Apague y vámonos
Por: WILLIAM ROSADO RINCONES
Locutor60@gmail.com
Es indiscutible que esta región está llena de encantos naturales y artificiales que la hacen grande y que por esto ha sido impactada por corrientes migratorias que llegan buscando el ‘Dorado’ perdido, representado en la magia de un acordeón, en el sentimiento que materializan las canciones de los poetas naturales del entorno o simplemente en una topografía que regala paisajes y parajes para extasiar el espíritu.
Infortunadamente dentro de este paquete de cultura foránea que ha permeado la idiosincrasia vallenata se han infiltrado elementos que no asimilan las bondades que el Valle les brinda y han terminado arrastrando unas costumbres ‘non santas’, y corronchas como la de montarse borrachos en los hombros de la estatua de Diomedes Díaz, o las insinuaciones eróticas de niñas que después tienen el coraje de reclamar respeto. Triste pero real, acabaron con la pasividad local, la que hoy está prácticamente secuestrada por esa minoría que a fuerza de ‘cañón’ han acabado hasta las típicas parrandas de patios y terrazas.
Pero tampoco se puede desconocer que a esta tierra han llegado personas de bien que han amalgamado con los nativos no sólo el ímpetu de progreso industrial y comercial sino hasta la parte genética, pues varias familias vallenatas se han emparentado con ellos, especialmente con los que vinieron en la década de los años 40 cuando se vivió el furor de la guerra partidista entre los conservadores y liberales, lo que dio pie a su vez para la fundación de barrios y pueblos ‘cachacos’ en pleno relieve local, como los casos de Manaure, Media Luna, San José de Oriente y hasta el mismo Pueblo Bello los que terminaron siendo fuentes de producción agrícola y pecuaria y con mujeres con un perfil fisico angelical .
Pero que distinto es hoy lo que llega a la ciudad y a la región, son ejércitos de desplazados, reales y ficticios que sin respetar la regla aquella de que “a la tierra que fueres has lo que vieres”, imponen ellos su ley, invadiendo tierras, tomándose el espacio público, engordando la mendicidad y lo más lamentable disparando una inseguridad impensable de que algún día se viviera por estos lares que una vez prestamos para que otros encontraran reposo a sus angustias.
Este fenómeno es acolitado por una dirigencia miope que no se atreve a buscar solución, porque son estos mismos núcleos los que en épocas electorales como la que estamos viviendo, les cambian el voto por un pastel y una botella de ron o 50 mil pesos, han dejado masificar el problema, agigantándolo con otras aristas como el regalo de casas, cuando aquí hay vallenatos raizales que no las han podido conseguir pese a los esfuerzos de muchos años.
Las políticas de retorno a sus lugares de origen de muchas de estas personas aquí han fracasado o ¿Será porque es irrompible la regla de que el que se baña en el Guatapurí aquí se queda?, tal vez no, más bien es porque aquí hay mucho paternalismo y poca mano dura, es lamentable que los atracos no sean controlados cuando el ‘modus operandi’ es el mismo, hordas de ‘muchachones’ en motocicletas arrancando bolsos o tomándose las fiestas particulares bajado a todos los asistentes de sus pertenencias, y lo más curioso es que cuando los apresan a las pocas horas están afuera planeando el otro ilícito.
Muchos viven del consuelo de los tontos, asegurando que el problema no es exclusivo de Valledupar, pero aquí se siente más porque estábamos acostumbrados a atrancar las puertas con taburetes y porque los problemas los dirimíamos con canciones, pero la verdad es que si no hay un compromiso serio de la dirigencia civil con las fuerzas uniformadas oficiales que atecen ´la cabuya’, vamos a terminar hasta con la fe de las iglesias muchas de las cuales las han dejado hasta sin las hostias y el vino de consagrar: “Viejo Valledupar si te volviera a ver como tu fuiste ayer chiquito y colonial…”