca de que un líder militar de alto rango, posiblemente el jefe del Ejército venezolano, Jesús Suárez Chourio, anunciaría en público que ya no respaldaba a Maduro. Antes se habían suscitado rumores parecidos, pero el plan humanitario transfronterizo era el factor clave del por qué ahora esto podía ser cierto», dice Bolton en su libro.

Guaidó —cuenta Bolton— presuntamente cruzó hacia Colombia en un helicóptero, con la ayuda de simpatizantes del Ejército venezolano.

A continuación la mirada de Bolton del 23 de febrero de 2019, cuando intentó entrar la ayuda humanitaria desde Colombia y de nuevo prsenta las dudas de Trump sobre el caso Venezuela:

«Estaba seguro de una cosa: cualquier muestra de indecisión por parte de los Estados Unidos socavaría todos los esfuerzos. Sospecho que Trump también sabía esto, pero me sorprendió cómo nuestra política estaba tan cerca de cambiar justo treinta y tantas horas después de ser lanzada. Esto es algo que no se puede inventar.

A la mañana siguiente (24/1/2019), llamé a Pompeo para decirle que Trump estaba indeciso sobre si seguir con Venezuela y para garantizar que Pompeo no estuviera a punto de seguirlo. Afortunadamente, la reacción de Pompeo fue todo lo contrario  y dijo: ‘Haremos todo lo posible’ para sacar a Maduro’. Alentado por esto, luego llamé a Claver Carone para que se comunicara con la gente de Guaidó y que garantizara que estuvieran enviando cartas, lo antes posible, al Fondo Monetario Internacional, al Banco de Pagos Internacionales e instituciones similares, anunciándoles que ellos eran el gobierno legítimo.

Un poco después de las nueve de la mañana, llamé a Trump y lo escuché más decidido que la noche anterior. Aún pensaba que la oposición estaba “vencida”, refiriéndose nuevamente a la imagen de Padrino y a “todos los apuestos generales” que declaraban su apoyo a Maduro. Le comenté que la verdadera presión estaba a punto de comenzar ya que habíamos impuesto sanciones sobre el petróleo, quitándole una parte considerable de los ingresos al régimen. “Hazlo”, dijo Trump, que era la clara indicación que necesitaba para abordar al Departamento del Tesoro en caso de que aún mantuviera una actitud obstruccionista.

El sábado 26 de enero, a las nueve de la mañana, se reunió el Consejo de Seguridad y Pompeo arremetió contra el régimen de Maduro. Los miembros de la Unión Europea dijeron que Maduro tenía ocho días para celebrar elecciones o todos reconocerían a Guaidó; un avance considerable sobre lo que pensábamos que era la posición de la Unión Europea. Rusia condenó la reunión como un intento golpe de Estado y me acusó  personalmente por hacer un llamado a la expropiación de Venezuela al “estilo bolchevique” (¡Que honor!), mostrándonos que estábamos en el camino correcto al emprenderla contra el monopolio petrolero.

Fue potencialmente importante escuchar las noticias de que el Agregado Diplomático de Venezuela en Washington había declarado su apoyo a Guaidó. Esta deserción y otras, trajo nuevos defensores de la oposición a quienes, como procedimiento estándar, ahora se les pediría persuadir y recabar el apoyo de tantos oficiales y funcionarios civiles como fuese posible que aún estuviesen en Venezuela.

La Oficina para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento Estado estaba en total desacuerdo con las sanciones contra el petróleo, alegando, como yo temía, que al hacerlo pondría en peligro al personal de la embajada. Kim Breier, subsecretaria para los Asuntos del Hemisferio Occidental quería retrasar las sanciones por treinta días, lo que era una soberana tontería.

Trump estaba muy contento con el seguimiento que le había dado la prensa “al tema de Venezuela”. Me preguntó si debíamos enviar cinco mil efectivos a Colombia en caso de necesitarlas, de lo que tomé debida nota en mi cuaderno amarillo, argumentando que lo consultaría con el Pentágono.

“Ve a divertirte con la prensa”, me dijo Trump, y eso fue lo que hicimos, cuando mis notas fueron captadas por las cámaras, y se suscitaron interminables especulaciones. (Pocas semanas después, Carlos Trujillo, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, me trajo un paquete de cuadernos igual al que tenía en la sala de prensa, para que no se me acabaran.)

