Crónicas

El vallenato lleva 18 años sin ‘La Cacica’

Solo cinco días después de su cautiverio llegó la peor noticia que haya sacudido a nación alguna, la madre del folclor vallenato, Consuelo Araujo Noguera había sido asesinada en un absurdo momento en el que no valieron sus ruegos ni el aturdido aleteo de las aves asustadas que huían despavoridas ante el estridente sonido de las balas que prolongaban el eco demencial de los cañones que arrancaron de las sienes del folclor, las trinitarias de la alegría.

POR: WILLIAM ROSADO RINCONES

Cerraba el mes de septiembre su histórica estela de hechos dolorosos que suele acolitar en diversas épocas y calendarios en el mundo, en esta oportunidad la fatalidad puso la brújula en la cuna del vallenato, golpeando con fuerza los diapasones de los acordeones del valle, esos mismos que su protectora había ubicado en el nicho preferencial de la cultura colombiana.

Fue Consuelo con su Ejército de expedicionarios del folclor, encabezados por Rafael Escalona, Alfonso López y García Márquez entre otros, los que descolgaron los acordeones de los horcones campesinos, para que sonaran en los más encopetados clubes del mundo, conducidos por rudimentarias manos que les extraían melódicos ritmos que se apoderaron del pentagrama colombiano, bajo el rotulo de vallenato.

DIECIOCHO AÑOS SIN CONSUELO

Han pasado 18 años desde aquel aciago momento en el que Valledupar se quedó sin ‘Consuelo’ en aquella nefasta creciente de dolor que inundó las almas de tristeza y silenció los versos del ‘Amor Amor’, porque la dueña de la casa a la que se le cantaba y se le daban las gracias, había partido a la eternidad con su vestido de pilonera, pero sin el flequeteo que identificaba a la raizal defensora de los sones, paseos, puyas y merengues.

La muerte de Consuelo fue un golpe mortal a las entrañas del vallenato, había partido, la periodista aguerrida, la ministra que cambió los finos bolsos por su mochila arhauca, cuya gaza hacía brillar los picos de la Sierra Nevada, y su olor a lana, identificaba los agrestes caminos de Nabusimake. Pero esos dos perfiles, eran menos significativos que el rótulo que la hizo inmortal: ‘La Madre del Vallenato’.

Como si presintiera una partida temprana, forjó una estructura a su alrededor, cuyas enseñanzas calaron al pie de la letra en el organigrama de una expresión cultural que supo armar como la empresa folclórica que dio el ADN particular a Valledupar, para que irrigara talentos con la paternidad del Festival de la Leyenda Vallenata.

A su familia, a su amiga la Polla Monsalvo, les tocó timonear en medio de un océano de sufrimiento, para que no se hundiera esa expedición que había tenido al comienzo bogas quijotescos, pero que, orientados por la Rosa de los Vientos del optimismo, condujeron su posterior capitanía por los sietes mares de la popularidad, a unos aires que se convirtieron en la cédula de esta provincia.

FORTALEZA Y LIDERAZGO

Mucho se ha escrito sobre el liderazgo de Consuelo Araujo Noguera, tanto en el aspecto folclórico como en su vida política. A pesar de que otras generaciones, hoy caminan sobre el mármol de la modernidad, no se pueden olvidar esas huellas que ella dejó en ese mismo entorno otrora empedrado, en donde quedaron marcadas andanzas infantiles y juveniles, en cuyas calendas se atrevió a darle el banderazo inicial al Festival Vallenato que, después se convirtió en el icono del pueblo.

Es indudable que la falta de su palabra y liderazgo, ha incidido en el cambio de ciertos formatos, no solo en la parte folclórica sino en la periodística, su voz y su pluma eran tribunales que oteaban el comportamiento de una dirigencia que en gran parte, con su ausencia, se descarrió por unos despeñaderos sin leyes y sin Santamaría, mientras que los radares folclóricos tampoco detectaron alianzas de algunos músicos vallenatos con otras tendencias, los que aprovechando el nombre del vallenato, hacen su agosto sin respetar ni la voz de alto, que les hizo la UNESCO.

Hoy en esta fecha de recordación de este infausto hecho, se rebobina el dolor de su familia, y vuelven los párrafos a abrir sus interrogantes, ¿Por qué tuvieron que matarla?, ¿Qué sería del vallenato si ella estuviera viva?, y así sucesivamente, van surgiendo enigmas que por mucho que se escudriñen, nunca tendrán una respuesta satisfactoria, porque el vacío dejado no lo supera ni la valentía del séquito a los que dejó el legado, y que hoy mantienen vivo el Festival, aunque esquivando dardos, similares a los puñales que le tiraron a Samuelito Martínez en Potrerillo, pero que aquí no han podido hacer blanco en los acordeones, los que siguen orondos, manteniendo la pureza en medio del maremágnum comercial que ahoga la originalidad.

En la historia quedaron sus recuerdos, las parrandas, los personajes que aprendieron a saborear la gastronomía criolla, llevados de su mano, las permanentes atenciones a Alfonso López y demás presidentes que en el Valle aplaudían a ‘Colacho’, a Alejo y coreaban ‘La Creciente del Cesar’ de Rafael Escalona o también ‘Honda Herida’ la canción que más le gustaba de ese maestro patillalero.

