Carnaval vallenato, ni la tumba ni la cruz
Poco a poco avanza enero dejando atrás la resaca del fin de año y las fiestas del cumpleaños de Valledupar, de acuerdo a las calendas, corresponde el turno a los carnavales que gozan de una pretemporada movida en muchas partes de la Costa, menos aquí en Valledupar, en donde no queda ni la tumba ni la cruz como dice la célebre canción ranchera.
El carnaval fue en esta comarca, uno de esos festejos populares que le dieron la primera entrada a los acordeones para que se mostraran ante la marginalidad que los azotaba por culpa de las estirpes sociales que por entonces dominaban la aldea y que no le permitían asomarse a sus clubes sociales.
Los primeros acordeoneros de la barriada abrían y cerraban el instrumento al compás de los bailadores del pilón, quienes a punta de versos y en pareja esbozaban la jocosidad de los pocos repentistas del viejo Valle, un territorio conformado apenas por los barrios el Cerezo y Cañaguate que era la parte de proletariado de la insípida ciudad.
Hoy de aquel carnaval no queda nada, las generaciones fueron cambiando, la ciudad se fue expandiendo en detrimento del acervo del vallenato raizal, componente que terminó de rematar el capricho de un alcalde que lo exterminó para darle prelación al Festival Vallenato, que ya le había tomado una ventaja considerable al carnaval.
La medida fue defendida y atacada por tirios y troyanos, los defensores se constituyeron en una especie de palenque rebelde a doblegar, pero a decir verdad a pesar de que aún persiste la intención, solo se vive un remedo de la grandeza del pasado.
En los registros históricos del viejo Valledupar quedaron esculpidos los nombres de insignes carnavaleros de una primera generación de los que no puede obviarse el aporte de Oscar Pupo Martínez, Evaristo Gutiérrez, Leonel Aroca, quienes fueron los promotores de la fusión entre ricos y pobres en el festín del Dios Baco. Junto a ellos se formaron otros personajes que hacen parte del inventario folclórico de la región y que generacionalmente fueron suplidos por sus hijos o parientes.
Esa juerga que derrochaban los vallenatos de una manera parroquial, fue organizada más tarde con la llegada de Víctor Cohen Salazar, quien se había marchado hacía mucho tiempo, pero volvió, trayendo aspectos culturales que había aprendido en la lejanía no solo en materia carnestolendas sino en otros frentes sociales. Cohen, era un hombre de finos modales que trajo a Valledupar los mejores espectáculos musicales de la época en sus célebres salones Rancho Alegre y la caseta Broadway Internacional.
Con Don Víctor se implementaron las carrozas, desfiles y capuchones, toda una época de sana diversión, en donde la chercha y las bromas estaban a la orden del día, hasta que la maldad hizo su aparición y los disfraces y capuchones empezaron a ser utilizado para otros menesteres, lo que obligó su prohibición.
Hasta su ancianidad, Cohen Salazar, disfrutó de los carnavales, era miembro activo de la Junta Central en donde en cada evento resaltaba su encorvada figura, la que solo dominó la muerte, la que le sobrevino precisamente un sábado de carnaval, y fue sepultado en medio de un desfile carnavalero, de esos que tanto se gozó
En el trasegar generacional aparecieron nombres como: Rodolfo Campo Soto, Jaime Olivella Celedón, Sanín Murcia, Bore Lúquez, Efraín Lacera, Adalberto Verdecia entre otros, quienes abanderaron temporadas en las cuales aún se respiraba un buen ambiente, se fundaron las guachernas con exitosas concentraciones y espectáculos musicales en la carrera 9 luego se trasladaron a la calle 17 y finalmente a la avenida Simón Bolívar donde el vandalismo les dio la estocada final.
Los desfiles, que eran otros de los atractivos, también sufrieron la degradación de los desadaptados que carentes del verdadero comportamiento festivo los convirtieron en batallas campales de cuanta sustancia nociva se les ocurría lanzarles a los asistentes y danzantes; todos estos motivos fueron mermando la participación del pueblo a tal punto que hubo que suspenderlos definitivamente.
El nuevo ingrediente para obligar la suspensión fue la invasión de las motocicletas que desaforadamente se tomaban las calles generando pánico y contaminación auditiva y ambiental
Atrás quedaron las transmisiones de las emisoras, las que con sus transmóviles cubrían cada espectáculo hasta los bailes de coronación que se hacían con conjuntos vallenatos de primera línea y con orquestas internacionales. El carnaval a nivel radial institucionalizó espacios en donde la alegría y mamadera de gallo eran los ingredientes que el pueblo disfrutaba con personajes inolvidables como Juanca Gutiérrez Acosta y Alex Quintero Castro, los recordados ‘Condorito’ y Pájaro Loco, Edgardo Mendoza, Mario Guerra, Libardo Fonseca, El ‘Loco’ Torres y este servidor entre muchos colegas con chispa carnavalera.
En resumidas cuentas, Valledupar a pesar de los quijotes vivientes del mundo de la maicena, tiene que conformarse con una insipiente pretemporada reducida en espectáculos y colorido a una mínima expresión casi que privada para evitar la incidencia de los revoltosos, tal vez es la única parte del mundo, en donde la temporada termina cuando arrancan en sí los cuatro días de Momo, Baco y Arlequín, un símil comparable a un embarazo sin parto.
Por William Rosado Rincones