Fundamentalmente, pensábamos que las sanciones contra el petróleo eran un duro golpe al régimen de Maduro, y muchos estuvieron de acuerdo que ahora era solo cuestión de tiempo para que cayera. Tenía un optimismo muy alto, alimentado en gran parte debido a que creía que personas leales a Maduro como Diosdado Cabello y otros, estaban enviando sus activos financieros y familiares al exterior en busca de seguridad; apenas un voto de confianza en el régimen.

El 30 de enero, mi oficina estaba repleta de personas, incluida Sarah Sanders, Bill Shine y Mercedes Schlapp, para escuchar la llamada que realizaría Trump a Guaidó alrededor de las nueve la de mañana. Trump le deseo buena suerte en la gran manifestación anti Maduro organizada en la tarde de ese día, que Trump declaró como histórica.

Trump luego le aseguró a Guaidó que él derrocaría a Maduro, y añadió, además, que estaba seguro de que Guaidó recordaría en el futuro lo que había sucedido, lo que era la manera que Trump tenía de mostrarle su interés en los yacimientos petrolíferos de Venezuela. Era un gran momento en la historia del mundo, dijo Trump. Guaidó agradeció a Trump por sus llamados a la democracia y por su firme liderazgo, lo que me hizo sonreír. ¿Firme? Si supiera.

Trump le dijo a Guaidó que podía sentirse en libertad de decirle a las masas en la tarde sobre su llamada, y que esperaba con interés conocerlo personalmente. Guaidó respondió que sería muy, pero muy emocionante para el pueblo escuchar que él había hablado con Trump en el momento que estaban luchando contra la dictadura. Trump le dijo que había sido un honor conversar con él, y luego terminó la llamada.

Sin dudas fue un impulso para Guaidó anunciar que había hablado con Trump, que por supuesto era nuestra intención. Guaidó publicó un tuit sobre la llamada incluso antes que Trump, y la cobertura de la prensa fue favorable de forma uniforme.

A la una y treinta de la tarde me reuní con ejecutivos estadounidenses de Citgo Petroleum Corporation, de participación mayoritaria en la compañía petrolera estatal de Venezuela, para decirles que apoyábamos sus esfuerzos y los de la oposición venezolana, en mantener el control de las refinerías y estaciones de servicio en los Estados Unidos, protegiéndolos, de ese modo, de los esfuerzos de Maduro por obtener el control. (Como le expliqué a ellos y a otros, Guaidó había solicitado asesoría y se la estábamos brindando en sus esfuerzos por nominar a personas como parte de las diferentes juntas directivas de la compañía petrolera que, en última instancia, mediante sus filiales, eran dueños de Citgo.)

Desde Moscú conocimos que Putin presuntamente estaba muy preocupado por los aproximadamente 18 mil millones de dólares que Venezuela le debía a Moscú; el estimado de los adeudos reales variaba constantemente, pero todos eran sustanciales.

Aumentaba cada vez más la cantidad de diplomáticos que reconocían a Guaidó y esperábamos que esto les demostrara incluso a las personas leales a Maduro que sus días estaban contados, y además ofrecía una póliza de seguro contra el arresto de Guaidó y otros líderes de la oposición. Esto no era una hipótesis.

La policía secreta de Maduro había irrumpido en la casa de Guaidó y había amenazado a su esposa e hija pequeña. No fueron lastimadas, pero la señal era clara. Era muy parecida a una operación dirigida por Cuba, resaltando nuevamente que la presencia foránea en Venezuela, tanto cubana como rusa, era de vital importancia para mantener a Maduro en el poder.

Los contactos con los altos mandos militares continuaron para coordinar los términos en virtud de los cuales podrían pasarse a las filas de Guaidó, así como con antiguos miembros del gabinete chavista, líderes sindicales, y otros sectores de la sociedad venezolana para forjar alianzas. Pensábamos que era el momento de la oposición, pero ellos tenían que acelerar el paso.

La estrategia de la ayuda humanitaria y Colombia

En Venezuela se estaba ideando un plan, que prometía resultados alentadores, para traer suministros humanitarios a través de las fronteras de Colombia y Brasil y distribuirlos en toda Venezuela. Hasta este momento, Maduro había cerrado de forma efectiva las fronteras, que había sido posible gracias al terreno difícil, las junglas y los bosques espesos que hacían el cruce casi imposible, excepto a través de los bien conocidos y establecidos puntos de control.

