27 de noviembre
Opinión

Sangre en la arena

Por: Camilo A. Pinto Morón
@camilopintom

Si hay algo que nos caracteriza a los colombianos es que somos amantes al debate, a la controversia, a la confrontación de ideas, espacios que, lastimosamente, no siempre están arropados de raciocinio, realidad, responsabilidad y respeto; un claro ejemplo de esto, sin desconocer que hay disertaciones serias y sólidas en ese plano, son las asiduas discusiones estériles entre aquellos extremos que conocemos en sociedad como “izquierda” y “derecha”, esas que cansan y en nada ayudan, allí unos se creen más que los otros, ese es el verdadero fondo del asunto, ínfulas de superioridad. Para ciertos sectores de la izquierda lo único malo es lo de la derecha, para algunos grupos de la derecha lo único malo es lo de la izquierda.

Sólo por poner un ejemplo y entrar en contexto, una de las tantas batallas que libran los sectores extremos de la política colombiana ha sido lo que tiene que ver con los defensores de derechos humanos (DDHH) y los abogados penalistas defensores. Los activistas que defienden los DDHH en muchísimas ocasiones, para no decir que todas, son tildados de aliados de x o y guerrilla, de ser aduladores del comunismo, entre otros aspectos; por otra parte, los abogados de “derecha” defensores de imputados se les condena bajo la premisa de hacer parte o compartir las acciones u omisiones antijurídicas cometidas por su cliente. El propósito de este asunto es despotricar de quien tenemos al frente, perdiendo de vista que al abogado penalista no hereda por osmosis la consecuencias de las conductas punibles, ni los defensores de DDHH, por su labor, se debe colegir que hacen parte de células guerrilleras o qué sé yo, todo esto porque en algunas ocasiones se han concentrado en estudiar la extralimitaciones de la fuerza pública en el marco de ciertos conflictos.

Los colombianos debemos entender de  una vez por todas que todo acto u omisión en el que se vea involucrado el interés general, derechos fundamentales, libertades y garantías públicas, es totalmente reprochable, condenable, provenga de donde provenga, con la razón nadie puede luchar, allí no hay denominación ideológica que valga. Todos tenemos los mismos derechos, deberes y obligaciones. No es justo ni razonable deplorar o no conductas punibles dependiendo de donde venga, que si fue Pedro el de la bandera roja no pasa nada, pero si fue Juan el del trapo azul sí.

Hace un  par de días hice un comentario en Twitter y hoy vuelvo a ratificarlo, los altos niveles de polarización por los que atraviesa el país cansan, irritan, son muy tediosos, complican la convivencia social, la interacción ciudadana, por supuesto, esas controversias estériles que nos toca ver, leer y escuchar a diario a los colombianos hacen parte del problema, bienvenido el debate reflexivo, mas no actos bochornosos que lo único que generan es desgaste social, fraccionamiento, odio.

Aquí lo que hay que hacer es acabar con esa cultura de la animadversión, de la antipatía. Hay temas en los que verdaderamente vale la pena discutir con la misma o quizá mayor fervorosidad con la que acostumbramos a hacerlo en tontas polémicas, démosle paso a la justicia, a la realidad, a lo palpable, a lo que es, punto.

Para poner sobre la mesa nuestras diferencias no hay que acudir a malas prácticas, las ganar de eliminar al otro no es una herramienta intelectual ni social, para cuestionar no hay que agredir al interlocutor, no tiene que haber: sangre en la arena.

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