Cómo olvidar la Carta Vallenata, una columna periodística que hacía temblar a los descarrilados de la moral, y que agotaba los tirajes de los pocos ejemplares que para la época llegaban a Valledupar. Su amor por las trinitarias, instituida por ella como la flor del vallenato, y en cuya cabeza, siempre lució, cuando orgullosa encabezaba el desfile que le daba apertura al festival, casi siempre con la ‘Niña Ceci’ que ya debe estar con ella en los portales de la gloria con La Polla Monsalvo, Lolita Acosta y como invitada Lola Bolaños, haciéndoles antesala a los reyes que también partieron.

DEVOTA Y ANCESTRAL

Otra de sus devociones fueron las creencias religiosas, las que defendía a ultranza, lo mismo que las costumbres y tradiciones que aprendió en el marco de la plaza ‘Alfonso López’, por eso instituyó el Festival en medio de la celebración de la Virgen del Rosario y visibilizó la tradicional leyenda del envenenamiento de la laguna Sicarare.

En ese ritual, se escenifica la aparición de La Guaricha-nombre indígena dado a la virgen del Rosario- reviviendo a los españoles, después de que los indígenas los habían envenenado. Esa era la esencia cultural que siempre abanderó, por eso el 29 de abril, era común verla en medio de indios, negros y el capuchino en las famosas Cargas.

Ni que decir, observarla en medio de las misas de gallo al santo Eccehomo, o la procesión del Nazareno y la infaltable Virgen de las Mercedes, a la que le cumplió la última cita ese fatídico 24 de septiembre del año 2001 en ese histórico pueblo de Patillal, en donde también dejó su recuerdo en infinidades de comadres, que aun la siguen llorando.

Fue conocida como ‘La Cacica’, nombre que se empotró en el imaginario vallenato, y que alguna vez sin proponérselo, la bautizó el periodista Hernando Giraldo en una de esas jornadas festivaleras en las que toda esa elite rola nadaba en mares de wisky, embelesados por las notas de los acordeones protegidos por Consuelo.

Consuelo nació en la misma tierra que abrazó sus restos en medio de unan multitud, la más grande despedida que para entonces, se le había dado a una persona de este entorno vallenato, no hubo pañuelo que no blandiera su dolor hasta la tumba, la misma que en cada fecha de su cumpleaños o de su partida, se llena de notas y flores en testimonio de un recuerdo que nunca perecerá, mientras en el mundo se sigan propagando los legados de Leandro, Escalona, Calixto, Luis Enrique, Alejandro Alberto, ‘Chipuco’, ‘Colacho’, algunos de los nombres protagónicos de esa vallenatía que tanto defendió.

Dentro de esa polleras de pilonera, se paraba una mujer de un culto intelecto, a pesar de no haberse ceñido un birrete universitario, la misma vida la graduó de Cacica de los saberes, en un laureado empirismo que la llevó a ser una mordaz periodista y ministra de Cultura, hasta donde llegó a pelear la importancia que debía dársele al vallenato, en unos espacios que estaban atestados de presupuestos para otras expresiones culturales, y de dónde sacó partidas para mostrar también ese vallenato que cargaba sembrado en su mochila arhuaca.

ESCRITORA

Consuelo publicó, además, tres libros que hacen parte de la cultura de esta tierra vallenata: ‘Vallenatología’, ‘Escalona, el hombre y el mito’, y ‘El lexicón del Valle de Upar’. Una trilogía de fuentes parroquiales, desde donde se puede escudriñar el origen, formación y madurez de este pueblo que exhibe un cromosoma distinto a las demás culturas musicales del mundo.

Con su muerte nacieron muchas canciones que testificaron el aprecio y agradecimiento de muchas generaciones de los artífices del folclor, desde los ejecutores de instrumentos del folclor, hasta los más connotados compositores y cantantes, quienes crearon canciones en honor a la lideresa caída, letras consideradas como trofeos de agradecimiento a esa matrona que dejó abierta la más grande universidad folclórica: El Festival de la Leyenda Vallenata, desde donde nacen y se proyectan los más fieles exponentes de un folclor que hoy vuela en avión propio.

Entre esas canciones se destaca la del compositor Winston Muegues, La Novia del Valle, grabada por Jorge Oñate:

“Los vallenatos estamos en mora
De hacerle una canción a la señora
Que ha sido como la novia del valle.

Lleva en el alma este folclor tan bello
Lo recibió cuando aún era pequeño
Le dio su vida hasta volverlo grande.

Y ella con su estirpe vallenata
Luchó siempre por su raza
Contra el tiempo y su premura.

También fue ministra de cultura
Y anduvo por las alturas con una mochila arhuaca”.

Y la de Diomedes Díaz el famoso ‘Cacique’, quien también le cantó a ‘La Cacica’ en el tema ‘Consuelo’:

“Le voy a cantar a un alma que está en el cielo
Pa’ que el alma de nosotros acá en el pueblo
Suspire solo un ratico desde ese día

Oscuro día
Que murió Consuelo
Las nubes que van pasando me traen recuerdos
Por eso cantando lloro al mirar pa’ arriba
Porque, así como esa nube se fue Consuelo
Y allá entre nubes
Quedó su vida”

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