El proyecto de ayuda humanitaria demostraría la preocupación que tenía Guaidó por el pueblo venezolano y demostraría, además, que estaban abiertas las fronteras internacionales, reflejando la creciente falta de control de Maduro. Existía también la esperanza de que importantes mandos militares no seguirían las ordenes de cerrar las fronteras, pero eso, incluso si lo hacían, Maduro estaría en la imposible posición de negar la entrada de suministros sanitarios a su empobrecida nación.

Iván Duque, presidente de Columbia, visitó a Trump en la Casa Blanca el 13 de febrero y las conversaciones se centraron en Venezuela. Trump les preguntó a los colombianos si debería haber hablado con Maduro seis meses atrás, y Duque dijo rotundamente que eso hubiese sido una gran victoria para Maduro, y sugirió que conversar con él ahora sería un error aún mayor. Trump le dijo que estaba de acuerdo, lo que fue un gran alivio para mí.

Luego preguntó cómo estaban los esfuerzos en general y si la balanza se inclinaba hacia Maduro o hacia Guaidó. En este momento, Francisco Santos, embajador colombiano, resultó muy efectivo, al decir que incluso dos meses atrás, él hubiera dicho que Maduro tenía una mayor ventaja, pero ya no creía que fuera así, y explicó el por qué. Trump evidentemente tomó nota de esto.

En Venezuela continuaba el movimiento en apoyo a la oposición. El obispo católico de San Cristóbal, que era además vicepresidente de la conferencia de obispos católicos del país, habló públicamente, refiriéndose expresamente a la transición en que Maduro perdería el poder. Habíamos esperado que la iglesia jugase un papel más activo, y ahora estaba sucediendo.

En la medida en que se acercaba el 23 de febrero, se intensificaron los rumores acerca de que un líder militar de alto rango, posiblemente el jefe del Ejército Venezolano, Jesús Suárez Chourio, anunciaría en público que ya no respaldaba a Maduro. Antes se habían suscitado rumores parecidos, pero el plan humanitario transfronterizo era el factor clave del por qué ahora esto podía ser cierto.  

Al mismo tiempo, el senador Marco Rubio nombró expresamente a Suárez Chourio, junto al ministro de Defensa, Padrino, y a otros cuatro, como figuras militares clave que podrían recibir la amnistía si desertaban hacia la oposición.

Existía además la sensación de que con deserciones de tal magnitud habría un gran número de efectivos que los seguirían, y que las unidades del ejército aparentemente en dirección a la frontera, luego regresarían a Caracas para rodear el Palacio de Miraflores, la Casa Blanca de Venezuela. No obstante, esta predicción optimista no se hizo realidad.

El miércoles, Guaidó salió de Caracas de forma clandestina, dirigiéndose a la frontera de Colombia, donde, como se había planificado desde un primer momento, esperaría en la parte venezolana mientras la ayuda humanitaria cruzaba el Puente Internacional Las Tienditas desde Colombia.

Sin embargo, escuchamos que en realidad Guaidó tenía pensado cruzar hasta Colombia para participar en un concierto auspiciado por Richard Branson en Cúcuta, el viernes en la noche, para  apoyar la ayuda a Venezuela, y luego encabezar la ayuda de vuelta hacia la frontera el próximo día, haciendo frente directamente a la confrontación con las fuerzas de Maduro, si llegaba alguna.

Esto no era una buena idea, por diferentes motivos. Era muy dramático, pero a la vez peligroso, no solo en lo que respecta a la integridad física, sino más importante, políticamente. Una vez cruzada la frontera y fuera de Venezuela, seguramente a Guaidó le sería más difícil regresar. ¿Qué sucedería con su capacidad para dirigir y controlar la política de la oposición si fuese aislado fuera del país, sujeto a la propaganda de Maduro diciendo que había huido por miedo?

No teníamos manera de predecir lo que sucedería el sábado. La balanza podría inclinarse de un extremo a otro: las cosas podrían salir bien, con la frontera abierta en la práctica, lo que pondría en entredicho directamente la autoridad de Maduro, o podría haber violencia y derramamiento de sangre en los puntos fronterizos, con el posible arresto de Guaidó o peor.Yo pensaba que el plan para intentar cruzar la ayuda humanitaria por la frontera estaba bien concebido y era totalmente realizable. Sin embargo, planes más ambiciosos no habían sido bien pesados y fácilmente podían haber terminado en problemas.

