Sexo en promoción
Por Ubaldo Anaya Flórez
“Cuando va a comenzar la noche comienza tu día,
maquillada con mil colores para lucir más.
Contame donde está lo alegre de tu triste vida,
vendiendo puñados de amores pa’ ganar el pan”: -Mujer Marchita- Daniel Celedón
Sexo en promoción. Un día de septiembre por la tarde, caminaba por una de las calles de este valle lleno de canciones, acordeón y árboles de mango.
A la vera del andén, una mujer sentada me mira desde lejos, sin quitarme la vista, mientras yo sigo seguro a mi destino: un taller automotriz en el viejo corazón comercial de Valledupar.
Ya sabía que la mujer me miraba. Mientras me acerco, ella sonríe y me manda un saludo directo: “adiós, moreno, estás muy bien”. Sonrío. Sigo mi camino. Antes le dije: “gracias, muchas gracias”.
Junto a aquella mujer apocada, sentada en el andén, con rastros de pintura roja en sus labios; las mejillas agrietadas y el peso de 30 años en su cuerpo, estaban otras más jóvenes, otras más viejas. Otras. Otras. Y otras, llenando aquel lugar de encantos y olores que se confundían con el humo de los talleres y las alcantarillas de la zona. A ellas les toca ‘guerrear’ los clientes con las venezolanas, a quienes por estas regiones les dicen de manera despectiva ‘placa blanca’
Desde el día en que Nicolás Maduro decidió tomar medidas en Venezuela para atacar a los ricos y defender a los pobres, muchas familias pasaron la frontera y se fueron desparramando Guajira abajo, por toda la costa colombiana. Algunas de esas familias se quedaron en ciudades como Valledupar, en donde se ven en sus calles, mujeres con termos en sus manos y vasitos tinteros ofreciendo café; otras, con accesorios de toda índole intentando conseguir unos pesos que al convertirlos en bolívares se vuelven miles.
Colombia no ha sido indiferente a la lluvia de venezolanos. Valledupar tampoco. No existen cifras exactas de la cantidad de emigrantes que viven en la ciudad, pero ya el acento maracucho o caraqueño se confunde con el cantadito de los vallenatos. Según una fuente de Migración Colombia, “es muy difícil saber cuántos, porque ingresan por trochas de Venezuela a Maicao”. La misma fuente indicó que existen, según el Ejército, 123 trochas, “fuera de las que los venezolanos construyen cada día”.
Las frías cifras de la entidad estatal indican que en 2017 han sido deportados 420 ciudadanos venezolanos por estar de manera irregular en Colombia.
Muchos vinieron a trabajar. Otros a delinquir. Los primeros están en la informalidad, en la ilegalidad y hasta en la esclavitud disfrazada de trabajo para aprovechar que ellos tienen la mano de obra barata.
La misma fuente de Migración Colombia dijo que “de manera regular o legales, han ingresado un poco más de 450 personas a Valledupar; quienes han llegado y se han registrado en Migración Colombia.
Es por ello que no es extraño ver a mujeres jóvenes, bellas, con poco vestido, caminando al atardecer o en las noches por calles solitarias o muy transitadas, ofreciendo servicios personales. Se insinúan. Se ofrecen. Se suben a los vehículos y se pierden en la oscuridad de la noche. O en la claridad del día, también.
Sin embargo, no hay cifras de cuantas mujeres venezolanas ofrecen sus servicios personales de masajes en Valledupar. Pero son muchos los rostros femeninos que se ven mirando para todas partes en busca de hombres hambrientos.
Con ellas, la tarifa callejera del sexo bajó sustancialmente y las colombianas han tenido que cambiar las estrategias del ‘servicio al cliente’. El mercado se saturó y ahora los clientes hay que compartirlos. La oferta, quizás, es mayor, que la demanda. No hay cifras oficiales sobre la cantidad de mujeres dedicadas a la prostitución en la capital del Cesar, incluyendo a las venezolanas.
Ya pasaron aquellas épocas en que los hombres llegaban, entraban al bar y se llevaban a la que le gustaba. Ahora, el caso es distinto. Son ellas, las colombianas, las que están atentas a cualquier figura masculina para entrar en acción. Ellas agudizan sus ojos cuando un vehículo pasa despacio por su calle. O levantan la cabeza, sonríen y dicen piropos, cuando los hombres caminan cerca de ellas. La prostitución es su opción de vida. Con su cuerpo ganan el sustento diario para sus hijos. Para su familia. Muchas, tienen sueños. Pocas, esperanzas de salir.
No he detenido mi andar. A mis espaldas se fueron quedando aquellas mujeres, algunas con un dejo de tristeza en su mirada; otras, con la picardía de la oportunidad.
He llegado a mi destino. Al mirar atrás, recordé la frase contundente que me lanzó aquella mujer de labios rojo borroso, cuando pasé a su lado, tras decirme que me vía muy bien: “Moreno, aprovecha: cu….. a 20 mil”.