Cuando el “Cocha” era el “Cochita»
Por: Augusto Aponte Sierra.
Conocí a Gonzalo Arturo Molina Mejía, en mi casa. Allá en el barrio de siempre. Fue en el espacio barrial entre las fronteras del Novalito, Cañahuate y La Guajira. Él era muy niño, y lo llevaba de las manos en un acompañamiento mutuo, su abuela Elodia Muñoz, prima muy cercana de mi abuela Magdalena Martínez Zuleta. Como diría “mamá Nena.” La “señora Elodia Muñoz” exhibió sin reparos el inmenso cariño que profesaba por su pequeño nieto. Ella era esposa de otro pariente de la misma estirpe Sandiegana. El señor Silvestre Mejía.
El Cocha en esos tiempos, era el “Cochita”, el hijo de Estela, hermano de Beto, la Meme, Luz Estela y “el sobrino” de Gonzalo Mejía…”el hombre que nos ilumina”, como lo bautizó Diomedes Diaz, cuando era gerente de la extinta “electrificadora”. También era uno de los mejores amigos de mi hermano menor…el travieso “Tribilin”, ellos corrían detrás de sus propias travesuras, en aquellos años mozos del bachillerato.
El barrio era un conglomerado de familias raizales vallenatas, que hacían una sola sociedad con los pueblos circunvecinos. Por eso, ese pedacito del naciente país vallenato, era una “embajada” y un “consulado natural” para muchos juglares. Era un lugar del viejo Valledupar, que sirvió de nicho para muchas parrandas, en donde se degustaba el más auténtico vallenato tradicional. Ahí, en una de esas casas, la de la familia Meza Daza, conocí al Cochita “acordeonero”, cuando los amigos de Alberto, su hermano, le daban pequeñas oportunidades. O, como decíamos en la época, le daban “unos mochitos” para mostrar su exquisito talento. Por ese mismo “casting” pasaron muchos acordeoneros, que eran sus ídolos y que hoy son sus colegas. De esos talentos, al que más recuerdo, es a Ciro Meza Reales; Rey vallenato.
En esos tiempos El Cocha, era más pollo que gallo, por eso siempre nos acompañaba en nuestras parrandas vacacionales y era muy apetecido para interpretar en muchas de nuestras clandestinas y atrevidas serenatas, ofrecidas como románticos tributos a esos inolvidables y furtivos noviazgos escondidos.
Su gran amigo de siempre, Pachín Escalona, en compañía de Monche Castilla, le sacaban el permiso para que su mamá lo dejara salir a mostrar con orgullo la nota mágica que un acordeón emocionado resoplaba en su pecho. De tantas canciones que su alegría hizo éxitos en aquellas primeras parrandas, me quedó en mi nostálgica memoria, un viejo paseo que después fue un éxito nacional y que lleva el nombre de una paisana de su papá: Joselina Daza.
Allí, en el seno del jolgorio cañahuatero, conocí la idolatría de mi paladar musical por las notas del “Cochita Molina”, como le decíamos por su corta edad. Los pitos que adornaban las melodías que él creaba, tenían un brillo diferente a la de los demás, magistralmente en un extraordinario criollismo, las mezclaba con rápidos y oportunos bajos, logrando una novedosa y sabrosa combinación de la escuela moderna con la nota de antaño: la de Luis Enrique Martínez, Colacho Mendoza y Emilianito Zuleta. La elegancia que siempre ha tenido para abrir “muy cortico” el fuelle del icónico instrumento alemán, hace que por momentos pareciera que el acordeón suena cerrada y que no necesita ventilación. En esos tiempos el acordeón era “más grande” que él. Fue aquella etapa en que los años iniciaban la década de los 80. A todos nos dejaba sorprendidos cuando ejecutaba un “paseo rápido”. Nos daba la sensación de que el acordeón no usaba aire, que se alimentaba únicamente del soplido musical que emanaba de ese talento oriundo de Patillal, tierra de sus ancestros paternos y en donde de cualquier matorral… sale un poeta.
Lo que sigue después, aparece en todas las historias de su propia leyenda, porque ya es un “Rey de Reyes”, en un festival de muchas estrellas. De aquel “Cochita” que conocí, que paseaba de la mano de la señora Elodia, hoy queda su sonrisa, su desparpajo al hablar, su nobleza y su gran talento. Su obra musical lo elevó a la categoría del “Gran Cocha Molina” que hoy a pesar de su engrandecida pero merecida fama sigue tocando aquel acordeón que se veía más grande que su cuerpo, y que hoy luce pequeña y sumisa, en las manos del acordeonero que más alegrías le ha dado a mi alma vallenata. Si, porque yo soy ‘Cochista’ al cien por ciento. Lo digo y lo siento, con el orgullo del amigo y del fanático.
Felicitaciones, Gonzalo Arturo en tus 55 años de vida terrenal. Dale un abrazo al “Cochita”, a ese muchacho que yo conocí en la casa de siempre.