El viernes en la tarde, Guaidó presuntamente cruzó hacia Colombia en un helicóptero, con la ayuda de simpatizantes del Ejército venezolano. Se esperaba que estas tropas acompañarían también a trasladar la ayuda humanitaria a través de los puntos fronterizos el sábado. Estaba decepcionado, pero al menos habíamos escuchado que esa noche el concierto de Richard Branson estuvo más concurrido que el concierto rival organizado por Maduro dentro de Venezuela, lo que supongo fue una especie de victoria.

Guaidó llegó al Puente Internacional Tienditas sobre las 9:00 de la mañana, dispuesto a cruzarlo. Hubo reportes durante todo el día de que estaba a punto de cruzar el puente, pero eso no sucedió, sin que diera una explicación plausible. De hecho, la operación simplemente fracasó, salvo en algunos lugares donde los voluntarios trataron de pasar la ayuda y lo lograron, como es el caso de la frontera con Brasil, no así en la frontera con Colombia.

Mi opinión, a finales del sábado, era que la oposición había hecho muy poco para ayudar a la causa. Me desilusionaba el hecho de que el ejército no hubiese respondido con más deserciones, especialmente entre los oficiales de más alto rango. Me sorprendió igualmente que Guaidó y Colombia no hubiesen puesto en práctica planes alternativos cuando los colectivos y otras fuerzas evitaron que los cargamentos con ayuda humanitaria entrasen, quemando los camiones que se encontraban en el puente. Las acciones parecían incoherentes y desconectadas y realmente no podía determinar si se debía a la falta de planificación previa o a que le habían fallado los nervios. Si las cosas no se arreglaban en los próximos días y Guaidó no regresaba a Caracas, entonces sí me empezaría a preocupar.

Escuchamos que, en opinión de los venezolanos, el sábado había sido una victoria para Guaidó, lo cual me parecía una opinión demasiado optimista. Mucho después supimos que se especulaba que los colombianos se habían echado atrás, temiendo que un enfrentamiento militar en la frontera los obligaría a intervenir y, después de tantos años combatiendo la contrainsurgencia y el narcotráfico en Colombia, sus tropas no estaban preparadas para un conflicto convencional con las fuerzas armadas de Maduro. ¿Acaso nadie se había dado cuenta de eso hasta el sábado?

El domingo por la tarde informé a Trump sobre los últimos acontecimientos, pero parecía despreocupado, lo cual me sorprendió. Estaba impresionado con el número de deserciones del ejército, que en pocos días había ascendido a quinientas. Sospeché que su cabeza estaba en lo de Corea del Norte y la Cumbre de Hanoi. Casi al final de la llamada me dijo: “Está bien, socio”, señal de que estaba complacido con lo que había escuchado.

(…) volví a hablar con Pence, que ya se encontraba de regreso en Washington tras haber pronunciado su firme discurso en Bogotá ante el Grupo de Lima y quien me dijo que había un gran espíritu en la reunión, lo cual resultaba alentador. Guaidó lo había impresionado: “Muy genuino, muy inteligente y pronunció un discurso muy fuerte frente al Grupo de Lima”. Le pedí a Pence que le hiciera saber su opinión a Trump.

Mantuve a Trump informado, quien el domingo 3 de marzo me dijo: “Él [Guaidó] no tiene lo que hace falta… Apártate un poco, no te involucres mucho”, que era como decir “no te comprometas mucho”. En todo caso, al día siguiente Guaidó aprovechó la oportunidad, pese a los riesgos, y regresó a Venezuela por avión esa mañana. Esto demostraba el valor que había mostrado anteriormente y resultó de gran alivio para mí.

En una reunión del comité de directores para discutir nuestros planes, Mnuchin se mostró reacio, pero fue convencido por los demás, especialmente por Perry, quien de forma muy educada le explicó cómo funcionaban realmente los mercados del petróleo y el gas internacionalmente, Kudlow y Ross que rebatieron su análisis económico, e incluso Kirstjen Nielsen que pedía sanciones más severas. Pompeo se mantuvo callado.

