27 de noviembre
General

Perfumes migratorios

Las flores “enerinas” ven pasar a la mujer de fucsia cada enero y entregan su perfume natural
El sol baña los arboles de verdes, mientras Miguel en su sombra recoge los aromas

Solo los domingos de enero se repite la escena. Una mujer coqueta con su ropa fucsia de deportes trota por el parque y deja su perfume en cada  esquina. La acompaña una perra grande y lanuda de color perla que ella llama Lula. Miguel Cervera es jubilado de impuestos y permanece sentado en la banca de la esquina norte y recibe sus ráfaga de aromas en cada pasada, entonces respira y aspira como una lagartija vieja, como un lagarto anciano para ser más concreto. Usa gafas gruesas de vidrios pesados y prepara los ojos para ver el trasero  redondo de la mujer de fucsia que pasa cada 11 minutos.  Sobre los arboles unos loritos hablan en su idioma verde y alegre, mientras el sol despierta los mangos amarillos. La mujer pasa de nuevo con su perfume y Miguel consume su aroma por su antigua nariz. Entonces recuerda que ese perfume debiera pagar impuestos, que los loritos chillones si alzan el ruido debieran pagar impuestos, y si la perra Lula deja su caca en el parque deben recogerla, pero debe ser dura para empacarla en la bolsita que la mujer de fucsia debe cargas en sus bolsillos. Y claro, debiera pagar impuestos.

Por la esquina sur, un grupo de muchachos bajan de un carro con acordeones, se meten en la casa blanca, y al rato se escucha  la música de borrachos contentos. La mujer pasa de nuevo con su brisa dulce de perfume francés. Debe ser francés, los ingleses producen mejor perfume para hombres, recuerda Miguel haber leído en una revista en los años 70. A Miguel lo conoce mucha gente, cuando era el cobrador de impuestos de la caja siete, allá duró todo el tiempo necesario para pensionarse, pero él nunca miraba la cara de los contribuyentes, de manera que todos lo conocen, pero él no conoce a ninguno, como los presentadores de televisión. La  mujer de fucsia solo aparece en enero como ciertas aves migratorias, en cambio los loros en cada cosecha vienen, incluso siempre cantan por las tarde en los árboles secos del parque.

Los arboles jubilados renacen, mientras el parque se siente joven y tranquilo

La perra Lula, ahora se quedó tranquila jugando entre las bancas vacías, mientras la mujer de fucsia pasa cada 11 minutos exactos con su ola de fuegos.

Los loritos juegan con su idioma verde y los patos cruzan el cielo silenciosos.

En la  parte occidental del parque, un grupo de muchachos se prepara para jugar al futbol, no puede verlos, solo imaginarlos, pero en menos del tiempo esperado escucha los madrazos de quien no pone el balón o quien  no mete un gol que era más difícil botarlo.

La mañana despierta, el solo saluda a hojas de los frutales y luego las baña de energía, unas ancianas religiosas reparten revistas en las bancas y conversan calladas como buenas creyentes, todas con faldas largas y tristes, algunas con bolsos grandes, olvidados de moda y aceleres. Ellas pueden estar toda la mañana ahí, o todo el día, incluso todo el año, solo en los momentos de lluvia de esconden entre las sombras para aparecer la mañana siguiente con los mismos vestidos, los mismos bolsos y las mismas revistas.

Ahora el parque se llena de gente, vendedores de dulces y cigarros, desocupados sin rumbo, jugadores de siglo, bebedores sin bebidas, mujeres con citas sin nombre, futbolistas retirados voceadores de prensa, loteros sin suerte, enamorados sin novias, novias sin enamorados, amores solitarios en busca de desamores solitarios. El sol se calienta, los pájaros callan su lenguaje verde, y dos patos trasnochados cruzan el cielo para llegar al cerro.

Miguel Cervera se levanta torpemente  de su banca, limpia sus gafas pesadas, detiene su respiración y sigue tranquilo hacia su casa que queda a tres esquinas el parque. Cuando llega,  se mete en su hamaca de rallas verdes y gris, entonces respira fuerte como un lobo viejo y el patio se llena de mariposas. Así estalla un hombre lleno de perfumes y duerme hasta el enero que viene donde seguro, ocurrirá lo mismo por muchos siglos.

Por:  Edgardo Mendoza Guerra

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