Volví a decir que en Venezuela solo teníamos dos opciones: ganar o perder. Empleando una analogía con la crisis del Canal de Suez en 1956, dije que teníamos agarrado a Maduro por el cuello y teníamos que apretarlo, lo que hizo que Mnuchin se mostrase visiblemente sobresaltado. A Mnuchin le preocupaba que las medidas contra el sistema bancario afectaran a Visa y MasterCard, las que quería mantener vivas para “el día después”.

En cuanto a la preocupación de Mnuchin respecto al daño que podríamos ocasionar al pueblo venezolano, señalé que Maduro ya había matado a más de cuarenta personas durante esta ronda de actividades de la oposición y cientos de miles arriesgaban sus vidas cada vez que 49 salían a la calle a protestar. ¡Esas personas no estaban pensando en Visa ni en MasterCard! Los pobres no tenían Visa ni MasterCard y ya estaban sufriendo las consecuencias del colapso de la economía venezolana. ¡No podía creerlo, había una revolución andando y a Mnuchin lo que le preocupaba eran las tarjetas de crédito!

El apagón…  la infraestructura del país para generar electricidad no tiene reparación

Al finalizar el día 7 de marzo, recibimos noticias sobre los apagones masivos que se estaban produciendo en toda Venezuela, exacerbados por las pésimas condiciones en las que se encontraba la red eléctrica del país. Lo primero que pensé fue que a Guaidó o a alguna otra persona se le había ocurrido asumir las riendas del asunto. Sea cual fuere la causa o la extensión o duración del apagón, este tenía que golpear a Maduro, pues era un ejemplo del desastre general que representaba el régimen para el pueblo.

La información sobre los efectos del apagón llegaba lentamente, porque casi todos los medios de telecomunicación nacionales se habían quedado sin electricidad. Las noticias que nos llegaban con el pasar de los días, confirmaban la devastación. Casi todo el país estaba sin electricidad, el aeropuerto de Caracas estaba cerrado, los servicios de seguridad no se veían por ninguna parte, llegaban reportes de que se estaban produciendo saqueos y los cacerolazos comenzaron de 50 nuevo, mostrando el significativo descontento popular contra el régimen. ¿Cuán terrible era el daño? Supimos, unos meses después, que una delegación extranjera que había visitado el país concluyó que la infraestructura del país para generar electricidad “no tenía reparación”.

Los esfuerzos del régimen por recuperar la red fallaron, al explotar algunas subestaciones cuando se trató de energizar nuevamente la red, reflejo de los muchos años de falta de mantenimiento y la obsolescencia de los equipos. La pérdida de las telecomunicaciones también obstaculizaba la coordinación de las actividades a nivel nacional, incluidas ciudades claves como Maracaibo.

La Asamblea Nacional declaró el “estado de alerta” por los apagones y, si bien no tenía autoridad para hacerlo, al menos le demostraba al pueblo que se estaban ocupando del asunto, en contraste con la práctica desaparición de Maduro, otra señal de la desorganización que reinaba en el régimen. Guaidó mantuvo sus contactos con funcionarios del gobierno, buscando fisuras en la dirección que permitieran socavar la autoridad de Maduro.

Desafortunadamente, la desorganización también reinaba en el gobierno estadounidense, particularmente en el Departamento de Estado. Unido a la reticencia del Tesoro, cada nuevo paso en nuestra campaña de presión contra el régimen de Maduro requería de mucho más tiempo y esfuerzos burocráticos del que cualquier persona pudiese justificar. El Tesoro trataba cada nueva decisión sobre las sanciones como si estuviese dirimiendo un caso penal en un tribunal, donde hay que probar la culpabilidad más allá de cualquier duda razonable.

Así no es cómo funcionan las sanciones. De lo que se trata es de utilizar el inmenso poderío económico de los Estados Unidos en beneficio de nuestros intereses nacionales. Las sanciones resultan muy efectivas cuando se aplican de forma masiva, rápida y decidida y se hacen cumplir con todo el poder disponible».

En la próxima entrega…

«El régimen no estaba cruzado de brazos, más bien tomaba constantemente medidas para evadir las sanciones y mitigar las consecuencias de aquellas de las que no se podía librar. Nuestra lentitud y falta de agilidad eran una bendición para Maduro y su régimen»…

Panorama

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